Puso de moda algunos apóstrofes caribeños (“genuflexo”, “trasnochado y abyecto Judas”, y culminó el 23 de abril de 2002, cuando Uruguay rompió, por segunda vez, relaciones con Cuba.
De la primera el lunes se cumplen 50 años. La revolución llevaba cuatro años. Ya había resistido la invasión de Bahía de Cochinos, pasado por la crisis de los misiles y sido expulsada de la oea. Todavía vivía el Che. Había cerrado un tratado comercial con Uruguay que por ese medio en un año llevaba vendidas a los cubanos 1.700 toneladas de carne y 12 mil de arroz.
En diciembre de 1963 el gobierno democrático venezolano que presidía Rómulo Bentancourt denunció a su par cubano ante la oea por intromisión en los asuntos internos. La Habana –alegaba– difundía trasmisiones radiales incitando a levantarse contra el gobierno de Caracas, y en las costas de la península de Paraguaná se había encontrado un cargamento de armas procedente de la isla con destino a los guerrilleros venezolanos.
La oea formó una comisión investigadora que el 24 de febrero de 1964 presentó su informe: la actitud de Cuba ante Venezuela configuraba una “política de agresión”, concluía. El presidente mexicano Adolfo López Mateos sostuvo que la discusión del caso debía darse en la onu y no en la oea, y el brasileño João Goulart lo apoyó, pero pocas semanas después terminaría pidiendo asilo en Uruguay pues había sido derrocado. La dictadura brasileña fue inmediatamente reconocida por Estados Unidos y rompió con Cuba igual de rápido.
Acá gobernaban los blancos. Todavía había colegiado. El Consejo Nacional de Gobierno (cng) estaba integrado por seis blancos y tres colorados. Se sentía el viento del Norte: durante la prolongada crisis ministerial de mayo y junio algunos militares (Ventura Rodríguez, Mario Aguerrondo), seguramente acicateados por los brasileños, habían amenazado con un golpe y terminado por imponer un ministro de Defensa de su gusto.
El 17 de julio, cuando el cng discutió la cuestión cubana, Marcha publicaba que Fidel había declarado al New York Times que estaría dispuesto a suspender su apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina si Estados Unidos y sus aliados paraban de alentar acciones subversivas contra Cuba. Tras presentar el informe, el canciller Alejandro Zorrilla de San Martín dijo que daba por descontado que el cng votaría en contra de la ruptura de relaciones, que era la sanción que estaban proponiendo otros países latinoamericanos. Alberto Abdala (colorado de la 15) fundamentó en ese sentido: no se habían oído los descargos de Cuba; el orden público venezolano gozaba de perfecta salud; las relaciones comerciales no se supeditaban a consideraciones políticas, y las sanciones llevarían a un endurecimiento del régimen cubano. ¿Por qué –preguntaba– si Estados Unidos dialogaba con la urss y De Gaulle con China comunista, Uruguay no podía conversar con Cuba? Su colega Washington Beltrán (blanco de la ubd) hubiera preferido abstenerse, pero la decisión salió al final por unanimidad: resistir las sanciones.
Con tales instrucciones marchó Zorrilla a la IX Reunión de Consulta, que era el organismo que la oea había convocado para dirimir la cuestión. Y perdió. Por 15 votos (nueve de dictaduras) contra cuatro la oea resolvió ordenar a sus miembros romper relaciones con Cuba. Además de Uruguay votaron en contra México y Chile. Bolivia se abstuvo. Zorrilla vino con que en realidad una medida de ese tipo debía contar con la aprobación del Consejo de la Seguridad de la onu. A Óscar Gestido (colorado, de la 14) no le gustó: “Son subterfugios. Debió haberlo dicho antes. Debió haberlo dicho en la oea”, le dijo. Y los consejeros pidieron informes técnicos para resolver cómo seguir.
