Quien pretenda enseñar a leer dele lugar al placer, argumenta esta maestra y máster en educación que participó en el primer simposio sobre enseñanza de la lectura en nuevos contextos de aprendizaje.1 De las doce conferencias escuchadas sólo la suya, y la de una colega argentina, citaron ese elemento que merecería otro simposio y provocó esta entrevista.
—¿A qué responde esta lupa analítica sobre un cometido natural de la escuela?
—Estoy casi segura de que hay preocupaciones en torno a la alfabetización. A pesar de las actualizaciones en lectoescritura que los maestros han venido preocupándose por adquirir, cuando hablás con ellos enfatizan que el mandato social que recibieron, y cumplen, es el de alfabetizar. Aunque los espacios para la lectura no sean tan abundantes como deberían. Cuando yo era niña alfabetizados eran quienes sabían firmar o leer un pequeño texto; hoy, tal como demostró la especialista argentina Emilia Ferreiro, que trabajó alfabetizando comunidades indígenas mexicanas, leer es bastante más que reconocer un código. Y leer en la escuela es bastante más que leer en voz alta; es algo que abarca desde el conocimiento de los distintos textos que la sociedad pone en circulación, hasta el disfrute que proporciona, por ejemplo, la literatura.
—Escuché todas las conferencias y el factor placer sólo apareció en la tuya, y en la de la argentina Mirta Torres.
—El placer necesita espacios, sólo con animar a un niño a leer no basta. Si bastara, no existirían analfabetos funcionales, personas que aprendieron a reconocer el código pero, a fuerza de no ejercerlo, lo perdieron. ¿Qué perdieron? Precisamente, el gozo de leer.
—¿Cómo pueden generarse esos espacios?
—Combinando distintas estrategias. Aprovechando, como sugirió Mirta Torres, las experiencias narrativas que los niños puedan traer de sus entornos familiares.
—El cuento memorizado antes de saber leer.
—Exacto, en Uruguay existió, en los ochenta y noventa, una red de alfabetización integrada por maestros y maestras que trabajaban desde estas perspectivas, conectados con especialistas de la región. Se reunían en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, e introdujeron significativas modificaciones en las prácticas de enseñanza de la lectoescritura. En una investigación de la que participé hace años, tomamos dos grupos de escolares, uno de un colegio privado de alto nivel y el otro de una escuela pública de contexto crítico. La maestra de la escuela trabajó con nosotros durante todo el año y al final uno de los niños más vulnerables, que al principio no sabía ni que los libros existían, pidió para pasar a leer. Tomó el libro, lo abrió correctamente, leyó inventando el argumento y cuando terminó dijo: “colorín colorado, este cuento ha terminado”. Aunque para la evaluación pedagógica ese niño no esté en condiciones de ser promovido, en términos de aprendizaje lector dio un salto cualitativo fenomenal.
—¿Qué hizo, la maestra, para conseguir ese avance?
—La colega argentina Delia Lerner dice que si no tenés espacios de lectura en la realidad, podés crearlos en la ficción. La maestra hizo eso, tomó un rincón del aula como espacio de biblioteca, lo llenó de libros atractivos, trabajó el rol de cada letra en una palabra, y de las palabras en una frase, invitó a “cocinar” en grupo para poder leer recetas y también buscaron, cómo no, información sobre los peces. Porque ojo con las falsas dicotomías, cuando leo porque quiero saber sobre la vida de los caracoles, también estoy disfrutando.
—Los diseños curriculares, entonces, deberían jerarquizar el contento que la lectura ofrece.
—No puedo hablar por el sistema escolar, pero sí repetir las preguntas que formulé en el simposio: ¿cuánto se lee en la escuela, quiénes, para qué? ¿Es un disfrute para todos los involucrados en ella? ¿Y para los padres? ¿Están dados los espacios y los tiempos para eso? La escuela, hoy, es un concepto ampliado, es una construcción social, cultural y administrativa que nos responsabiliza a todos. Así como ofrece clases de gimnasia, debería ofrecer espacios de gozo y reproducción lectora. Sin presiones, ni dirigismos.
—Punto clave, el derecho al silencio pos lectura.
—Claro, si uno libera al niño de ansiedades evaluatorias, él es muy capaz de contar lo que leyó, no en términos de cantidad de personajes, ni “lógica” de la trama, sino en la dimensión que importa, la vivencial. Lo que le pasó con eso, más que lo que retuvo. Son beneficios que una prueba de opción múltiple nunca identificará.
1. “Primer simposio sobre enseñanza de la lectura: Leer en los nuevos contextos de aprendizaje”, organizado por el Plan Nacional de Lectura del Mec, el Programa de Lectura y Escritura en Español de la Anep y el Plan Ceibal, ocurrió el 29 de setiembre en la Intendencia de Montevideo y convocó a panelistas de Francia, Colombia, Argentina y Uruguay.