
Hay bandas que, por más tiempo que pase, siguen cargando el rótulo de «emergentes». Niña Lobo está por cumplir siete años y todavía se la presenta así. Tal vez porque vienen de la escena indie o porque cuesta reconocer que un proyecto puede crecer sin perder frescura. Montevideo despierta responde sin hacerlo explícito: lo que cambia no es la identidad, sino la forma de decidir.
—Se suele hablar de Niña Lobo como una banda emergente, incluso después de varios años. ¿Cómo se llevan con esa etiqueta?
Camila Rodríguez —Nosotras no nos hacemos esa pregunta, aunque nos la hacen mucho. Es más una necesidad del afuera, de poner una etiqueta o de ubicarnos en algún lugar dentro del panorama actual de la música uruguaya, que una necesidad nuestra. Es algo que nosotras ni siquiera pensamos ni nos preguntamos. Creo que lo que te identifica como indie es la infraestructura, el equipo de trabajo, los escenarios a los cuales accedés. Y nosotras creo que hoy en día tocamos en escenarios considerados medianos o grandes: por ejemplo, ahora en diciembre vamos a tocar en la Sala del Museo, pero también tocamos en un sótano para 150 o 200 personas. Entonces, no sé, creo que no nos podemos definir tan fácilmente.

Camila Bustillo —También hay cierta confusión: ¿a qué se refieren cuando hablan de «banda emergente»? ¿A qué se refieren cuando dicen «banda indie»? ¿Estamos hablando de una banda «independiente» o una banda del género indie? Y también: ¿qué se considera «independiente», exactamente? ¿Si estás en una disquera o no, si tu proyecto es autogestionado, y autogestionado en qué cosas? Porque, en realidad, las bandas en Uruguay, o una gran mayoría de ellas, se autogestionan. Y no sé si eso hace que califiquen como independientes. Entonces, la definición es en sí misma confusa.
—¿En qué momento sintieron que el disco empezó a tomar forma?
C. R. —Hablo por mí. Por un lado, están las composiciones más primarias, las que hacemos cada una individualmente, y después viene la composición grupal. Pensando en la canción raíz, creo que la que abrió el camino más claramente fue «Tormenta», que es la canción que está en la mitad del disco y que concentra mucho del espíritu del disco en general. Cuando estábamos definiendo el orden, no sabíamos en qué parte del disco iba a ir, pero sí que tenía que marcar algo en el disco, algo importante.
C. B. —Hay un antes y un después de «Tormenta», eso es claro.
* * *
La canción que da nombre al disco abre el recorrido con energía alta. «Montevideo despierta y yo me duermo otra vez» condensa el contraste entre la ciudad y lo íntimo, entre moverse y quedarse quieta. El videoclip, filmado de noche en el bar Hispano y por distintos barrios, toma la ciudad como estado de escucha más que como escenario. No hace falta explicarla ni romantizarla; simplemente está viva.
—¿Por qué decidieron que «Montevideo despierta» fuera la canción que da nombre al disco y no «Tormenta»?
Andrea Pérez —Eso fue toda una discusión. Nos pasó que al principio empezamos a hacer girar el disco en torno a «Tormenta», porque es el corazón del álbum, y entonces se sentía como el camino a seguir, al menos en ese momento. Y, sin embargo, no surgía ninguna idea –no de manera lineal, al menos– de cómo esa canción podía dar nombre a esta nueva etapa nuestra: había algo ahí que no terminaba de cerrar. No terminábamos de entenderlo como un conjunto, bajo ese paraguas. Estuvimos coqueteando pila con la idea, pero siento que ese título nos quedaba más ligado al disco anterior. Creo que «Tormenta» fue algo así como soltar y desprenderse un poco también de ese disco.
C. R. —«Tormenta» está en el medio, entre el disco anterior y este, y por eso es el puntapié para este disco y un poco su corazón –es como el nacimiento, como el gen–, pero creo que no necesariamente engloba todo el disco. «Tormenta» es el momento concreto en el que algo se despierta, pero Montevideo despierta, como título,representa mejor el concepto general de este trabajo.
C. B. —Creo que «Tormenta», como concepto, impone algo muy directo, algo muy fuerte, y no era la energía que queríamos transmitir en este disco. Por más que es una canción que tiene un aire optimista, la palabra tormenta no acompaña conceptualmente al disco. Montevideo despierta sigue el concepto del renacer: hay un aire de fuerza, de resiliencia, de «va a estar todo bien».
—En «Tormenta» hay una línea que bien podría resumir todo el disco: «Siento miedo ahora que estoy bien». ¿Les pasó sentir efectivamente eso, en lo personal o en la banda?
