La cuarta fuerza más votada en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo pasado (superó largamente el millón de votos y logró cinco eurodiputados) es dada por los últimos sondeos como probable ganadora de las elecciones generales de noviembre de este año, arañando el 30 por ciento y superando –actualmente– por tres puntos al Psoe, por 10 al Partido Popular y por una enormidad a Izquierda Unida, de donde vienen algunos de sus dirigentes, incluido su líder, Pablo Iglesias. Como el Syriza griego (véase nota de Raúl Zibechi), con el que comparte no pocas cosas (algo del origen, mucho del programa, bastante de su composición), Podemos representa hoy el cuco mayor para el binomio socialdemócratas-conservadores que se reparte –y a menudo comparte– el poder en Europa. Y ese espanto, el partido de bizarro, feúcho y sin embargo trabajado nombre lo ha ido forjando concienzudamente desde un lugar acaso original.
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Íñigo Errejón es una de las máximas figuras de Podemos. Es uno de sus cinco eurodiputados, su secretario político desde noviembre, y está entre sus portavoces más mediáticos, un escalón por debajo de Pablo Iglesias y acaso de Juan Carlos Monedero, su gramsciano secretario de Programa. Muy joven (31 años), trayectoria militante desde la veintena, aire de nerd, politólogo de formación, como Iglesias, como Monedero, en julio pasado escribía una nota de presentación de la organización en la edición española de Le Monde Diplomatique. “Podemos es una iniciativa arraigada en una hipótesis intelectual y política largamente fraguada en ámbitos del activismo y de la universidad, particularmente de la Complutense de Madrid: que España atraviesa una crisis de régimen que es, en primer lugar, una fractura de los consensos y una desarticulación de las identidades tradicionales, y que existen condiciones para que un discurso populista de izquierdas, que no se ubique en el reparto simbólico de posiciones del régimen sino que busque crear otra dicotomía, articule una voluntad política nueva con posibilidad de ser mayoritaria”. Esa iniciativa, decía Errejón, nunca hubiera sido posible de no ser por el “clima impugnatorio de las elites generado por el ciclo de movilización social” apuntalado por las protestas iniciadas el 15 de mayo de 2011. En ese luego ultrafamoso 15 M, centenas de miles de personas se volcaron a las calles en toda España con una consigna que resumía las demandas previas de toda una serie de movimientos sociales contra las políticas implementadas desde hacía muchos años tanto por socialistas como por conservadores: “¡Democracia real ya! No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. La denuncia de la corrupción, el reclamo de renovación (entre otros generacional) y de participación permeaban las protestas, en las que participó una galaxia de grupos de izquierda de todo porte que fueron rápidamente superados y desplazados por la “multitud”. La ocupación de las plazas públicas y el funcionamiento asambleario fueron algunas de las características de un movimiento que fue tomado como ejemplo fuera de la península. Poco antes el rebelde viejito francés Stéphane Hessel había publicado, a sus 93 años, su opúsculo Indignaos, una invitación a la rebelión juvenil “contra un mundo en que el poder financiero lo abarca y destruye todo”. El movimiento español fue luego conocido como el movimiento por antonomasia de la indignación. Duró un momento, un largo rato, y, como tal, fue agotándose. Pero de ese movimiento, de parte de ese movimiento, surgió Podemos.
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Podemos encarnaba lo impensable para otra parte del 15 M: que la “indignación” derivara en la formación de un partido. No entraba en los cálculos de muchos que un movimiento informal y gelatinoso como ese, que desafiaba no sólo a los partidos que se habían alternado en el poder sino a “los partidos” en general, diera lugar a una formación política hecha y derecha. Pero así fue, y desde el principio el grupo se planteó disputar electoralmente el poder a los “partidos del régimen”, a los partidos de la “casta”, según el lenguaje que la novísima formación iría rápidamente instalando. Así lo decía, negro sobre blanco y desde su título, el manifiesto que fue tomado como documento fundacional de Podemos: “Mover ficha, convertir la indignación en cambio político”. El texto, redactado por militantes de Izquierda Anticapitalista, la principal organización política promotora de Podemos, estaba firmado por una treintena de intelectuales y por varios de los referentes de los movimientos sociales más notorios de los últimos años en España (la Marea Verde contra los recortes en la educación, la Marea Blanca contra los recortes en salud pública, por ejemplo).
