Víctor o los niños al poder es un estandarte de las vanguardias históricas de comienzo del siglo XX, con influencias del dadaísmo y su afán rupturista de las formas teatrales establecidas. Fue estrenada en París con la dirección de Antonin Artaud en el teatro Alfred Jarry (quien es influencia clara de Vitrac) y es considerada un antecedente del teatro de la crueldad y el teatro del absurdo. La directora de la Comedia Nacional, Margarita Musto, dirige esta puesta en la que busca equilibrar los aspectos de la comedia absurdista con el drama, manteniendo los aspectos críticos de un texto que atraviesa los tiempos en su sátira del conformismo burgués.
Como el título lo indica, los protagonistas son los niños, y en la búsqueda de pliegues corrosivos estos pequeños son físicamente adultos, a pesar de tener 9 y 6 años. Levón representa a Víctor, y Cristina Machado a Esther, la amiga del protagonista. La dupla responde muy bien a la ironía y encaja perfectamente en las dualidades físicas que son presentadas como estrategia de desacomodo. Los diálogos entre ambos niños-adultos introducen situaciones absurdas e incómodas en esta familia burguesa donde todo parece estar forzosamente ordenado. Los demás personajes son estereotipos reconocibles: la madre, el padre infiel, la amante, el hombre engañado, la empleada. En esta estructura perfecta para el desarrollo del vodevil clásico, dos personajes instalan una atmósfera de extrañeza: el general con rasgos pedófilos (Fabricio Galbiati), y madame Ida Mortemart (en una desopilante interpretación de Óscar Serra), híbrido entre hombre y mujer que irrumpe de manera sorpresiva y hace muy visible la inspiración de Vitrac en el posterior teatro del absurdo. Es sin duda el momento más fuerte de la puesta, en que la comicidad se apropia del escenario y la transgresión de las formas se hace patente: el glamour que se degrada por dentro. Un texto que no pierde su interés con el paso de los años, en una puesta dinámica donde las actuaciones hacen al montaje.
Yo fui pianista de varieté se presenta en Platea Sur, nueva sala que se incorpora al circuito de Ciudad Vieja como un espacio teatral diferente que se acerca al concepto de complejo cultural y recuerda a los bellos teatros independientes de Buenos Aires. Dirigida por Álvaro Loureiro, la obra se basa en las memorias del pianista salteño Jaurès Lamarque Pons y en las anécdotas y recuerdos de su vida profesional, que lo llevó a transitar los ambientes más dispares de la música popular y la culta. El espacio es parte sustancial de la puesta; los espectadores son invitados a sentarse en mesas, como en los viejos cabarets de la Ciudad Vieja, mientras disfrutan de la propuesta gastronómica del complejo. Diego D’Angelo establece un vínculo cercano con el público y a modo de conversación se introduce en la vida de Jaurès, a quien representa, mientras va interpretando con gran desempeño piezas musicales que transportan a aquella época. Por su parte, Sebastián Bandera y Verónica Echartea Acosta bailan y cantan tangos como “Malena” y “Mano a mano”, y representan a artistas como Sofía Bozán, Edith Piaf, Jean Sablon y Elvira Ríos.
Una puesta que busca recordar al artista en sus vetas profesionales y humanas (priorizando sus giros cómicos) y que incorpora fluidamente elementos de representación con los del musical en formato íntimo, que refuerzan la cercanía y el ida y vuelta con un público que participa y comparte con el músico aquellos recuerdos. Aparecen en este recorrido las influencias europeas en la cultura montevideana de los cuarenta, el recuerdo y homenaje al pianista que sonorizaba el cine mudo, la mixtura entre lo autóctono y lo extranjero, la vida nocturna del circuito de varieté y la pasión por la música como forma de vida. Una oferta sin duda disfrutable para aquellos que comparten esta nostalgia.