Venezuela, aliado estratégico de Rusia en América Latina desde la presidencia de Hugo Chávez, con una relación estrecha con China y opaca con Irán, es objeto de una masiva presión militar por parte de la administración de Donald Trump para provocar un cambio de régimen.
En el marco de su confrontación con China, Trump se plantea imponer en el hemisferio occidental una dominación sin fallas, convertirlo en su fortaleza, que le cuide sus espaldas. La retórica de lucha contra el narcotráfico choca con la realidad de Venezuela, que no tiene papel alguno en la producción de drogas y es marginal en el trasiego. Esa cháchara solo sirve para intentar disfrazar de supuesta «legítima defensa» una intervención militar.
Como Vladímir Putin en Ucrania, Trump quiere un régimen títere en Venezuela, no solo por una cuestión de seguridad, sino también por sus enormes riquezas naturales: las mayores reservas petroleras certificadas del mundo, delante de Arabia Saudita y de Irán, y recursos minerales inexplorados en la antiquísima formación geológica de la Amazonia venezolana.

No parece plausible una invasión terrestre al estilo de la ordenada por el presidente George Bush padre en Panamá en 1989, la última de Estados Unidos en la región, por su resolución de no repetir las desastrosas invasiones de Afganistán e Irán. En 1989, un total de 26 mil soldados estadounidenses participaron en el ataque a la ciudad de Panamá y capturaron a su hombre fuerte, Manuel Antonio Noriega, informante de la CIA y de la Administración para el Control de Drogas que hacía doble juego con los cárteles de la droga y con Cuba. Unos mil civiles panameños murieron en la invasión.
La Armada estadounidense pondrá a prueba la lealtad de las huestes del jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, el general Vladimir Padrino, sobre todo de la cúpula militar, a la que el régimen da todo tipo de privilegios y permite lucrativos negocios.
Es probable que las fuerzas estadounidenses efectúen bombardeos puntuales, aéreos y navales, e incluso asesinatos selectivos, utilizados con intensidad en la «guerra contra el terrorismo» después de los atentados islamistas de 2001 y masificados recientemente por Israel.
Una estrategia de este tipo se asemeja a la apuesta de Putin en Ucrania de provocar un golpe de Estado militar con la columna de blindados que se dirigió hacia Kiev desde Bielorrusia en 2022. Igual que Putin, Trump quiere asegurar su área de influencia. La doctrina Monroe para un siglo XXI multipolar.
El secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, escribió en la Orientación Estratégica de Defensa Nacional, circulada en marzo, que «China es la única amenaza en curso para el Departamento» y «el único escenario en curso es impedir el hecho consumado chino de una toma de Taiwán, mientras al mismo tiempo se defiende el territorio patrio» (citado en un artículo de Foreign Affairs). «Hoy, la única región vital con un hegemón rival es Asia», afirmaron dos analistas en la misma nota de julio-agosto de la revista, Jennifer Lind y Daryl Press. «China tiene el poder demográfico, económico y tecnológico para dominar marítimamente el este de Asia y parece tener la intención de hacerlo. Pekín aumenta su control sobre territorios disputados en los mares del sur y del este de China», afirmaron. Según Hegseth, Estados Unidos defenderá su hegemonía en el este de Asia obtenida tras la Segunda Guerra Mundial. Por eso, ante la eventualidad de una guerra con China, Washington prioriza militarmente al Indo-Pacífico donde concentrará el grueso de sus fuerzas, reubicadas desde Europa. Y China es el principal socio comercial de América del Sur. Con una economía complementaria con la de la región, Pekín ha sido clave en la prosperidad de los países exportadores de materias primas y de alimentos de la región desde esta década.
UNA AMENAZA REGIONAL
El regreso de las cañoneras ordenado por Trump constituye una amenaza para toda América Latina, porque significa que está dispuesto a utilizar la fuerza cuando sirva a sus intereses.
Trump no se plantea concesiones comerciales ni ayuda económica para imponer sus exigencias a la región. Desde luego que tampoco le interesa promover la democracia. Aunque, en el caso de Venezuela, le brinda otra excusa para su intervención: elevar al gobierno a los ganadores de las elecciones presidenciales de 2024. La mesa la tiene servida con María Corina Machado, canonizada por el Comité Noruego del Nobel,que brega por una intervención estadounidense desde hace casi dos décadas.
La lucha contra el narcotráfico y la inmigración, procedentes sobre todo de América Latina, forman parte del rediseño de la sociedad estadounidense que intenta Trump. Dios, patria y raza. Las drogas hacen estragos en amplios sectores de su sociedad, y Trump se ha embarcado en una limpieza racial, apuntando en especial a la vibrante comunidad hispana. En un país que nunca había tenido idioma oficial, Trump impuso el inglés para marginar al español.
Desde fines del siglo XX, la droga desplazó a las guerrillas y a los gobiernos populares en el intervencionismo de Washington en la región. La guerra contra las drogas de Richard Nixon, revigorizada por Ronald Reagan en los ochenta, es utilizada ahora por Trump para imponerse por la fuerza.
