Las formas de “ser Charlie” o de no serlo no cesan de multiplicarse por estos días, dejando a su paso una verdadera ciencia de la clasificación. “Sepan que esta tarde, en lo que a mí respecta, me siento Charlie Coulibaly”, arriesgó en su cuenta de Facebook el infatigable cómico y showman francés Dieudonné M’Bala M’Bala. De padre camerunés y madre gala, el sujeto es una controvertida celebridad mediática en su país debido a una progresiva y cada vez más repulsiva cruzada antisemita. Fue el autor, entre otras cosas, de la famosa “quenelle”, aquel gesto consistente en estirar el brazo derecho sin alzarlo y cruzar el otro sobre el pecho en lo que fue entendido como un craso guiño al saludo nazi, y que en su momento consiguó viralizarse –recuérdese el uso del gesto por parte del futbolista Nicolas Anelka para celebrar un gol y las sanciones que le siguieron–. No fueron pocas las tapas que Charlie Hebdo dedicó a Dieudonné, y entre las más recordadas estuvo precisamente aquella que denunciaba la inspiración de ese gesto.
Si bien la declaración del cómico fue rápidamente retirada de su perfil, las capturas de pantalla se encargaron de salvarla para escándalo y regocijo de múltiples sitios web. En su aporte a los chistes nominativos con que hoy se desgañitan las redes, Dieudonné conjuga el nombre de la publicación francesa que hoy ocupa al mundo con el apellido del yihadista Amedy Coulibaly, abatido el viernes pasado en una tienda judía parisina tras asesinar a cuatro personas durante una toma de rehenes. El ministro francés del Interior, Bernard Cazeneuve, juzgó la “gracia” como “una abyección” que podría ser castigada aplicando la figura legal de “apología del terrorismo”, y anunció que daría curso a las gestiones para examinar el tratamiento jurídico del caso. El miércoles Dieudonné fue detenido.
En su cuenta, Dieudonné alegó haber participado de la multitudinaria manifestación en repudio de la masacre de Charlie Hebdo, aunque al mismo tiempo bromeó sobre ella calificándola de “instante mágico comparable al Big-Bang”.
El cómico –que, vale la pena aclararlo, es además un declarado activista que llegó a consumarse como político– tiene un larguísimo prontuario de entuertos con la ley francesa y con la de varios países europeos –caso de Inglaterra y España, que llegaron a denegarle el ingreso a sus territorios–, amén de una larga lista de espectáculos prohibidos y copiosas sanciones legales en forma de multas en su país.
Dieudonné consiguió fama a principios de los noventa cuando formaba dúo con el cómico judío Élie Semoun; por entonces se lo asociaba a la izquierda y a las vindicaciones antirracistas. Con el tiempo –su colega judío rompió con él por motivos ideológicos y alegó no tolerar más su cada vez más resuelto antisemitismo– Dieudonné se fue inclinando paulatinamente hacia la derecha y hoy coquetea en las filas del ultraderechista Frente Nacional. Sus cada vez más furibundos antisemitismo y antisionismo lo hicieron abrazar posturas negacionistas del Holocausto, y en 2008 invitó a Robert Faurisson a participar en uno de sus espectáculos. Al año siguiente fue confundador y líder de la Lista Antisionista que se presentó a las elecciones. Su humor y sus declaraciones públicas están obsesivamente dirigidos a trivializar y relativizar el Holocausto judío, en el entendido de que en su desacralización estaría la oportunidad de romper con un tabú que encubre el injusto privilegio de la memoria histórica sobre ese genocidio por encima de otros. La Fiscalía de París lo ha llamado al orden en más de ocho oportunidades por “instigar la animosidad racial”, e incluso Dieudonné ha conseguido sentar jurisprudencia en “el país de la libertad de expresión”, tal como ironiza su multitudinaria y heterogénea feligresía, entre la que se cuentan ultraderechistas de temer, autodefinidos de izquierda francamente imbéciles (aunque correctísimamente embanderados con “la libertad de expresión”) y muchos de los golpeados musulmanes jóvenes de las periferias.
“Vivimos en un país democrático y tengo que cumplir con las leyes pese a la flagrante interferencia política. Como cómico, he de alentar el debate hasta el límite extremo de la risa”, argumentó en una ocasión Dieudonné. “El límite extremo de la risa”, vaya si ese delicado borde está incendiando cabezas por estos días: los complejísimos límites (si ha de haberlos, como de hecho los hay) con relación al humor y la libertad de expresión. El caso de Dieudonné vuelve a refrescarnos que para Occidente la “libertad de expresión” no es atendible en términos absolutos (y es de Perogrullo señalar que tanto su respeto como la condición de “absoluto” varían según los balances que hacen los poderes de turno). Pero también obliga a preguntarse sobre la inmunidad del humor, sobre las condiciones de su exención, y en cómo y bajo qué criterios se acuerda la diferencia entre humor y mera propaganda, o entre el humor y la “instigación a la animosidad racial”.