La mataron el Día de los Inocentes en un balneario que ha sido, desde siempre, conocido por la soledad de sus cielos y sus playas, la gran intemperie. A la escena del crimen le dicen Las Malvinas, a medio camino entre Valizas y Aguas Dulces, una franja de médanos delante de pinares, con pocas casas. Y porque tenía 15 años, acababa de llegar de Buenos Aires y no fue violada, el crimen es un acontecimiento vacío que tiene en vilo a Uruguay, Argentina, a la Policía, a la población. La razón y el asesino ahora dan forma a la intriga que se ha prolongado del dolor de los familiares y amigos a la amargura pública, que es también una expectativa sobre el horror humano y el bajo escalón de la confianza.
Hace muchos años aprendimos a convivir, por reiteración real, con crímenes sexuales. En la mayoría de los casos el estupor empieza por la sospecha sobre los desconocidos, rebota y se ahonda en un siniestro familiar. Quizá porque en un mundo con pocos frenos el deseo se volvió sagrado –cúmplalo, amigo, es todo lo que hay, es todo lo que puede– creemos comprender su denigración, le sumamos interpretaciones sociales, miserias patológicas, lo reducimos. Pero el asesinato de Lola Luna Chomnalez amenaza con el punto ciego de una irreductible gratuidad y, vacío de sentido, igual que la evaporación del aire llama a los vientos, ha concentrado especulaciones de todos los cuadrantes.
Desde el 28 de diciembre pasado vimos manifestar a las mujeres contra el feminicidio, llamar “lacras” a los jóvenes y artesanos que veranean en Valizas, defender al pueblo con el argumento de que se trata de un crimen entre argentinos, acusar a la familia, sospechar de los testigos. Hasta el secretario de Comunicación de la Intendencia de Rocha, Mario Barceló, se refirió al crimen como un “episodio de violencia familiar en familias argentinas” y lo asoció a la “crisis de un modelo cultural” del que estaría exento el balneario.
De inmediato, el intendente Artigas Barrios se vio forzado a salir a pedir disculpas.
Hay un modo operístico de vivir las noticias en Argentina y una manera más modesta de seguirlas en Uruguay. La repercusión es grande e importa poco. Lo único que importa es lo que esta página no puede decir porque el destino quiere que a la hora de escribirla los diarios digan que confesó el culpable y el Ministerio del Interior lo niegue. Pero incluso si tuviéramos el hecho de sangre “esclarecido” no tendríamos nada. La Policía dedujo que después de intentar degollarla con un cuchillo desafilado, el homicida la asfixió contra la arena. Falta el arma, la mochila que Lola llevaba, con 2.500 pesos, falta la larga historia inconclusa del asesino y la niña.
Quien haya andado por esos médanos sabe que devoran lo que tocan. Y porque la Policía y la jueza López Moroy no la tienen fácil, los arrestos imperiosos, las conjeturas, las contradicciones entre la jueza y el ministro interino Jorge Vázquez sobre las huellas de Adn (ella dijo que no dieron resultados, él dijo que sí, pero no aclaró), dieron señas de una pesquisa que, como los médanos, cambió todo el tiempo de orientación, sin que nadie pueda aseverar si se trató de un juego de ajedrez o fue simple desorden.
Los policías de investigación han imaginado muchas versiones posibles en estos días, hurgaron lo verosímil, utilizaron la ficción para asediar la verdad. Una verdad estereotipada, es comprensible, hay un orden de vulgaridad en la mayoría de los crímenes, con el grado de imaginación que reclama la ausencia de certezas. Para la Policía siempre hay un motivo, porque se mueve en la rueda inmediata de la lógica, y lo que no es lógico no es asunto policial. Después de girar 180 grados dieron con la pista del “Conejo”, un albañil golondrina, también pescador ocasional, que estuvo trabajando en un techo de Valizas, salió de la obra el domingo, a las tres de la tarde, y volvió a las seis con bolsas de comida, porque dijo que había encontrado plata en la playa. El canal de televisión argentino C5N lo había entrevistado en Valizas antes de que hallasen el cadáver de Lola. El video está en la web, cualquiera puede verlo declararse “totalmente shoqueado” por el crimen. Después desapareció durante varios días, estuvo en Cabo Polonio, regresó a Valizas, fue detenido y conducido al juzgado para ser interrogado por la jueza durante todo el día de ayer.
Entre los cuentos que la Policía imaginó durante el asedio, uno dice que Lola pudo haber tenido un contacto inicial con el Conejo el sábado 27, durante el toque de tambores en el pueblo. Con el Conejo y un tal Héctor, hijo de la dueña del almacén de Valizas donde trabaja la madre del Conejo, que todavía la Policía no encuentra. Es la versión más inesperada: pudo existir una cita “por una venta”, filtró el diario La Nación, y algo salió mal. El otro cuento es más rústico y simple: Lola pasó frente a la obra, el Conejo la vio alejarse por la playa con la mochila, la siguió para robarla y la mató.
Es posible que en el día de hoy las dos historias hayan sido desmentidas y la investigación continúe, alguna de las dos haya sido confirmada o nos enfrentemos a una nueva, pero en cualquier caso mañana, un día más tarde, cuando Lola deje de ser noticia de portada y su carita de virgen en las fotos de los diarios se vaya reduciendo de tamaño y baje de lugar para dar paso, como del miércoles a hoy, a un nuevo horror, alguno se pregunte qué condena pesa sobre la inocencia. Si es condena o rito salvaje, por qué Lola tuvo que pagar tan cara su virtud. Y de nuevo sin respuestas deje el diario, la radio, las noticias, para mirar el día o la noche, sin auxilio legal.