Y sí, ganó el No, como se pronosticaba, aunque el margen fue bastante mayor del esperado: 55 contra 45 por ciento, o sea que cuando las papas empezaban a quemar, la característica prudencia de los escoceses se alzó de golpe, tal el monstruo del lago Ness, de entre las brumas de la indecisión. Contó con el apoyo de las promesas improvisadas de los tres líderes políticos del sur, que se concretaron, si vale el término, en una carta abierta en la portada del diario popular Daily Record, el martes 16, dos días antes de los comicios. En realidad el compromiso fue bastante vago, y aparte de declarar que la salud pública continuaría siendo asunto completamente autónomo y que se mantendría la “fórmula Barnett”, que otorga un presupuesto algo mayor a Escocia que a Inglaterra y Gales (aunque no tan alto como a Irlanda del Norte), la carta declaraba que los poderes incrementados del Parlamento escocés se fijarían mediante un proceso que cada uno de los partidos comenzaría a definir a partir del día siguiente al voto negativo. De esto se desprende, es de suponer, que Escocia podrá continuar con mejores provisiones sociales, una universidad casi gratuita (frente a una matrícula de 9 mil libras en el resto del Reino Unido), y una salud pública más generosa.
El otro factor que jugó un papel decisorio fue, si se acepta la opinión calificada de un catedrático de comunicación de una universidad escocesa que estudió los noticieros durante toda la campaña, la parcialidad de los medios, y en particular de la Bbc. Cosa normal, se podría argumentar, ya que se trata de una entidad británica, pero también de ella se espera tradicionalmente la “objetividad”. Ya se ha formado algún grupo entre los decepcionados del Yes que agitan por el boicot del canal oficial y por lo tanto el cese de la contribución que se paga en este país por la trasmisión sin reclames. Hasta ha habido un par de señales, poco discutidas, de que la reina, esa entidad también proverbialmente neutral que existe más allá de los partidos, estaba por el No –la primera cuando le dijo a un vecino, durante una visita oficial a un pueblo, que debería pensar muy bien antes de votar; la otra declarada por el primer ministro David Cameron al alcalde de Nueva York durante una charla privada que igual fue grabada, en la que contó que al darle la noticia por teléfono la monarca respondió con un “ronroneo” de alivio.
En el momento inmediato al resultado hubo tristeza y decepción entre los independentistas, que vieron derrumbada la posibilidad de un nuevo comienzo más igualitario, con derecho a aceptar inmigrantes capacitados cualquiera fuese su origen y a deshacerse de los submarinos atómicos del río Clyde. En un agudo artículo para The Guardian, el novelista Irvine Welsh pronosticó que la independencia llegará, pues ha habido un renacimiento de entusiasmo político en la nación y el bando del No es sobre todo de los más veteranos. La gente del No, por su parte, ha dado un gran respiro, tanto en estas islas como en varios puntos delicados de Europa –España, Italia y Bélgica–, desde donde vinieron muchos a apoyar las marchas por el Yes en Edimburgo.
Confieso que fui de los indecisos y que a último momento casi me sorprendí a mí mismo. No sé si fue un comentario de un conocido (para más datos norirlandés) muy enojado por la arrogancia de la oferta que hicieron los políticos ingleses sin consultar al Parlamento ni, decía, a él mismo (o sea, al electorado); o que en estos momentos estoy trabajando sobre el Ariel de Rodó, que trata sobre el volver a empezar y propone el idealismo como guía de acción para “la América que nosotros soñamos” –y al que muchos lectores mezquinos le echan en cara la falta de datos duros sobre el proceso de mejora económica y social–. Así que cuando me encontré frente al simple papelito (sin sobre, para agilizar el conteo luego), mis dedos pusieron la equis en la caja superior.
¿Qué ha sucedido políticamente desde entonces? No demasiado. Hubo en primer lugar una declaración de Cameron que plantó la incertidumbre: los cambios para Escocia deberán evolucionar conjuntamente con una mayor autonomía para Inglaterra, y con la resolución de lo que se ha dado en llamar “la cuestión de West Lothian”. Lo primero tiene que ver con una visión levemente federalista del Reino Unido mediante la cual las varias regiones ganan control de sus asuntos. Lo segundo viene de un planteamiento que hizo hace más de tres décadas el diputado de un condado escocés (West Lothian, cerca de Edimburgo) sobre lo extraño del hecho de que mientras los escoceses deciden ellos solos sobre temas que les conciernen (por ejemplo, la mentada salud), sus diputados en Westminster tienen voto sobre asuntos que no les afectan directamente (por ejemplo, la salud de Inglaterra). Aunque parecería sencillo solucionar la paradoja, en realidad no lo es tanto. Para empezar, está el tema de la definición de lo que es jurisdicción inglesa y no británica, que no siempre estaría clara. Pero además hay dos aspectos específicos que anotar. Por un lado, tal discriminación devaluaría la idea de la Unión, que era intrínseca al voto por el No que los tres partidos tanto machacaron. Por otro lado, afectaría negativamente a dos partidos nacionales con un alto porcentaje de diputados escoceses: tanto los liberales como los laboristas perderían votos a favor de la legislación inglesa que quisieran introducir en contra de los tories.
Una consecuencia sí muy probable es que a partir de ahora la edad para votar se reduzca a 16 para las elecciones nacionales, pues los jóvenes escoceses demostraron entusiasmo y madurez al hacerlo aquí por primera vez. Así lo sugirió Alex Salmond, el primer ministro escocés, y lo repitieron hasta ahora liberales y laboristas.
Los que salieron mejor parados del trance fueron los escoceses Salmond y Gordon Brown. El primero demostró no sólo ser gran político, sino además hombre de principios, pues renunció la mañana siguiente a los comicios, aunque aseguró que seguirá trabajando, entre bastidores y como diputado común y silvestre, por la independencia de su país. (Lo remplazará con seguridad Nicola Sturgeon, su vice actual y una aguda política escocesa.) En cuanto a Gordon Brown, probó que tenía más carisma del que se le había reconocido antes, cuando sucedió a Tony Blair como líder laborista y primer ministro británico, y que el actual líder Ed Milliband (que no le reconoció el mérito en público), y surge como el mayor motor de los nuevos poderes que se le otorgarán al Parlamento de Edimburgo. Ninguno de los dos, por cierto, tiene aspiraciones a continuar en la vanguardia de la política, según han declarado, por razones de edad –aunque sólo tienen 59 y 63 años, respectivamente (qué diferencia con los últimos presidentes de Uruguay).
Habrá que esperar unos cuantos meses para que se concreten los cambios a nivel escocés y británico en general, según lo que informen las comisiones encargadas del asunto. Pero lo que queda claro es que la consulta del 19 pasará a la historia británica y europea como un hito de renovación democrática en un mundo donde desde hace décadas ha tendido a dominar la apatía.