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En la base del nuevo grupo estaba la convicción de que la situación de España (y de Grecia, Portugal, Chipre) era de urgencia. Una urgencia latinoamericana, por los niveles de pobreza, desempleo, desindustrialización e incluso de emigración alcanzados en el conjunto de la Europa del sur. En América Latina, en sus procesos de “ruptura popular y constituyente”, pusieron pues los ojos los animadores de Podemos. Varios de ellos habían tenido experiencia de terreno en esta región: Errejón, a pesar de su juventud, y sobre todo Monedero vivieron de cerca el chavismo originario en Venezuela; hacia Ecuador y Bolivia miró con atención en estos tiempos Iglesias; la fascinación exterior de Mujica llegó a lares madrileños; hay argentinos (provenientes del viejo peronismo de base que coqueteó con la izquierda gramsciana) entre los asesores del grupo; Ernesto Laclau, el investigador argentino posmarxista que desarrolló su propia teoría sobre la hegemonía y reivindicó cierto “populismo”, está entre las fuentes de inspiración del grupo.
“Algunos de los impulsores de la iniciativa hemos reconocido que, sin aquel aprendizaje (de los procesos latinoamericanos), Podemos no habría sido posible”, escribió Errejón.
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Aun proviniendo todos sus dirigentes de la izquierda, incluso de sus sectores llamados “radicales”, y de estar integrado el grupo a la bancada de la Izquierda Unitaria Europea (junto a varios partidos comunistas, poscomunistas y ecologistas de la región) en el parlamento de la UE, Podemos no se define “de izquierda”. Es más: renunció expresamente a jugar en el terreno de una “dicotomía izquierda/derecha”. “Era, en España, una frontera funcional al sistema: mucha gente identifica aquí a izquierda con el Psoe, porque fue éste el partido hegemónico en la izquierda en las cuatro últimas décadas. Y el Psoe es hoy parte constitutiva de este sistema: lo ha gestionado con muy pocas diferencias con el Partido Popular. Es corresponsable de los ajustes, de la política de austeridad, de la entrega del país al capital financiero, de la corrupción, de la represión a la disidencia social, de la apropiación de la democracia por los bancos. Por otro lado, a la izquierda de la izquierda se ha fracasado en la construcción de una alternativa real. No se supo cómo llegar a la gente con una propuesta inclusiva. Se erró incluso en el lenguaje, en la simbología. A nosotros nos pareció mucho más adecuado ampliar la frontera. Por eso es que preferimos hablar de otras dicotomías: los de abajo/los de arriba, democracia/oligarquía, ciudadanía/casta, incluso nuevo/viejo, para producir una identificación nueva de los sectores populares con una propuesta de cambio y aislar a las elites”, dijo Errejón en una entrevista. “¿Qué duda cabe de que somos, los que aparecemos constantemente a nombre de Podemos, de izquierda? De esa tradición venimos, pero lo de ahora es distinto: antes de soñar con una propuesta de izquierda en serio España tiene que ponerse a andar, y hoy está por el piso. De ahí hay que sacarla y eso pasa por identificar bien al adversario: el gran poder financiero y quienes lo favorecen”, remachó Iglesias.
Podemos es, en esencia, “frentegrandista”.
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Desde el pique, chocó. Ni qué hablar con los socialistas y los populares. Los partidos de “la casta” anduvieron durante un tiempo buscando algún escandalete de qué agarrarse para devolverle los golpes a los podemistas en uno de sus terrenos predilectos: el de la corrupción. Tiraron de algunas madejas, que a poco de andar se fueron deshilachando. La vieja dirección del Psoe optó por responsabilizar a Iglesias, por un lado, de “hacerle el juego a la derecha”, y por otro de “soñar con una trasnochada España bolivariana”. Felipe González habló de Podemos como de un grupo “ultraizquierdista” afín al “terrorismo” de Eta porque su líder había dicho que el conflicto vasco es “un conflicto básicamente político que requiere soluciones políticas”.
También chocó Podemos con la izquierda de la izquierda, que le reprochó básicamente su “indefinición ideológica”. “Somos muy conscientes de que rompimos con algunos tabúes de la izquierda clásica”, admitió Errejón. Y explicitó esas rupturas: “Se desafió la rigidez del mecanicismo de ‘lo social’, que sería un ámbito separado y anterior a la política, en el que habría que acumular fuerzas que después se traducirían electoralmente. La iniciativa nació ‘desde arriba’, y frente al fatalista ‘no hay atajos’ del ‘movimientismo’ y la extrema izquierda, defendió que lo electoral es también un momento de articulación y construcción de identidades políticas. Se desafió también el tabú del liderazgo. En la iniciativa Podemos el uso del liderazgo mediático de Pablo Iglesias fue una condición sine qua non y un precipitador de un proceso de ilusión y agregación popular en un momento de desarticulación del campo popular”.
