De la pista al territorio - Semanario Brecha
Discos. Tropicoqueta, de Karol G

De la pista al territorio

En tiempos en los que el reggaetón parecería debatirse entre la homogeneización global a raíz del ya consolidado suceso del género fuera de los mercados estrictamente hispanohablantes y la fatiga de las fórmulas, la colombiana Karol G lanza su último trabajo, Tropicoqueta, álbum que presenta una ambición de amplitud que la relaciona con algunos discos recientes de otros artistas y un diálogo consciente con una tradición y un legado popular latinoamericano, que es tanto rescate u homenaje como actualización y continuidad. Se trata de un disco que busca menos consolidar su figura y su fama como una mera fachada, su lugar en el parnaso de la música latina contemporánea (algo muy presente en los llamados géneros urbanos), que profundizar en las raíces, casi introspectivamente, explorando género por género con una curiosidad que desborda lo musical. En lugar de producir una playlist de reggaetón más, Karol G construye una obra con hilo narrativo y emocional, una especie de crónica sonora sobre lo que podría significar ser latino hoy.

Desde las primeras canciones, Tropicoqueta deja claro su rumbo: ritmos urbanos potentes, orgullo del cuerpo, de lo latino y de ser mujer, pero articulados con una mirada más amplia hacia la tradición popular latinoamericana. En su tejido musical conviven las más diversas herencias, que van de Thalía, Marco Antonio Solís y Ricky Martin a El General o Daddy Yankee, y también las de toda una genealogía que trasciende lo caribeño: el funk carioca de «Bandida entrenada», el melódico internacional de «A su boca la amo» y hasta la cumbia villera argentina, de la segunda camada, la que empieza a trascender lo estrictamente villero para ampliar su universo, como Néstor en Bloque, 18 Kilates o El Polaco, en «Cuando me muera te olvido».

Esta apertura no parece caprichosa: responde a cierto impulso de reconstrucción de lo latino como territorio plural, más que como etiqueta comercial. Karol G se detiene en géneros tradicionales como el vallenato, la ranchera, el mariachi, el merengue, la bachata o la balada, y los integra de forma menos artificial (si pensamos en términos de inteligencia artificial y lo que esta podría responder ante la pregunta de qué es lo latino y cómo suena), con arreglos vivos y un cuidado de producción que les da un espesor distinto, más emocional quizás, al de los enlatados que a veces generan los productores por su cuenta. Es un álbum más teatral, más consciente del legado y con aspiraciones de resonancia cultural más allá del simple registro urbano.

La dirección sonora del disco es clave para entender su coherencia. Karol G se rodea de Ovy On The Drums, su productor histórico desde Unstoppable (2017), pero amplía el espectro con Tainy, descendiente directo del linaje de Luny Tunes, figura importante en la historia del reggaetón, Sky Rompiendo, nombre central del pop urbano colombiano, y Edge, productor mexicano que aporta una veta más mainstream. El resultado es un álbum con unidad estética y diversidad de texturas, en el que la tradición y lo contemporáneo se entrelazan para crear un paisaje con muchas líneas de fuga, pero con un mismo horizonte.

Las colaboraciones siguen esa lógica. No son meros ganchos comerciales, sino alianzas conceptuales. La canción con Marco Antonio Solís, por más que quizás sea de las menos destacables, revisita la sensibilidad de la balada romántica popular de los noventa y dos mil; el cruce con Manu Chao abre un registro más político y mestizo, y otras colaboraciones oxigenan el circuito urbano típico, que no pocas veces se cierra demasiado sobre sí mismo.

Con 20 canciones, Tropicoqueta podría parecer largo o disperso. Eso, que últimamente podría ser considerado un error comercial (y quizás lo siga siendo), en este caso funciona como una virtud. En una era de sencillos y pérdida de la experiencia larga y compleja de la escucha de un disco completo, Karol G hace un álbum extenso, con pausas, repeticiones y fluctuaciones de energía. No es un disco perfecto ni una víbora que se termina comiendo la cola, sino un organismo vivo, con texturas, con zonas más débiles y otras intensamente inspiradas. Esa estructura orgánica lo aleja de la rigidez de la industria, probablemente lo desvíe de la eficacia de mercado, pero la consolida como una artista que busca una voz y una forma de posicionarse en el mundo. Karol G se arriesga en canciones que no serán hits inmediatos, pero que cumplen otras funciones dentro del relato: sostener el tono emocional, abrir géneros, proponer contrastes. Es, de alguna manera, el gesto de una artista que ya no necesita competir por la cima, sino pensar su propia permanencia.

En el fondo, Tropicoqueta dialoga con una pregunta que ha vuelto a aparecer con fuerza en la música urbana contemporánea: ¿qué significa ser latinoamericano hoy? Esa pregunta, que artistas como Bad Bunny, iLe, Villano Antillano, Natalia Lafourcade, Pablo Chill-E, Mon Laferte, Residente o Trueno, entre otros, también han abordado en sus últimos discos, se reformula aquí desde la experiencia femenina y colectiva. Karol no celebra la latinidad como un cliché exótico ni como un argumento de marketing, la revisa y la amplía, y de última, cuando aparece el lugar común, es de forma consciente, evidenciándolo. El álbum se convierte así en un espacio de memoria y proyección, un intento de entender la cultura propia como una cinta de Moebius en la que las raíces y el futuro se tocan constantemente.

El resultado no es disruptivo, no se encontrará en este trabajo algo que nunca se haya escuchado, un nuevo sonido, una impronta novedosa, una revolución en ciernes, y ese es justamente su acierto. Karol no busca lo nuevo por distinción, sino lo verdadero por profundidad. Prefiere dialogar con la tradición y con sus propias búsquedas anteriores antes que perseguir una vanguardia efímera. Tropicoqueta es una apuesta poco frecuente en el panorama urbano actual, una obra larga, consciente y ambiciosa que combina diversidad de géneros sin perder identidad. Puede que no tenga el impacto inmediato de sus discos anteriores, pero tiene algo más raro: una densidad cultural y una sinceridad artística sin solemnidad y sin tomarse demasiado en serio.

Karol G logra que lo urbano se abrace con lo popular, que la tradición no sea ni algo inerte ni algo lejano en el tiempo. A fin de cuentas, para muchos de estos artistas su educación sentimental no fue ni Benny Moré, ni La Sonora Matancera ni Andrés Landero o Rubén Blades únicamente, sino también Elvis Crespo, DLG y Proyecto Uno.

En un presente saturado de hits sin rostro, Tropicoqueta suena a una artista que decidió mirar hacia atrás para poder moverse de lugar.

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