“Esta es la historia de mis abuelos”, dijo la historiadora, recordando que por ser del norte de Francia en su familia le decían: “todos hablan de los nazis, pero la pasamos mucho peor cuando la ocupación alemana en la Primera Guerra”. Desde ese lugar Thébaud propone un desafío doble: recuperar aquella memoria y en especial la de las mujeres, pero a través del análisis histórico que aborda la cuestión de género y cuestiona sus mitos. Por eso es que Françoise Thébuad ofrece una cronología diferente y una mirada social y cultural sobre la guerra que supera las agendas tradicionales centradas en la diplomacia, la economía o lo militar.
Al comenzar la exposición, Thébaud mostró la diversidad de las mujeres de aquella época: con imágenes de archivo señaló la fatiga de las proletarias de la guerra en contraposición a la mujer burguesa, a la moda y con gorro distintivo, haciendo obras de caridad, tan distante de las campesinas, que sin sus hombres y sus animales (llevados por la guerra) debían cubrir todas las tareas.
Subrayó además que la guerra, como período a analizar, constituye un momento en que los hombres, titulares de la paternidad y el sustento económico, tuvieron un rol protagónico y protector frente a los demás grupos sociales, por lo que una historia de las mujeres en la guerra debe tener presente un contexto donde la sociedad moviliza y privilegia valores asociados a la virilidad.
La versión tradicional de la mujer como compañera que anima a su marido a ir al frente, madre que da sus hijos a la patria, o enfermera que cuida y salva a los valientes, fue dominante y reforzó roles tradicionales: más de 100 mil francesas fueron enfermeras, 70 mil de ellas voluntarias. Hubo aportes significativos, como el de Marie Curie y el auxilio de la radiología para efectuar cirugías, que derivó en que a los nuevos carros ambulancia les llamaran popularmente “petit curies”.
Trascendiendo ese marco, la historiadora ofreció una cronología sobre la movilización femenina en Francia. Pese a la versión común que supone un mayor acceso al mercado de trabajo, las evidencias señalan que todo comenzó por un aumento del desempleo femenino, producto del desorden económico que causó la guerra relámpago. Es más, las mujeres ya constituían un tercio de la población económicamente activa, por lo que “no se puede decir que la mujer empezó a trabajar con el inicio de la guerra”, más bien al contrario, sufrieron los efectos del paro.
Por otra parte, la primera ocupación masiva de mano de obra femenina tampoco ocurrió en las fábricas sino que se dio en el medio rural, cuando el primer ministro Viviani hizo su llamado a las campesinas para que suplantaran a los hombres en las cosechas. Los severos efectos de la falta de hombres en el campo (principal fuente de infantería para la batalla) fueron una constante a lo largo de la exposición de Thébaud.
La prolongación de una guerra que movilizó a 8 millones de franceses (60 por ciento de la mano de obra) demandó la sustitución de trabajadores, pero el nivel de ocupación femenina en la industria y el comercio recién se recuperó hacia fines del 16. Ahora sí, tareas urbanas que antes eran exclusivas de varones dejaron de serlo. Aparecieron inspectoras de metro, conductoras de tranvías, oficinistas, administrativas en los bancos, meseras, trabajadoras en el servicio de correo. Las “munitionettes”, obreras de la industria bélica –que llegaron a ser 400 mil– ganaban el doble que una costurera. Esta situación explica la ocurrencia de una “crisis en el servicio doméstico”: muchas mujeres optaron por buscar nuevos caminos laborales y abandonaron la condición de sirvientas.
Pero respecto de lo anterior Thébaud planteó una contradicción interesante. Si bien era cierto que una munitionette podía comprar naranjas y medias de seda (evidencia de una capacidad de consumo superior al común de las mujeres ocupadas), los sacrificios y la explotación económica que impuso la guerra a este sector de la economía fueron muy altos. La “‘unión sagrada’ y la tregua de clases dejaron en suspenso las leyes sociales”: el desgaste, la extensión de la jornada laboral y el riesgo de accidentes hizo de la industria bélica una opción sacrificada. Una activista femenina consiguió empleo en una fábrica de guerra y luego de comprobar los sacrificios elaboró un informe donde sentenció: “Había que tener mucha hambre para agarrar ese trabajo”.
Thébaud afirma que las representaciones idealizadas que pueden observarse en las postales de 1917 (la sensual trabajadora con el misil en las manos, o la humorada de la obrera que le pide a su marido que cuide de la hija mientras ella trae el pan al hogar) contrastan con la dura realidad de jornadas laborales insalubres de más de diez horas. Y no evidencian, además, que la asignación de roles de supervisión y la diferenciación salarial siguieron beneficiando a los hombres.
Liberación No, pero… Desde su visión, el límite a la movilización femenina francesa lo marcó la imposibilidad de contar con mujeres en el ejército (a diferencia de las rusas, con su “Batallón de la Muerte”, y de los cuerpos auxiliares británicos). De todas formas, hubo destacadas mujeres, como Edith Cavell y Louise Bettignes, que formaron parte de las redes sociales de información y evasión ante la ocupación alemana. Pero predominaron el rasgo viril de la guerra y la prevención ante la masculinización de las mujeres, que ante todo debían colaborar desde sus roles permitidos.
Con una perspectiva más global, la historiadora apuntó las dificultades que tuvo, ante las necesidades del momento, la lucha de feministas y sufragistas durante el conflicto. La solidaridad internacional del movimiento feminista se vio suspendida por la guerra; “las mujeres del enemigo también son el enemigo” se convirtió en lema popular. Con la excepción del Comité de la calle Fondary, que reunía a un pequeño grupo de feministas pacifistas, la mayoría de las activistas participaron de la ola patriótica con la esperanza de obtener mejoras dando muestras de su capacidad de servir a la nación.
Por todo lo anterior, más allá de nuevas modas (como el look à la garçon) y de experiencias individuales de emancipación, Thébaud observa que el final de la guerra no significó ningún avance institucional en cuanto a derechos para las mujeres (a excepción de la posibilidad de culminar estudios de bachiller, como pudo hacer Simon de Beauvoir) y se reforzaron exigencias tradicionales vinculadas a la maternidad ante la necesidad de recuperar demográficamente a Francia. El Código Civil patriarcal no fue modificado, y hacia 1920 una serie de leyes prohibieron toda información sobre prácticas contraceptivas y penalizaron el aborto.
De esta forma, la versión simplificada que asocia Primera Guerra Mundial con expansión de los derechos femeninos es puesta en revisión gracias a la investigación de esta historiadora, quien de todas formas concluye: “no fue una etapa de emancipación pero… para miles de mujeres significó una primera experiencia de libertad y autoconciencia”.
1. La profesora emérita de la Universidad de Avignon participó este lunes 24 en una mesa sobre mujeres y Primera Guerra Mundial en la Alianza Francesa. Discípula de las investigaciones de Michelle Perrot y autora de contribuciones sustanciales a la historia de género, Thébaud disertó sobre la cuestión de la mujer en Francia a propósito del centenario de la Grande Guerre. Una oportunidad para acercarse al estado del arte, pues la mesa estuvo coordinada por Graciela Sapriza y contó con la presencia de Inés Cuadro, que disertó sobre las tendencias políticas de las mujeres en el Uruguay de la época. Lourdes Peruchena cerró el encuentro analizando la relación entre la maternidad como experiencia y las políticas de Estado.