Transgénicos, agrotóxicos, bioseguridad
—¿Por qué el silencio?
—Lo que pasa es que los organismos genéticamente modificados forman parte de un modelo que se aplica mejor si no hay discusión.
Es un asunto con muchas aristas. La que cito siempre en primer lugar es la económico-política, que tiene una base geopolítica: a cada lugar del mundo se le ha asignado desde los centros de poder un papel, una función en materia de producción de insumos, de commodities. Y a nosotros nos ha tocado ser parte de la república sojera del Sur.
Está luego la arista científica. De ahí surge el modelo, de las investigaciones científicas, pero en realidad es un nivel sin poder real de decisión. Quienes toman las decisiones son las grandes empresas biotecnológicas, a las cuales no les interesa discutir sobre la seguridad de los productos que generan, como tampoco les interesa hacerlo a los científicos que trabajan para ellas. Las otras aristas son la de la salud, la cultural, la medioambiental, la bioética…
—¿Hay gente trabajando en el tema en Uruguay?
—No mucha. Y menos aun desde un punto de vista independiente. Aquí en la Facultad de Ciencias hay dos grupos. Puede haber otro en Agronomía, y en el inia, pero en este caso no se trata de científicos independientes sino de gente que cree en el modelo. Tal vez no crean tanto en las compañías trasnacionales, pero ahí tendrán un problema, porque cuando logren un producto patentable, ¿quién les va a comprar la patente? ¿Hasta dónde uno es independiente al desarrollar un transgénico, vistas las enormes presiones que reciben de las grandes empresas?
Después estamos los científicos que abordamos el tema desde otra óptica. En mi caso particular lo abordo desde dos aspectos: uno es el de la materia prima y el otro el de la alimentación. En ambos casos lo he hecho a partir de demandas de la sociedad civil, de asociaciones que se nos acercaron con preocupaciones. Yo estaba trabajando en otro tema, cuando tomé contacto por primera vez con éste y encontré oportunidad de desarrollar experiencias en laboratorio. Fue cuando un grupo de productores orgánicos de maíz llegó a la facultad preocupado por saber si sus cultivos estaban siendo contaminados por el maíz transgénico. Las empresas semilleras les decían que no, les aseguraban que es perfectamente posible la coexistencia entre las dos producciones, la orgánica y la modificada genéticamente, y nosotros terminamos demostrando que no es así. Uruguay es un país muy ventoso, lo que facilita la difusión de las semillas trans por todos lados, pero en realidad el modelo de coexistencia regulada está en crisis en el conjunto del planeta. Y obviamente a las grandes compañías semilleras no les interesa en lo más mínimo si se da o no contaminación. ¿Por qué les interesaría? Paralelamente, los organismos estatales de regulación, a los que el tema debería sí importarles, se ven desbordados y reaccionan haciendo la del avestruz o pura y simplemente con inopia. El resultado de todo esto es que no hay herramientas para impedir la contaminación de la producción orgánica por la transgénica: se ha encontrado maíz modificado hasta en la Quebrada de los Cuervos, por intercambio de semillas. Y eso sucede también porque las empresas venden las semillas transgénicas sin etiquetado claro, lo que hace que un productor del Uruguay profundo no sepa con seguridad si la semilla que compró está o no genéticamente modificada: le pueden llegar a decir que no lo es, y sí lo es.
—Decías que en tu laboratorio trabajaban también sobre los alimentos.
—Sí, y es el aspecto en el que estamos actualmente más concentrados.
En 2008 vinieron a la facultad un grupo de asociaciones interesadas en saber si la polenta consumida en Uruguay tenía componentes transgénicos. Nos contactamos entonces con la división Salud de la Intendencia de Montevideo, que nos entregó un muestreo de 20 polentas, todas codificadas, sin que aparecieran las marcas. Cuando las analizamos en laboratorio, vimos que todas (pudimos extraerle el adn a 18) tenían componentes transgénicos. A partir de ahí empezamos a buscar transgénicos en otros alimentos, como quesos de cabra, hamburguesas de carne, snacks, cereales para el desayuno. En los quesos de cabra encontramos que el almidón de maíz es Bt, en los panchos y hamburguesas aparecieron adiciones con pasta de soja RR. También encontramos maíz transgénico Bt en los snacks y en los cereales.
Una cosa interesante: estas experiencias nos permitieron ir desarrollando recursos humanos de grado y de posgrado y afianzando infraestructura en esta materia, algo a lo que yo le doy especial prioridad. Y lo hicimos en colaboración estrecha con la división Salud de la Intendencia de Montevideo, que el año pasado concretó una fuerte inversión en aparatos de última generación para analizar la presencia de transgénicos en alimentos (véase recuadro).
—¿Notás una mayor sensibilidad respecto al tema en los últimos años en la Universidad?
—Sí. Una evolución positiva de los últimos años es que en la Udelar se ha ido extendiendo la preocupación por generar un debate. A nivel de rectorado y de pro rectorados (investigación, extensión, enseñanza) hay gente sensible al tema y hemos recibido apoyo. El problema es que la Universidad carece de recursos económicos suficientes.