Sus militares ya asesinaron a 43 lancheros en ocho embarcaciones en el Caribe y dos en el océano Pacífico. Hasta ahora no ha suministrado ninguna prueba de que fueran narcos. Solo disparates, como que una lancha en el Caribe iba cargada de fentanilo, que se produce en México…
El portaviones Gerald Ford, el más poderoso de la flota estadounidense, con capacidad para 90 aviones y 5 mil marinos a bordo, debe plegarse a la ya formidableArmada desplegada por Washington en el Caribe de ocho buques de guerra, un submarino nuclear, aviones F-35 y 2 mil efectivos.
Trump amenaza con pasar a ataques en tierra y acusa falsamente a Maduro de ser el líder de los inexistentes cárteles de los Soles y Tren de Aragua, y ha puesto precio a su cabeza en 50 millones de dólares.
Venezuela no produce drogas. El trasiego de la cocaína colombiana y peruana se hace sobre todo a través de México y Ecuador. Ninguno de los dos cárteles mencionados por Trump existe. El de los Soles se refiere a militares corruptos que cobran peaje a narcos en el oriente venezolano y el Tren de Aragua es una organización criminal extendida por América Latina que lucra ante todo de otros crímenes, como tráfico de personas, prostitución infantil y, desde luego, microtráfico.
MARE NOSTRUM
Con su poderosa Armada en el Caribe, Trump deja claro que se trata de su mare nostrum, donde cuenta además con instalaciones militares en Puerto Rico y una base en Guantánamo, Cuba, excluyendo a las que tiene a proximidad en su propio territorio. Como si quisiera burlarse de Pekín, a quien cuestiona sus pretensiones en el mar del sur de China.
Desde su vuelta al gobierno, Trump puso la presión sobre el gobierno de Panamá reclamando la «devolución» del canal. El gobierno panameño cedió, aceptó el despliegue de tropas estadounidenses a lo largo del canal y la deportación a su país de inmigrantes no panameños. Pero, sobre todo, Trump intenta que China venda sus puertos en las bocas del canal, lo que en definitiva depende de las negociaciones entre Washington y Pekín. El canal es clave para la navegación entre las costas este y oeste de Estados Unidos.
Si cae Venezuela, Cuba, que sufre sanciones estadounidenses redobladas, caerá como una fruta madura, ya que sigue dependiendo del menguado petróleo venezolano.
El representante de Comercio estadounidense amenaza, además, al matrimonio nicaragüense Ortega-Murillo con tarifas del 100 por ciento y su exclusión de los acuerdos de cooperación con Centroamérica, supuestamente porque su despotismo afecta los intereses comerciales de Estados Unidos.
Trump se concentra primero en los regímenes más aislados en el ámbito diplomático en la región y en el ámbito político de sus poblaciones.
Tras ásperas discusiones públicas con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, Trump lo sancionó aduciendo que tiene vínculos con el narcotráfico. La situación de Colombia es muy diferente a la de Venezuela. Su relación con Estados Unidos es fundamental, no solo para la lucha contra el narcotráfico, sino porque se trata de una verdadera alianza militar. Estados Unidos formó y equipó al Ejército colombiano con una inversión de miles de millones de dólares en el marco del Plan Colombia contra los cárteles y las guerrillas. Lo transformó en el país más aguerrido de Latinoamérica, con experiencia de combate. Y Colombia es el único sudamericano con Estados Unidos como su principal socio comercial.
Esta estrategia de imponer el dominio de Estados Unidos en el hemisferio occidental y cubrirse las espaldas en su confrontación con China se extiende por el norte a Canadá y Groenlandia, con la mirada puesta en el Ártico.
El principal aliado de Trump en la región es el presidente argentino, Javier Milei, cuya economía en serias dificultades pasó a depender del Tesoro de Estados Unidos, que ya invirtió 1.500 millones de dólares para estabilizar al peso. El estadounidense le ha prometido a Milei un rescate de 20.000 millones de dólares del Tesoro y otros 20.000 millones de bancos privados.
Trump le había puesto como condición a Milei que debía ganar las elecciones legislativas del domingo pasado, y sorpresivamente las ganó. Otra dádiva de Trump fue aumentarle la cuota Hilton de exportación de carne argentina a Estados Unidos de 20 mil a 80 mil toneladas. Como Trump es transaccional, hay que ver qué le exige a cambio a Milei: ¿litio?, ¿el petróleo de Vaca Muerta?, ¿la Antártida Argentina?
El otro aliado de Trump por esta región es el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, con su industria de encarcelamiento barato y desaparición de personas.
La gran potencia sudamericana, Brasil, está negociando con Estados Unidos una reducción de la tarifa del 50 por ciento que le impuso Trump por el encarcelamiento de su amigo golpista, Jair Messias Bolsonaro.
Afectado por las tarifas, el poderoso conglomerado brasileño de frigoríficos JBS, con gran impacto en el mercado interno estadounidense, intervino ante Trump. Además, las tarifas provocaron un aumento del precio de la carne en Estados Unidos. Trump y Lula da Silva se reunieron en Malasia el fin de semana pasado y acordaron bajarle la tensión a su relación bilateral…




