Orejanías - Semanario Brecha
Libros. Crónicas del libre albedrío, de Augusto Chacho Andrés

Orejanías

Crónicas del libre albedrío, de Augusto Chacho Andrés. Ediciones Alter, Montevideo, 2025. 119 págs.

Muchos deben recordar a Chacho por su Estafar un banco… ¡Qué placer! (Alter, 2009 y 2020). Y está bien.

El capital y sus amigotes han desarrollado una capacidad de vigilar y castigar que desafía la imaginación. Suena de película que el 4 de julio de 1958 un puñado de obreros anarquistas del oeste montevideano consiguiera expropiar algo así como 50 millones de pesos actuales del Banco La Caja Obrera sin dejar lastimaduras, convenciendo a la Policía que estaba frente a sofisticados malhechores porteños.

Mucho más, como ese libro narró temprano, que en Europa, a principios de los ochenta, una red en la que se contaban varios exiliados latinoamericanos (Chacho incluido) y dirigida por el albañil navarro y anarquista Lucio Uturbia haya logrado estafar al First National City Bank (ahora Citibank) por una cifra que hoy equivaldría a 67 millones de dólares.

Pero el reseñista conoció al Chacho después, cuando le pasaron el borrador de Un viaje al cante(Recortes, 2019). «Te puede servir», dijo el compañero que lo ofreció, sabiendo que el que firma andaba trabajando una nota sobre los dolores de la zona sur del Municipio D (la de Casavalle, por ejemplo).

Chacho la había conocido a los 20 años, a causa de una buseca en el club Centella (escuadra cuyo mediocampista estelar terminó integrando la primera alineación del Cosmos de Estados Unidos). Había vuelto el 22 de diciembre de 1968 conduciendo un lunch expropiado a la Lion d’Or para que el «cante de abajo», el de Burgueño y Timbúes, tuviera con qué festejar la Nochebuena.

Y la recorrió otra vez a principios de la segunda década de este siglo. Es cuando se encrespa la ola punitivista y segregadora, y unos estirados noticieros uruguayos «meten sus cámaras en las calles de tierra y buscan los ranchos más ruinosos para impresionar a la audiencia. Impedidos de hacer primeros planos sobre rostros descuidados o dentaduras incompletas de algunos lugareños (los canales de televisión) intentan que el vecino hable mal del vecino de al lado o que buchonee libremente y sin pruebas», describía Chacho.

«Viejo tierno y chueco, con orejas grandes y mirada astuta, recorre indefenso una de las zonas más rojas de la ciudad», hizo constar su prologuista, Leticia Pérez de Sierra, trabajadora social y doctora en Ciencias Sociales. Chacho fue a oír, armado de esos generosos pabellones auditivos.

Ya debe sospecharse que, para el comentador, el autor de Crónicas… es un ser querido. En principio lo fue por amar consecuentemente las calles proletarias. Y las que hacen esquina, las del precariado. Calles a las que vuelve Augusto Chacho Andrés en las nuevas páginas, empezando por un trozo de ciudad que –en los cuarenta del siglo pasado– empezó a llamarse Pocitos Nuevo. La editora de esta sección –pocitence adoptiva– sospecha de tal nomenclatura. Una inolvidable antecesora suya (en ambos sentidos) ha alegado que el nombre es una grifa inventada por las inmobiliarias. Pero Chacho sabe por viejo. Nació ahí, en 1936. Cuenta que «en el nomenclátor, nuestro barrio figuraba como Costa del Mar, pero ese nombre no prendió entre los vecinos. Por los años cuarenta, alentados por el sueño batllista de la casa propia, sectores de clase media comenzaron a construir y la zona se fue poblando».

Traerse el sustantivo Pocitos para esos baldíos hablaba de aspiraciones. Poco más tarde llegó a ese rincón la familia Hughes-Galeano. Su vástago Eduardo, un adolescente que todavía firmaba Gius las caricaturas que le publicaban los socialistas de El Sol, sufrió la misma «crisis de identidad barrial que padecíamos todos», escribe Chacho. Cuando le preguntaban dónde vivía, decía el Buceo.

Luego el autor va creciendo, se pierde candombeando detrás de omnipresentes cuerdas, amplía el radio: La Mondiola, Villa Dolores, barrio Belgrano.

En el mapa actual del Instituto Nacional de Estadística, aquel mundo se resume en Buceo y Parque Batlle. Las cosas han cambiado bastante y donde hoy está el Montevideo Shopping por entonces estaban los leprosos y las putas del Hospital Fermín Ferreira. «Había mayoría de ranchos de lata bien cuidados, medio metro bajo el nivel de la calle y con fonditos plantados para la subsistencia familiar», recuerda el cronista. El narrador asegura que Juan Ángel Silva, el Cacique del conventillo Mediomundo y de Morenada –la célebre comparsa en la que la diosa Gularte plumereó su reinado–, era de barrio Belgrano, al noreste del ombú de Ramón Anador, «el Delta del Mekong» en años de subversión.

«¿Entonces el Cacique no era de Barrio Sur? ¿Eso es cierto?», preguntó quien escribe a Milita Alfaro, historiadora del carnaval. «Sí, sí. Muy correcto el dato. Juan Ángel es del Belgrano. De allí se va al Mediomundo, donde conoce a Muñeca, hija de Gregoria, capataza del conventillo; un personaje de novela», fue como empezó a responder.

Con todo, habría sido divertido encontrar objeciones que oponerle a Chacho. Se disfruta la discusión con él. Pérez de Sierra escribió: «El Chacho sabe demorar, porque sabe escuchar».

En Crónicas… se recuerdan polémicas políticas del anarquismo, que en el exilio porteño se convirtió en Partido por la Victoria del Pueblo. Al Chacho no le cerró del todo la mutación, parece. Tras la derrota que junio de 1973 había significado, «el nombre Victoria me parecía, por lo menos, exagerado», pone.

Exiliado en Francia, discutió con Hugo Cores, secretario general del nuevo partido, las responsabilidades que se le planteaban. Refiere los argumentos de Cores y los suyos. «Sentí que [Cores] tenía su parte de razón», comenta.

El padre de Uturbia, el albañil navarro, era comunista. Antes de morir le dijo: «Si naciera otra vez, sería anarquista». Al Chacho la vida le alcanzó para las dos cosas. Se alejó de la Unión de la Juventud Comunista a principios de los sesenta, cursando preparatorio nocturno en el IAVA (Instituto Alfredo Vásquez Acevedo).

«Fue traumático el cambio», confiesa. «Dejaba al “partido vanguardia de la clase”, con 1.000 millones de seres que habitaban el llamado campo socialista, apoyados en la ciencia marxista leninista», recuerda. Los anarcos le decían: «¡Vení con nosotros, que está todo por hacer!». Están bien tituladas estas crónicas.

Igual, el reseñista supone que los jóvenes no se detendrán tanto en esas páginas, que les interesará más conocer cómo, de golpe, rajando de Buenos Aires a París, el Chacho tuvo que acomodarse la falda de Edel, su compañera, para intentar asumir ante sus pequeños hijos los papeles que había encarado ella, entonces presa.

Creo que les va a gustar que el autor deje la conclusión de la etapa en la voz –nada condescendiente– de quien sigue siendo su compañera. O las primeras páginas, descarnadas, de su propia infancia.

El libro del Chacho es cortito. De sí mismo habla lo justo y tampoco es de los que se entretiene rizando el rizo. Una vez más, uno se queda deseando el próximo.

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