Digamos que no existen vidas anodinas. Que cada existencia es tan compleja y amplia que bien podría pensarse como un abismo apenas entrevisto por aquel que la habita. La literatura, en especial en su forma novelesca, ha dado buena cuenta de ello. Pensemos en el gris copista de Herman Melville, cuya vida es un enigma; en los dilemas secretos del narrador de Intimidad, de Hanif Kureishi, o en el escritor casi invisible que decide ocupar la ausencia de su amigo en el último texto de La trilogía de Nueva York. Estos ejemplos, aunque arbitrarios, podrían servir para respaldar esa premisa inicial y, por qué no, para justificar y saltar a un género distinto y considerado menor, el de las memorias, esas «prosas del mirar y del vivir», al decir de Carlos Real de Azúa, que dan «cuenta del curso de u...
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