¡Cómo le gusta a Estados Unidos su rol en la Segunda Guerra Mundial! El cine de Hollywood lo revisita todo lo que puede y se regodea en aquella participación en que los marines salvaron el día, y en la ofensiva en la que no sólo ellos –pero sí en parte– pusieron un punto final al conflicto. Pero claro está que no estamos hablando de Hiroshima o de Nagasaki –eso ni se nombra en el cine dominante–, sino de cómo se incursionó en una Europa asediada por los nazis, logrando restablecer un orden perdido. Esta película1 se centra en un grupo de cinco soldados a bordo de un tanque Sherman, en plena cruzada final dentro del corazón mismo de la Alemania nazi, tan sólo unos meses antes del suicidio del Führer.
Es muy curioso cómo un planteo que utiliza antihéroes rayanos en la locura acaba convirtiéndolos en verdaderos héroes caídos, en ejemplos a seguir. Esto es difícil de aceptar y asimilar, porque en un comienzo queda claro que son poco más que un puñado de lúmpenes: psicópatas, violadores, asesinos y saqueadores exaltados, descarriándose impunemente en la tierra de nadie. Genial; hasta ahí podía considerarse que la película desplegaba una crítica feroz al frente estadounidense y a la guerra en todas sus expresiones. Pero cerca del final se los empieza a mostrar como hombres valientes, como seres queribles a pesar de todo lo malos que hayan podido ser, como individuos que no solamente son necesarios, sino que además son piezas fundamentales en las contiendas, y que cambian la historia para bien; el abordaje se torna triunfalista, los redime. El director y guionista David Ayer (Día de entrenamiento, En la mira) parecería decir que lo que tienen de bueno los conflictos bélicos es que les dan un papel a los marginales, a los antisociales, proveyéndoles un estatus y un nombre, dándoles un trabajo digno que, como ellos mismos dicen y repiten varias veces, es “el mejor del mundo”. Pero la indignación del espectador puede devenir en auténtica náusea cuando los protagonistas citan versículos bíblicos en los que dan a entender que son enviados de Dios, quien les dio una misión, los puso dentro de ese tanque y los mandó a tierras extranjeras a diezmar las filas enemigas.
Esta es una de esas películas que parecería plantear la guerra como si fuera un videojuego. Uno no exento de violencia (más bien lo contrario) y dotado de varias misiones y objetivos específicos, concentrado en un despliegue en el que se coordinan las diferentes habilidades de cada uno de los personajes implicados. Se piensa la masacre con una visión estratégica, racional, fría y metódica. La vistosa fotografía y un montaje preciso dan cuenta de una acción siempre clara y comprensible, las balas se ven con un trayecto luminoso, casi como si fueran los rayos láser de Star Wars. En definitiva, se vende la guerra como algo desagradable pero a su vez como un desafío adrenalínico, como un emprendimiento que podría volverse hasta adictivo para sus participantes.
Si la idea es reclutar gente para engrosar las filas del ejército estadounidense, los responsables de este “tanque” deberían darse por satisfechos.
1. Fury. Estados Unidos/China/Reino Unido, 2014.