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Se dio con Podemos un fenómeno curioso: cuando apareció, los grandes medios de prensa le abrieron las puertas a sus principales voceros. A Iglesias lo invitaban a tertulias, le ofrecían espacios fijos en diarios, lo entrevistaban. Hasta la saciedad. “Pienso que porque creían que yo era inofensivo, un melenas más de los tantos que de cuando en cuando aparecen y rápidamente desaparecen, o quizás calculaban que Podemos a lo sumo debilitaría a fuerzas políticas como Izquierda Unida, y eso les apetecía. Quizá jugaba el morbo de lo pintoresco. No lo sé, pero a medida que fuimos creciendo nuestro espacio en los grandes medios fue encogiendo, y más aun: comenzaron a llover los ataques, primero en clave de mofa, después directamente asesinos”, recordó tiempo atrás Pablo Iglesias. En paralelo, Podemos fue construyendo su propio aparato mediático y promoviendo concienzudamente a sus principales figuras, muy especialmente a su líder. Contó para ello con publico.org, un diario que del papel se convirtió en digital hace unos años y tiene hoy un alcance mucho mayor al que tenía en sus épocas “de tinta”; contó y cuenta también con La Tuerka y Fort Apache (véase video en la parte inferior del artículo), dos programas en formato de (inteligente) tertulia internética que conduce el propio Iglesias y que se han vuelto fenómenos de audiencia y generadores permanentes de polémicas (hay que ver el nivel de algunos de ellos). Contó con los “círculos”, las estructuras de base de la organización que se fueron desplegando por el territorio.
Y contó con la omnipresencia de Iglesias, que se multiplicó en conferencias de prensa, actos, movilizaciones sociales… al punto que su imagen (su cola de caballo, su barba candado, su look informal) fue la imagen de la lista de Podemos en las elecciones europeas.
Las otras “marcas Podemos” son su logo –un círculo (“de la participación, de la inclusión”) con fondo morado– y su nombre. Ajenas ambas también a la simbología clásica de la izquierda.
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“Lo recalcable del movimiento del 15 M es que ha sabido fundir la crítica al capitalismo con exigencias democráticas, abriendo un horizonte de accionar político concreto”, escribió en la revista Diagonal el universitario y escritor alemán Raul Zelik. “Las Mareas que unieron a trabajadores públicos con asociaciones de padres, pacientes o inmigrantes en la defensa de los servicios públicos, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, que combinó la acción directa extrainstitucional como los escraches con iniciativas de leyes, la ayuda mutua y el trabajo social, la reactivación de organizaciones de trabajadores de base (…) evidenciaron que existe una mayoría social ajena a los aparatos de representación”, remarcó. Pero apuntó un “problema”: esos movimientos, dijo, “mostraron también que el régimen neoliberal perfectamente puede convivir con la movilización social masiva”, ignorarla, pasarle por encima.
Como muchos intelectuales europeos cercanos a una izquierda huérfana de “referentes con los cuales poder soñar”, el alemán piensa que Podemos bien puede convertirse en un “pequeño faro”. Se ilusiona, más que con las argucias mediáticas del grupo, con algunas de las propuestas de su programa (auditar la deuda externa, recuperar los servicios públicos, frenar las privatizaciones, subsidiar la vivienda de los sectores populares, aumentar los impuestos a los ricos, eliminar la legislación de excepción, cesar la represión a los movimientos sociales e independentistas, salir de la Otan). Su “indeterminación”, su “ambigüedad”, más que preocuparle lo atraen: le han permitido, dice, “abrir espacios a la participación de las mayorías”. Y no le han impedido tampoco a sus dirigentes, hasta ahora, tener actitudes de un “radicalismo insolente” para las elites dirigentes y para “la casta”.
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Hacia fines del año pasado Pablo Iglesias fue invitado a un foro económico similar a los que promueve en Uruguay adm. Tuvo lugar en el hotel Ritz, uno de los más lujosos de Madrid. El tranquilo profesor universitario utilizó su didáctica no para congraciarse con su público (“entre ustedes hay seguramente caballeros vestidos con trajes de 3 mil euros, algo que no ganan ni en un año las camareras de este hotel o los cámaras que nos están filmando”, dijo) sino como una tribuna más desde la que historió, cifra tras cifra, “el proceso de apropiación de la democracia española” por los grupos financieros locales y regionales. Es decir, por quienes lo estaban escuchando.
