Lentos, haraganes, fiesteros, viviendo en la pobreza, comiendo sandías y dueños de un gran aplomo y sabiduría popular. Así describía el imaginario colectivo a la cultura afroamericana. Basándonos en los estereotipos afianzados en la sociedad estadounidense impuestos por el minstrel –género del teatro musical de fines del siglo XIX que satirizaba la vida de los negros en las plantaciones del sur–, que posteriormente se introducirían a la mainstream, no existirían ni Elvis, ni Eminem, ni Miley. Los actores del minstrel, primero blancos, luego también negros, debían pintarse la cara de negro –de ahí el término black-face–, tal como se veía en las representaciones estereotipadas de la raza negra: ojos redondos, cara negro azabache y labios gigantes pintados de rojo o rosado; era difícil identificar un rostro humano.
Con el advenimiento de la lucha por los derechos civiles se produjo un revisionismo cultural, y aquellos caracteres originarios del teatro fueron puestos en tela de juicio. Es así que nace la lista de los Censored Eleven (Once Censurados). Son cortos animados de la llamada “era dorada” de Warner Brothers, parte de Merrie Melodies y Looney Tunes. La lista está compuesta por Hitting the Trail for Hallelujah Land (1931), Sunday Go to Meetin’ Time (1936), Clean Pastures (1937), Uncle Tom’s Bungalow (1937), The Isle of Lingo Pongo (1938), Jungle Jitters (1938), All This and Rabbit Stew (1941), Tin Pan Alley Cat (1943), Coal Black and de Sebben Dwarfs (1943) –basado en Blancanieves y los siete enanitos pero en clave de jazz, es considerado uno de los mejores de la historia de la animación– Goldilocks and the Jivin’Bears (1944) y Angel Puss (1944).
No sólo la Warner producía caricaturas con esta temática: Disney, Mgm –en Tom y Jerry, la criada negra de la casa, “Mommy Two Shoes”, era puro estereotipo– y Universal –en Scrub Me Mama With a Boogie Beat (1941) una joven procedente de Harlem, negra pero de piel clara, le enseña a lavar a la lavandera de un abúlico pueblo, de piel mucho más oscura– también lo hacían, era algo corriente.
En 1969 United Artists compró los derechos de las películas y cortos de Warner Bros desde 1928 a 1949. Revisando los archivos se encontraron con los olvidados capítulos. Escandalizados, decidieron que no podrían mostrarse nunca más, y los sacaron de circulación. Así crearon la lista de los Once Censurados. En esos tiempos generalmente se editaban los cortos, pero éstos fueron considerados insalvables por todos los cortes que debían hacerles para proyectarlos al público.
En 1986 Ted Turner adquirió los derechos de distribución de todas las caricaturas de Warner previas a 1948, y prometió que no iba a distribuir o emitir ninguno de la lista de los Once. Hasta el día de hoy oficialmente no se ha distribuido la mayoría, aunque a comienzos de este siglo algunas que no forman parte de ese paquete, pero que son iguales de ofensivas con otras razas, fueron incluidas en antologías como la Looney Tunes Golden Collection, o especiales de televisión. En abril del año 2010 ocho de estos títulos fueron restaurados y exhibidos en la primera edición del Tcm Film Festival en Los Ángeles. Hoy, por más que no se pasen en televisión, cualquiera de los Once puede ser visto en Youtube.
Todo esto existió y fue producto de una sociedad que en ese momento lo pensaba como algo hilarante. Está en discusión si es correcto borrar o esconder evidencias de hechos del pasado, por dolorosos que sean, o si hacerlo es contraproducente y la acción da cuentas de una doble moral. Y es que, por más que no se quiera, también forman parte de la identidad de las comunidades.