Pero tenía también mucha cercanía con los cantores criollos de antes: su amor por Los Olimareños, Zitarrosa, Velásquez y Gardel iba mucho más allá de la reverencia militante, era capaz de reproducir esa música con swing, con el sabor auténtico de quien siente esos estilos como cosa viva, ayudado por su voz y su guitarra potentes y llenas de recursos. Sus primeras grabaciones aparecieron en una ensalada de 1987, luego sacó un casete solista en 1994, lanzado el mismo año en un memorable ciclo de espectáculos.
Muy pocos tuvieron la suerte de conocer esas canciones. Mientras tanto Lamolle empezó a dirigir la murga La Gran Siete, formó Los Mareados, fue uno de los monitores pioneros de Murga Joven. En esos ámbitos sí tuvo una exposición tremenda. Su veta cancionística quedó circunscrita a sus muy esporádicas actuaciones como integrante, desde 1989, del grupo Asamblea Ordinaria.
Así que, para muchos, este su primer CD1 es como si fuera su debut solista. Es probable que tenga mucha más repercusión que el fonograma de hace 20 años. Algunas de estas canciones fueron estrenadas en aquel espectáculo de 1994, algunas ya fueron grabadas con Asamblea. El disco pasa totalmente por alto la faceta murguística de Lamolle.
Su música suena tan peculiar hoy como hace 30 años. Su costado tanguero arrabalero ya no está tan aislado (existe, por ejemplo, el Cuarteto Ricacosa). Aun así, me da la impresión de que hace décadas que nadie canta un tango con una emotividad gardeliana tan acentuada y entrañable como lo hace Guillermo en “Fantasma”. La guitarra criolla es la base de todos los temas, hay muy poca percusión, y suenan aires de chacareras (o de especies parecidas), de estilo, milongas y “Un vals de aquellos melodiosos”, interpretado a medias con Jorge di Pólito. Es el único invitado del disco, que por lo demás es “Lamolle solo bien se lame”: él hace todas las voces y toca todos los instrumentos. En “Secretos” hay cosas que asocio con Trochón y Lazaroff, y en “La espera” con Viglietti. También hay un par de beatleces. La fascinante y misteriosa “Tin tan ten” no se parece realmente a nada que yo conozca.
En la música de Lamolle uno encuentra varios acordes y enlaces raros y disonantes, de un tipo que sólo suele ser disfrutado por músicos con una disposición “experimental”. Pero éstos, a su vez, suelen requerir que la música sea más homogéneamente “de avanzada”, y no tan decepcionantemente prosaica. Ejemplos de eso son el “trasplante” súbito de tonalidad en la segunda estrofa de “Fantasma” –que por lo demás es un tango normal– y el solo de pincuyos de “La perrada” que parece ignorar soberanamente la armonía de base de la canción para luego, como si nada, regresar al tema con uno de esos “barabarabán” bien clisé. Hay mucho humor en esos gestos, pero hay más que eso. Quienes se atrevan a abandonar los carriles de escucha preconfigurados son los que van a encontrar el camino más rico, un lugar único, un poco ridículo pero también afectivo, lúdico, trascendente.
Lamolle es uno de los letristas uruguayos más creativos nacidos después de 1960. La riqueza de implicancias, recursos, figuras de sus textos darían para discurrir, sintetizando, en una página entera de este semanario. Los hay existenciales, prosaicos, metapoéticos. Algunos son ostensiblemente graciosos, otros lo son en forma sutil, otros se ubican en un espacio afectivo indefinible, otros son suavemente amargos y desencantados.
Mi único “pero” a este gran disco es la forma caricaturesca en la que Lamolle canta algunos de sus temas más viejos (sobre todo el precioso “La luciérnaga”), que parece reducir hacia lo humorístico-ridículo temas que tienen muchas más potencialidades.
Este domingo 19 a las 21 horas Lamolle presentará su música en Lo de Silverio. Como artista invitado, su colega de generación Mandrake Wolf.
1. Ciruelas, Montevideo Music Group, 5978-2, 2014.