Business are business, y los chinos los acostumbran hacer cada vez más. Venden de todo, los neopoderosos asiáticos, en el mercado internacional. Tan de todo que hasta se han lanzado en el negocio de las picanas, los grilletes, las esposas, las “piñas americanas”, las sillas de sujeción, los inmovilizadores de cuello, los aturdidores y otros instrumentos de tortura. También armas varias para diversas policías, con destino a la represión interna “legal”. A mediados de setiembre Amnistía Internacional difundió un informe en el que dice que 134 empresas chinas están dedicadas a la fabricación de esas linduras. Más de un tercio (48) colocan su mercadería en el exterior, y varias son estatales o paraestatales.
El documento, titulado “El comercio chino de instrumentos de tortura y represión”, dice que en los últimos años se han notado en China “incesantes prácticas represivas en todo el sistema de mantenimiento del orden”, y que la necesidad que tiene el país de “ganar mercados en todo el planeta” y colocar sus crecientes excedentes de producción hace que las empresas busquen “nichos” fuera de fronteras: los encuentran sobre todo en África y en Asia. Pekín no se caracteriza precisamente por regular y controlar este comercio, pero no es el único que hace la vista gorda. También la hacen la muy civilizada Europa y el muy democrático Estados Unidos. “El comercio mundial de estos productos está pobremente controlado, e incluso los países con regulaciones más desarrolladas, como Estados Unidos y los de la Ue, necesitan introducir mejoras y eliminar vacíos legales a medida que nuevos productos y tecnologías entran en el mercado”, afirma la organización.
Amnistía reclama algo tan cuerdo y tan lejano en su concreción como prohibir la fabricación y venta de estas armas y el enjuiciamiento de quienes las promueven. “Hay que evitar que instrumentos de horror como estos caigan en manos de fuerzas represivas de países que se sabe que practican sistemáticamente la tortura o maltratan a sus ciudadanos”, pide beatíficamente un dirigente de la asociación, exigiendo también que “se establezca una supervisión internacional de las exportaciones de armamento destinado a las policías” del mundo.
Pero China no está sola. Lejos de ello. Aunque ha desplazado al Reino Unido del quinto lugar en exportaciones de armamento, sigue ubicada a mucha distancia del pelotón encabezado por Estados Unidos, Rusia y Francia en ventas de armas que pueden acabar en manos de estados o grupos tan “poco recomendables” como los que adquieren los instrumentos de tortura chinescos. Con la diferencia de que estas tres potencias promocionan su producción en ferias internacionales, donde la presentan como naturalmente necesaria para proveer de recursos de defensa a los distintos países, en toda legalidad y legitimidad. Una de esas ferias –la mayor, aparentemente– se llama Eurosatory y se realiza en París todos los meses de junio. Dicen los mercaderes de armas que es una maravilla: allí uno puede encontrar desde fusiles hasta misiles, pasando por municiones supersofisticadas como las que ofrecía la empresa sueca Bofors en la edición 2012: las balas Nammo ecofriendly, sin plomo ni otros metales ambientalmente agresivos, pero de una precisión letal sin competencia. “Su corazón de acero proporciona una inmejorable penetración”, alardeaba el folleto que se repartía a los visitantes. El textito de Bofors, una empresa que en su tiempo fuera propiedad de un luego arrepentido Alfred Nobel, terminaba con esta hermosa frase: “Somos el camino perfecto hacia la verdad absoluta”.