Por otro lado, hemos ido generando un núcleo interdisciplinario interesado en los temas de transgénicos y bioseguridad. Allí hay gente de diversas facultades (Medicina, Química, Ciencias, Agronomía, Nutrición, Derecho), del Clemente Estable y de la sociedad civil.
Los científicos que estamos en este núcleo damos la cara, en el sentido de que nos interesa que haya un debate. Las compañías y algunos organismos reguladores, el poder político también en muchos casos, sostienen que los transgénicos son seguros desde el punto de vista sanitario y nosotros preguntamos de dónde sacan eso. La mayoría de las veces lo sacan de los estudios realizados por los científicos que trabajan para las propias compañías. Y resulta que hay otros experimentos, sobre animales, que van en sentido contrario. Los transgénicos, además, no vienen solos, vienen con un paquete asociado de productos agrotóxicos que nos preocupan sobremanera: sabemos de muchísimos casos de contaminación por fumigaciones con esos productos y sabemos igualmente que una parte de esos agrotóxicos quedan en el grano.
Este es un tema muy polarizado en el que muchos prefieren no intervenir. Los que están a favor no se pronuncian o lo hacen a través del gobierno.
Organizan debates, pero invitan a gente que tiene apoyos en las grandes compañías del sector, y el contenido de sus cursos está basado en una ciencia perimida, en la que se respaldan las propias trasnacionales para sacar sus productos.
—¿A qué te referís cuando decís que se basan en una “ciencia perimida”?
—La biología ha avanzado enormemente en los últimos años, al punto que las grandes verdades que dábamos en el salón de clases ya no las podemos sostener. Vos no podés aplicar un modelo como éste sin tener en cuenta que opera con interacciones complejas, en un contexto en el que cada componente incide en el otro. A mí no me pueden venir con un discurso del tipo: “introduje un gen en una planta y lo único distinto en la planta es ese gen y el resto es igual”. Es una mentira enorme. Las técnicas modernas consideran a la planta como un todo y la relacionan con el entorno en el que se desarrolla. En este caso no se la puede analizar sin tener en cuenta que vive en un entorno sometido a una alta presión de pesticidas, en el que sufre un cambio mucho mayor que la mera introducción de un segmento de adn. Cómo impacta ese cambio en la salud del consumidor es lo que no se sabe aún porque no hay demasiados estudios al respecto.
—¿La Universidad participa en alguna instancia de evaluación estatal de los productos transgénicos?
—Durante tres-cuatro años intervino en el Comité de Articulación Interinstitucional (cai), junto al msp, el latu, la Dinase, el Clemente Estable, entre otros. Pero hace dos años nos retiramos porque nuestro malestar era creciente respecto a su forma de funcionamiento. El cai no es vinculante, se puede opinar pero nada más. Reclamamos que la opinión de la Universidad fuera pública, cosa que no lo era. También que el Estado apoyara el trabajo en estos temas, y el trabajo sigue siendo honorario, lleva mucho tiempo y es como jugar con la cancha flechada, con el aditivo de que desde el punto de vista personal y profesional es muy frustrante.
Nuestra estrategia actual es fortalecer dentro de la Udelar un equipo interdisciplinario sobre bioseguridad, transgénicos y paquete asociado para luego eventualmente volver al cai bajo otras reglas del juego.
El sistema de evaluación, además, tiene una debilidad fundamental: se nos pedía que analizáramos la planta transgénica aislada del paquete tecnológico. Y al paquete tecnológico se lo dejaba de lado.
Lo que nosotros queremos es que se hable, que no se maneje el tema con la ley del silencio. A nivel científico, Uruguay tiene la oportunidad de generar toda la estructura necesaria alrededor del tema. Podemos ser referentes en la región montando laboratorios para analizar transgénicos en alimentos, en las semillas, cómo se comportan en el campo. Cuando se va a aprobar un transgénico y las compañías nos ofrecen un dossier deberíamos ser capaces de replicar esas pruebas: ¿es realmente como dicen las empresas? En Estados Unidos no hacen esos estudios y en otros lugares dicen: “como se aprobó en tal lado, también acá”. Tenemos una enorme oportunidad de distinguirnos y ya contamos con los recursos humanos necesarios.
—Cuando hablabas de investigaciones preocupantes sobre transgénicos, ¿te referías por ejemplo a las que llevó a cabo el francés Gilles Seralini?1
—Sí, a las de Seralini y a las del argentino Andrés Carrasco,2 entre otras. A Seralini se lo puede criticar por la espectacularidad mediática con que se movió, por el hecho de ser muy personalista, tal vez por alguna de sus conclusiones, pero el suyo fue un trabajo serio, llevado a cabo con los mismos protocolos que emplean los laboratorios de las grandes compañías, y fue el primero desarrollado a largo plazo. De su investigación se desprende que el consumo de transgénicos produce en las ratas envejecimiento acelerado prematuro, con lo cual los tumores que él ve aparecen más prontamente porque el glifosato, el herbicida asociado al transgénico, es un veneno potente. Se nos hizo pensar durante años que el glifosato era inocuo –yo mismo me tragué la pastilla–, hasta que Andrés Carrasco nos abrió los ojos con sus investigaciones. No sólo el glifosato, sino también los coadyuvantes que hacen que el glifosato entre a la planta y los productos de degradación del glifosato. Todos son recontratóxicos.