C. R. —Sí, yo creo que sí. Coincidió con un momento personal de sentir eso, y también con un momento de la banda, pero independientemente de lo individual. Creo que hay una coincidencia ahí: una sensación de ¿ahora qué? ¿Qué pasa cuando no estoy intentando? ¿Qué pasa cuando estoy tratando de habitar el momento presente?
C. B. —Más allá de lo que vaya a poder pasar.
C. R. —Sí. Esa frase para mí es el disco tal cual. Siento que cuando apareció «Tormenta» fue como «ah, es de esto de lo que hay que hablar ahora». Yo en un momento sentí que hay un dilema, una cuestión que vivimos todos y que nos cuesta mucho habitar: el estar bien y sin buscar los altibajos. Yo me encontré en ese lugar y no lograba dar con canciones que hablaran de eso. ¿Qué pasa cuando no estoy buscando el regocijo en la tristeza? ¿Cómo habito esto de estar bien? Algo que implica también aceptar que se tienen buenos días, malos días y que la vida puede ser aburrida también. Que la soledad un día es hermosa y al otro día es terrible. Había como ganas de hablar de eso.
* * *
No hace falta llamarlo maduro.
Lo que tiene es conciencia: saber elegir con quién trabajar, cómo sonar, cuándo parar. Niña Lobo es una banda que aprendió a administrarse, no por freno, sino por claridad.
—¿Cómo fue el proceso de pasar de componer en la sala de ensayo a trabajar desde maquetas más pensadas?
A. P. —Creo que una o al menos nosotras como colectivo siempre buscamos formas nuevas. Nos pasaba pila repetir formas que ya habíamos transitado, con ensayo o juntándonos, pero no estaba saliendo algo que nos conformara. Y entonces intentamos probar algo distinto. Cami también estaba en un momento de explorarse musicalmente en todos los sentidos, y entonces se dio una retroalimentación. En cuanto a la forma de la maqueta, es algo que siempre hicimos, aunque nunca con este nivel de detalle.
Al exponerte a nuevas formas, las ideas también fluyen de forma distinta, y eso está buenísimo.
C. B. —Antes más bien grabábamos maquetas porque se nos ocurría una canción y teníamos que ir al estudio. Esta vez fue partir de otra cosa, y fueron muchas instancias: cada una grababa su parte, escuchaba lo que había y veía qué podía aportar, en qué lugar y cuándo. Eso contribuyó pila a que el material estuviera mucho más pensado. Y no estamos todas subidas a todo: fue algo que pudimos ir viendo más desde el principio, en vez de meternos todas a una sala de ensayo. Ahí medio que tampoco te escuchás bien como para distinguir qué está haciendo la otra persona en el total.
Isabel Palomeque —También fue un proceso largo que, pensándolo ahora, viéndolo de atrás, por momentos, creo, también tuvo sus cosas negativas. Ahí fue clave cuando entró nuestro productor, Mariano Gallardo, porque estuvimos todo un año haciendo maquetas y de repente llegábamos a octubre y había canciones que todavía no estaban resueltas porque habíamos probado mil cosas y nada nos convencía. O te hacías ilusión con una idea y después andábamos medio perdidas. Creo que eso sería lo único negativo que tendría para decir del proceso: que fue muy largo y muy duro.
C. R. —¿Te referís a que ya lo habíamos grabado?
I. P. —Claro, que en todos esos meses de composición era como «bueno, esta canción tiene que ir por acá, porque si estamos de febrero haciendo esto…».
C. B. —Yo sentí que estaba un poco casada con las canciones, y eso tampoco está bueno: no tenés esa frescura de quien escucha la canción por primera vez y te señala, con perspectiva, «me parece que esto debe ir por acá».
I. P. —Sí, pasó con «Llorando en el baño», que estábamos en una crisis total: «Este riff tiene que estar sí o sí», y al rato pensábamos lo contrario.
A. P. —Yo no siento que estuviéramos casadas con las canciones. Sí nos pasaba que nos faltaba perspectiva externa, algo que siempre es importante, pero nunca sentí que no estuviéramos abiertas y receptivas a las ideas nuevas. Creo que siempre teníamos algo para soltar.
* * *
En lo sonoro, el cambio es evidente. Si antes las canciones se construían por capas, ahora cada elemento encaja como una pieza. Los sintetizadores, que antes llevaban la canción y creaban el clima, hoy juegan otro rol: más sutiles e integrados.
—¿Qué tuvieron que «soltar», ya que te referís a esa palabra, al momento de hacer el disco cada una de ustedes?
C. R. —Sin dudas y desde ya, el uso del reverb. Siento que nadie me entiende en esto, pero soltar el reverb en la voz y en las guitarras a mí me costó mucho; es decir, internamente fue como decir «ok, esto sí que es jugado». Siento que hago una canción «en metal», escuchar mi voz pelada para mí es muy extraño. Ahora ya me acostumbré, y escucho los temas y me puedo despegar, pero al principio me parecía todo muy abrumador.
