—Chacra paterna de diez hectáreas en Soriano, donde no había televisión y jugaban con tus hermanos ¿a representar?
—Jugábamos, simplemente. Teníamos tiempo para jugar, estudiar, colaborar en el quehacer de la chacra y realizar tareas solidarias, como visitar a alguna señora mayor que vivía sola, a las tías en Mercedes o acompañar a la abuela al cementerio. No recuerdo haberme aburrido una sola vez.
—A tu padre le daban el tiempo, y las ganas, de atender la chacra y trabajar, extra, en la ciudad.
—Sí, mamá siempre lo ayudó; era la montaña imperturbable que contenía al mundo.
—Y no dudaban, ambos, en sumarse al juego de sus hijos.
—Sí, en parte porque eran padres muy jóvenes. Y estaban los momentos de lectura con mi padre, el lector y comprador de libros de la familia.
—¿En los juegos vos eras la cacique?
—No, cada cual atendía su rol. Jugábamos a las estancias, a las madres, a lo que nos rodeaba; nos poníamos los nombres de nuestros tíos y la cacique era la imaginación. Me acuerdo de una escalera roja que había en la casa de una tía abuela, servía de bote cuando éramos la familia mengano que se iba de viaje, porque todos remábamos parados en distintos escalones, y de “domicilios” escalonados cuando llegábamos a destino. Más adolescentes comenzamos a ver televisión y jugábamos a Combate, El Llanero Solitario.
—¿Cómo apareció el enganche con el teatro?
—Vi a la Comedia Nacional, en Mercedes, con M’hijo el doctor y quedé shoqueada. Supe que era ahí, en el escenario, donde quería estar; tendría 13 o 14 años.
—¿Recordás quiénes actuaban?
—Recuerdo a Alberto Candeau, Delfi Galbiati, Nelly Weissel. Años después hice la entonces Escuela Municipal de Arte Dramático (Emad), que ahora es multi no sé cuánto (risas).
—Hace un cuarto de siglo que integrás la compañía Italia Fausta y trabajás bajo la casi exclusiva dirección de Omar Varela. ¿Qué motiva tanta fidelidad?
—Siempre sentí a la Fausta como una familia, más que como un grupo. Atravesamos todas las vicisitudes de un conjunto humano, muertes, apremios económicos, enfermedades, y sobrevivimos. Y por Omar tengo una especie de devoción desde mis épocas de alumna de la Emad; vi 17 veces la obra El proceso, donde él hacía un bolo (papel ínfimo). Es un ser que sabe trasmitir entusiasmo.
—¿Nunca necesitaste probar otros elencos y directores?
—Soy una persona poco analítica, vivo el presente y me guío por lo que siento. Cuando estoy bien, feliz donde estoy, no pienso en cómo estaría en otro lugar. Supongo que es por esta forma de sentir que, incluso, nunca concursé para ingresar a la Comedia Nacional, espacio en el que habría obtenido, entre otras cosas, tranquilidad económica.
—¿El tránsito del teatro al cine fue apacible?
—El cine te obliga a achicar, como decimos en teatro, la gestualidad, y a dar un estado de ánimo en un instante. Recuerdo la escena donde veo por televisión, junto a mi hija, a mi marido, César Troncoso, exhausto, cargando un wáter en hombros, entre el enjambre de fieles que esperan al papa. Tenía que concentrar toda la angustia y preocupación en tres segundos. Es como poner a un jugador de fútbol cinco minutos antes de que termine el partido, con la misión de empatarlo y ganarlo. Esos códigos fueron haciendo carne en mí a partir del trabajo con César, los demás compañeros y los ciudadanos de Melo, que actuaron de extras como asombrosos profesionales. Y la excelencia de Christian, no recuerdo el apellido, preparador de actores de la película. Fue un aliado indispensable en la construcción de esa esposa que asume a tal punto su condición de sostén del marido y de la hija que cuando él detalla todo lo que comprarán con la plata que ganarán y le pregunta qué quiere para ella, responde: “Comprame almidón”.
—Para la plancha.
—Claro, ¿te das cuenta? No pide una bombacha nueva, ni una revista de modas.
—Además de dos distinciones por tu trabajo en El baño del papa, recibiste un Florencio como actriz de teatro para niños.
—Sí, y a ninguno de los tres pude retirarlo. El de la crítica uruguaya me agarró de viaje en Estados Unidos, el del festival de cine de Gramado de regreso a Montevideo, donde tenía funciones de teatro, y al Florencio para niños me avisó alguien que me lo habían dado.
—Pero te gusta recibir premios.
—Me gusta el reconocimiento al trabajo. Lamentablemente todavía hay gente que juzga basándose en prejuicios la labor de grupos y actores; “hacen cosas viejas”, sentencian, muy livianos, sin especificar qué entienden por viejo y sin sopesar trayectorias ni experiencias de quienes cuestionan. También están los que en una fiesta te dicen “hacete un pedacito de tal obra”.
—Difícil de creer, eso.
—Creelo, es la pura.
1. Escrita y dirigida por Federico Guerra, reúne a Tabaré Rivero, Virginia Méndez, Fernando Amaral, Jujola Bossio, Adrián Prego, Sebastián Silvera y Stefanía Tortorella. La iluminación es de Martín Blanchet, la escenografía y vestuario de Daniela Renée López, asistencia de dirección de Soledad Frugone y asistente de escenografía y vestuario Andrés Borche. Últimas funciones en el teatro El Galpón hoy, mañana, jueves 27 y viernes 28, a las 23 horas.