La campaña de desprestigio a la que fueron sometidos tanto Seralini como Carrasco por parte de las empresas fue tremenda.
Las denuncias sobre las presiones a científicos independientes que han llegado a conclusiones cuestionadoras del modelo han aparecido hasta en publicaciones académicas muy poco sospechosas de estar contra los modelos de gran producción. Es terrible lo que les ha sucedido: en Estados Unidos en su gran mayoría han sido obligados a cambiar de tema o a abandonar la ciencia.
Carrasco decía que estamos en un momento en que los científicos nos vemos obligados a demostrar la realidad en el laboratorio, cuando la realidad está ahí pero nadie la quiere ver.
—¿Y acá qué sucede? Sería raro que no hubiera presiones…
—No las conozco a un nivel tan grande. Estamos esperando el marronazo, sobre todo de parte de las empresas.
1. Véase Brecha, 28-IX-12.
2. Véase Brecha, 16-V-14.
El gran paso adelante
Martínez Debat contó a Brecha que uno de los principales avances que se han producido hasta ahora en materia de bioseguridad en Uruguay se dio a nivel municipal, en la capital.
Tiempo atrás, dijo, el núcleo interdisciplinario formado en torno a científicos de la Udelar y del Clemente Estable y organizaciones sociales presentó a la Comisión de Salud del Parlamento un proyecto de ley tendiente fundamentalmente a estipular el etiquetado obligatorio de los productos con contenido transgénico. “Quedó encajonado, pero aprovechamos la bolada y lo llevamos a la Intendencia, que ya había comenzado a aplicar su plan de alimentación saludable. La División Salud recogió el guante y aprobó una resolución realmente muy importante por la cual a partir del 1 de enero de 2015 los alimentos que contengan más de 1 por ciento de transgénicos y se comercialicen en Montevideo deberán estar etiquetados. Es una resolución de alcance municipal, pero como la Intendencia de Montevideo es la referente a nivel bromatológico en el conjunto del país es probable que al menos algunas intendencias del Interior la adopten.”
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Seminario en cancillería
“Como parte de la movida del grupo interdisciplinario tratamos de encontrar oportunidades de crecer académicamente. Yo tengo una buena relación con la unam de México en análisis de cultivos y alimentos, y a partir de esa colaboración nos pusimos en contacto con académicos noruegos que a su vez tienen una pata de cooperación con Brasil, donde biólogos uruguayos hemos ido a formarnos en bioseguridad. Gracias a la acción pertinaz de cancillería, que en estos temas nos ha dado un apoyo irrestricto, logramos que esta vez el curso se haga en Montevideo, con presencia de un equipo de seis noruegos, que son de primer nivel y abordan el tema desde una mirada holística. Será una buena oportunidad para formar a la gente que está en gestión de riesgos en bioseguridad con una visión distinta a la que se les pretende ofrecer siempre.” n
(El seminario se desarrollará hasta hoy viernes en cancillería. Habrá otro, organizado por Slow Food, y sobre etiquetado de alimentos transgénicos, el viernes 12, en el Centro Cultural de España.)
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Principio de precaución
“En lo personal prefiero no comer transgénicos, aun cuando sé que los estoy comiendo de todas maneras. La principal razón es que no se ha demostrado que sean seguros, y hay motivos serios para dudar de que lo sean. Las plantas trans vienen, para peor, con el herbicida asociado, al cual también me lo estoy comiendo y no tengo por qué hacerlo. Sólo un dato: cada vez hay más enfermedades crónicas no trasmisibles, y esa expansión coincide con la aparición de transgénicos en la dieta.
Por otra parte es una tremenda mentira que los transgénicos solucionen el hambre en el mundo, cuando éste, básicamente, es un problema de distribución. Si se hiciera una distribución racional de la tierra, con un plan de manejo sustentable, la realidad sería muy otra y la ingeniería genética bien podría colaborar con esto. Quienes defienden la producción transgénica por su mayor rendimiento que la tradicional, no sólo no tienen en cuenta que eso es verdad solamente a corto plazo sino sus costos asociados, ambientales y sociales. Y el modelo transgénico es como una topadora que arrasa con todo, de la mano de las grandes empresas, que son las únicas capaces de patentar un desarrollo biotecnológico por el dinero que se requiere para ello. Hoy los estados compran el paquete a las trasnacionales, porque no tienen fondos suficientes como para invertir a largo plazo.”
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