I. P. —A mí me llevó al límite en el trabajo con el bajo, tuve que explorar muchas cosas nuevas y soltar las ya conocidas. Y sentía que, cada vez que Mariano me pedía ciertas cosas, estaba en una masterclass. Tuve que decir «bueno, ok, le pongo esa intención». Busqué una musicalidad que creo que no tenía antes, pero que, sin embargo, está en la música que estábamos escuchando y que creo que va bien con las canciones.
A. P. —Yo tuve que soltar el miedo a dejarme llevar (no siento que fuera tan grande, pero sí que estaba). O sea, en diciembre, cuando entramos a ensayar, era un poco así.
C. B. —Yo tuve que soltar el casarme tanto con algunas ideas. Aprendí el concepto de let it go.
C. R. —Sí, como dijo Frozen.
C. B. —Claro, aprendí el concepto de en este puente no voy a morir, y traté de transmitirlo a las demás. El poder guardarme algo para dar las batallas necesarias, las que más me interpelan. Saber cuándo puedo decir «si me cambiás esto, me rompés el corazón», y cuando hay cosas que no, que no son tan terribles y puedo dejar ir.
I. P. —Cami es una persona muy transparente; se podía ver en su cara cada vez que decía «en este puente no voy a morir» y en cuáles sí podía quedarla.
—Este disco trasunta un trabajo muy fino en las texturas, especialmente en el bajo y en las baterías. ¿Cómo se traduce esa búsqueda sonora cuando tocan en vivo?
C. R. —Ah, yo qué sé [risas]. Hay cosas que son un enigma. Ya tenemos fecha de presentación del disco y hay cosas que aún no sabemos. Hay un tema que grabé con cuatro de las cuerdas pegadas con cinta adhesiva en distintos sitios de la guitarra para que sonara de determinada manera. Ahora pienso en el vivo y digo: ¿voy a pegar la guitarra en vivo? ¿Voy a llevar otra guitarra con las cuerdas pegadas? No lo sé.
A. P. —Es un trabajo que vamos a tener que hacer sentándonos a la mesa, casi de la misma manera en que hicimos el disco. Pero ahora sacamos el disco y lo estamos disfrutando: después vamos a ver cómo lo transformamos para el vivo.
C. R. —Igual, creo que, a diferencia del disco anterior, este me trae paz mental y, al mismo tiempo, me divierte mucho. Con el disco anterior, recién con la presentación empezamos a tocar los temas nuevos en vivo, y ahora, desde antes de que saliera el disco, algunos temas ya los tocamos y vamos a ir sumando otros de a poco. La gente ya lo está cantando y eso es impresionante. «Flores celestes» salió un jueves, el viernes lo tocamos y ese mismo día la gente ya estaba cantando.
Es increíble. Creo que en esa relación con el público se juega también un tipo de vínculo nuestro con la canción. Por eso está bueno empezar a tocar algunas cosas,
para ver la reacción de la gente. El otro día tocamos «Montevideo despierta» nada menos que en Durazno y Convención, y la gente cantaba. Es increíble.
* * *
«Dame una señal», compuesta durante la grabación, cierra el recorrido del disco como una pequeña plegaria, la necesidad de creer que todo puede estar bien.
—¿Qué representa para ustedes «Dame una señal» en tanto cierre?
A. P. —Fue una canción que se buscó, no fue que apareció espontáneamente y se integró al disco. Era más bien como si la necesitáramos emocionalmente, no de forma racional. Y nos juntamos a hacer esa canción y aparecieron cosas que hablan por sí mismas. Se sentía como «ok, estamos hablando de esto, estamos mirando hacia adelante con mucho dolor y también con muchas ganas de que todo esté mejor». A mí me emociona muy profundamente ese tema.
I. P. —¿Es tu canción favorita del disco?
A. P. —Es mi canción favorita del disco, pero porque me habla.
—¿Qué le dirían a la Niña Lobo del primer disco?
A. P. —Yo le diría que siga, que las cosas pueden ser más o menos difíciles, pero que es por ahí. Siento que en ese momento no podíamos imaginar nunca todo lo que íbamos a vivir.
C. B. —Yo la miraría, tiraría una risa malvada y me iría. Le diría que no sabe lo que le espera, para bien y para mal.
I. P. —Yo creo que le diría lo mismo que a una Niña Lobo con cinco años más: que hay que aceptar la incertidumbre y la guía de tus amigas.
El viernes 14 de noviembre desde las 18 horas hasta la 1, en el Museo de las Migraciones, Brecha dará una fiesta, abierta a todo público, enmarcada en las celebraciones por los 40 años del semanario. En el espectáculo musical de cierre tocarán Niña Lobo, Intraveloso (banda tributo a Caetano Veloso) y DJ Al Aceite.





