El cine iraní puede entenderse en dos corrientes disímiles que coinciden en haber conquistado una ferviente notoriedad internacional. La primera es encabezada por una generación que, en 1979, vio nacer una república de los escombros de la dinastía Pahlavi. En los noventa, nombres como Abbas Kiarostami o Mohsen Makhmalbaf esquivaban los modos de representación tradicionales, pero también impugnaban, desde la nobleza y la generosidad, los regímenes teocráticos iraníes. Estética es ética y deviene en política.
La otra corriente, más contemporánea, se asienta con el triunfo comercial de Una separación (2011), de Asghar Farhadi, y consagra a Ali Abbasi y a Mohammad Rasoulof como los dos grandes escuderos de esta vertiente. A través de obras que tocan distintos resortes morales, esta generación ...
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