Claudia (Ximena Ayala), una joven que trabaja en un supermercado y vive en un lugar inhóspito y solitario, es internada en un hospital con apendicitis. Su vecina de cuarto, Marta (Lisa Owen), con una grave enfermedad que al comienzo no se explicita, es madre –sin marido– de tres mujeres que van desde la treintena a la adolescencia, y de un niño. Esta mujer cálida y siempre rodeada por su tribu se interesa en la callada joven que no recibe visitas, y al salir ésta del hospital es invitada a subirse al Volkswagen amarillo de la familia. Desde entonces, la muchacha encerrada en sí misma comenzará poco a poco a abrir sus puertas afectivas, convocada por la corriente de un grupo humano variopinto, desordenado y cálido, y trabando relaciones diferenciadas con cada uno de los miembros de ese grupo. Esta línea argumental se parece a la de muchas otras películas sobre el encuentro, cuando un ser extraño irrumpe en la vida de otras personas y las cosas cambian para uno y para otros. Sin embargo, la debutante Claudia Sainte-Luce (nacida en 1982), con el aporte de la fotografía de Agnès Godard –colaboradora habitual de Claire Denis– se mueve en torno a ese esquema narrativo con una riqueza de matices y una naturalidad en situaciones y personajes que apartan a su película limpiamente del lugar común. Para empezar, diseña con riqueza ese grupo familiar –y con una acertada contribución del muy bien elegido elenco– haciendo así interactuar distintas generaciones y problemas, desde la hermana mayor con relaciones difíciles con los hombres hasta la adolescente bonita pero insegura, pasando por la veinteañera obesa y con tendencias dominantes, y el único varón, el más pequeño, oscilando con cierta entereza y humor en ese mundo predominantemente femenino. Por otra parte, no hay en toda la película ese tipo de escenas “reveladoras” con explicitación de situaciones o intenciones, esas puestas a punto que tanto se repiten en el cine hollywoodense cuando de asuntos de sentimientos se trata, como una necesidad perentoria de que todo sea aclarado. No, todo va sucediendo con un pulso cotidiano, creíble, que va cambiando las piezas de lugar sin que el espectador tenga conciencia de ese cambio. Por ejemplo, es obvio que la hermética Claudia recibe de Marta la atención maternal de la que carecía, pero a la vez, en un delicado juego de correspondencias, la joven va ocupando, por sucesivas instancias domésticas y sin siquiera tener conciencia de eso, un lugar similar al de esa madre enferma, que va retirándose lentamente de la vida.
Puede decirse que el viejo melodrama latinoamericano, en aquella de sus líneas que se ocupa de las mujeres sin hombre y al frente de una familia, una tradición persistente que las más de las veces se inclina a las versiones lacrimógenas, televisivas y redentoras de final feliz, encuentra con esta película una formulación de autenticidad y nobleza.
México, 2013. Estreno en cine Pocitos.