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Pero Zelik sabe también que movimientos como éste ha habido otros en la historia reciente, fuera y dentro de Europa. Los ha habido incluso en la propia Alemania. Mucho compartían los Verdes originarios con Podemos. Terminaron aliados, en algunas regiones, con los sectores más conservadores de la socialdemocracia.
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“Podemos tiene una vida muy corta, pero una historia ya muy larga, hasta el punto que uno diría que en el último mes ha envejecido mucho.” Así comenzaba a fin de año el filósofo Santiago Alba Rico una columna en la que daba cuenta de los peligros “de crecimiento” que está enfrentando la fuerza política dirigida por Iglesias. “En muy poco tiempo se ha pasado del estado líquido y casi desparramado al sólido y casi leñoso. Antes Podemos era una maravillosa gelatina y ahora es una funcional estructura”, y eso tiene sus costos, decía.
Alba Rico estuvo entre la treintena de intelectuales que firmó el manifiesto de 2014 que dio vida al grupo, pero es consciente de que hay “peligros que lo acechan”. Lo nota desde dentro, y desde dentro describe cómo se ha podido observar una cierta autonomización de la dirección del partido (el Consejo Ciudadano) respecto a la base (los círculos) y un grado, ya, de “desilusión” en “la izquierda militante y en los movimientos sociales”. Esta última podría venir del resultado de la Asamblea Ciudadana de octubre pasado, el “congreso” del partido, que consagró al equipo de Iglesias en todos los puestos de dirección, donde no habrá representación de la basista Izquierda Anticapitalista. A Alba Rico le preocupa que la dirección de Podemos “se aleje del medio extrauterino del que nació” y que, entre renunciamientos propios de la organización y facilismos de la “izquierda militante” (que puede no ser “capaz de ver todo lo que de bueno hay en las cosas que han quedado dentro y que se pueden hacer”), la esperanza se evapore en poco tiempo.
“Las alianzas que haga a mediano plazo y el camino que elija recorrer de aquí a las elecciones de noviembre van a ser fundamentales para ver si la radicalidad de Podemos no se desinfla”, piensa a su vez Zelik. Tanto como lo que hagan de aquí en adelante los primos hermanos de Syriza si el domingo ganan en Atenas.
[notice]Expansión territorial
Para su primera salida de Madrid tras ser electo secretario general de su partido, Pablo Iglesias eligió a Barcelona. Cataluña, dominada por el auge del independentismo, es una de las zonas del Estado español en que el movimiento del círculo morado todavía no ha penetrado. La estrategia de Podemos ha sido atacar tanto a los “unionistas” como a los “independentistas”. A los primeros, dijo Iglesias en su discurso, “les oponemos el derecho a decidir que tiene cada pueblo: no se le puede imponer a nadie pertenecer a algo a lo que no puede pertenecer”. Y a los segundos los criticó por “anteponer la reivindicación territorial a todas las otras”. “No me veréis nunca abrazarme con Mariano Rajoy, pero tampoco con Artur Mas”, dijo el líder de Podemos aludiendo al liberal presidente de la Generalitat, el gobierno catalán, con quien se abrazó David Fernández, el principal referente de la Candidatura de Unidad Popular, la izquierda catalana. “Mas es tan integrante de la casta como los gobernantes de Madrid”, remachó.
La primera meta de Podemos sería “teñir de morado” el viejo cinturón rojo (obrero y popular) de Barcelona, en el que hasta hace unos pocos años el Psoe arrasaba y hoy ha pasado a ser feudo catalanista. Fue allí que tuvo sus mejores resultados en las europeas de mayo, pero está lejos aún de llegar al nivel conseguido por las distintas formaciones catalanistas. “En Podemos no somos unionistas ni independentistas. Estamos por el derecho a decidir, pero en todo el Estado. Combatimos las políticas de austeridad estén donde estén. Eso es lo que nos importa más. La derecha española, la casta toda, ha agredido a Cataluña como ha agredido a todo el Estado. Hace cuatro años Artur Mas nos ofrecía un viaje hacia Ítaca pero lo que no nos dijo es que no se trataba de la Grecia homérica sino de la Grecia actual, devastada por las políticas neoliberales”, dijo en el mismo acto Gemma Ubasart, secretaria de Plurinacionalidad de Podemos y su principal referente en Cataluña.
Los últimos sondeos dan a la formación de Iglesias un fuerte crecimiento tanto en Cataluña como en el País Vasco.
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