Hubo más de un mes de polémica pública. La embajada estadounidense le contaba al Departamento de Estado que El Debate, del senador herrerista Eduardo Víctor Haedo, “rivalizó con El Popular y Época en sus ataques a Estados Unidos, sus críticas a la reunión de cancilleres y su oposición al acatamiento de las medidas”. Otro herrerista, Alberto Heber, comparó los favores de Cuba a la guerrilla venezolana a los que Brasil había brindado a “las huestes de Aparicio Saravia”. Claro que El Día (de la 14), La Mañana y El Diario (colorados independientes), El Plata y El País (de la ubd) cumplieron el papel opuesto. Entre tanto Acción, de la 15, se llamó a silencio.
El 8 de setiembre el cng volvió al punto. Para entonces Chile y Bolivia también habían roto relaciones con Cuba. Sólo las mantenían México y Uruguay. Pero Zorrilla ahora proponía romper. La 15 se opuso: “Vamos a castigar a Cuba ¿y no vamos a sancionar a los que tienen las cárceles llenas, a los que no convocan elecciones, a los que echan presidentes constitucionales? (…) pero ¿en el Caribe no hay presidentes vitalicios? Y esos ¿tienen autoridad para condenar a Cuba”, argumentó Abdala. Gestido apoyó a Zorrilla. El gobierno había jugado su carta y perdido. Tocaba “cumplir, lisa y llanamente. Como se cumplió, sin reservas y sin protestas (…) en el caso de la República de Santo Domingo”. Votaron por la ruptura Gestido y cinco consejeros nacionalistas. En contra: Heber, Abdala y Amílcar Vasconcellos (también quincista).
“El caso de la República de Santo Domingo” había sucedido en 1960, cuando el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo llevaba 30 años en el poder. Se había comprobado que el tirano había apoyado un levantamiento militar contra el presidente venezolano, que el atentado cometido contra ese mandatario el 24 de junio había sido planificado en Ciudad Trujillo y que la dictadura había proporcionado a los conspiradores hasta el dispositivo electrónico para controlar la bomba que debía matar a Bentancourt. La VI Reunión de Consulta había dispuesto entonces, por unanimidad, la ruptura de relaciones con Santo Domingo. Es cierto que para entonces Estados Unidos ya había decidido soltarle la mano a Trujillo. E igualmente lo es que Raúl Roa, canciller de la Cuba revolucionaria, también había votado la ruptura “y no reclamó la competencia del Consejo de Seguridad”, como apunta la historiadora Clara Aldrighi en ese relato que propone en Conversaciones reservadas y que venimos sustancialmente siguiendo, un relato hacia atrás que alumbra en esto conductas menos obsecuentes que las que denunciaba, por ejemplo (y el ejemplo también lo sugiere Clara), don Carlos Quijano.
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Y se puede ir más atrás. No para terminar de entender. Para no terminar de preguntar: quien sí había reclamado la intervención del Consejo de Seguridad había sido, diez años antes, Jacobo Arbenz, presidente de la Guatemala contra la que se preparaba el golpe del general Carlos Castillo Armas al mando de un ejército de mercenarios hondureños y asesores estadounidenses. Inglaterra y Francia les sacaron las castañas del fuego a los yanquis en el susodicho consejo, que derivó el asunto a la oea. Allí Estados Unidos lograría hacer aprobar una declaración “contra la intervención del comunismo internacional” que justificaría el golpe. Guatemala la votó en contra. México y Argentina –todavía peronista– se abstuvieron. Uruguay propuso modificarla pero finalmente la votó.
En esos años el escenario de una invasión argentina a Uruguay resultaba verosímil (al año siguiente “don Luis” despacharía a Seregni con la misión de obtener munición de artillería que temía necesitar). “El voto uruguayo fue obtenido (luego) de señalar informalmente (al) presidente de la delegación uruguaya que el apoyo que podían esperar de Estados Unidos en caso de agresión argentina dependía en gran medida de la posición anticomunista… en la conferencia”, explica un memorando de la cia fechado el 29 de marzo de 1954.