—¿Qué provocó el abandono de la odontopediatría por la plástica?
—Desde muy chica me gustaban las artes y las ciencias a la vez, y me apasionaba pintar. En casa las pinturas escaseaban, recuerdo que a los cinco años, ante la desazón porque se habían acabado, mezclé crema dental y maquillaje de mi madre con tal de obtener “pintura”; el arte y la odontología arrancaron juntos (risas). Pero también hacía cosas con plastilina, y tenía claro que quería ser escultora.
—Naciste en Artigas, ciudad poco propicia, en 1961, para desarrollar esas aficiones.
—Nací allí pero siempre viví en Montevideo. Perdí a mis padres muy joven, uno a los 11 años y otro a los 15; como hija única comprendí que debía encontrar la forma de sostenerme con una carrera, pero la Escuela de Bellas Artes en ese momento, años ochenta, estaba cerrada por la dictadura. Me inscribí entonces en la Facultad de Odontología de la Udelar y fue un gran acierto, porque allí conocí a mi esposo.
—¿Sólo por eso?
—Obviamente no, me refiero a que odontología me obsequió, además de un camino, una pareja con la que hasta hoy trabajamos juntos, porque fue el fotógrafo que tuve cuando produje, sola, una animación con plastilina en 3D que resultó premiada.
—Venías recordando la transición hacia la plástica.
—En 1987 terminé odontología, me inscribí en la reabierta Escuela de Bellas Artes, y la cursé al mismo tiempo que el posgrado en odontopediatría. Llegaron dos hijos, por ellos suspendí mis estudios durante cuatro años y luego volví a la Escuela para hacer escultura, con la cual egresé. La crisis de 2002 diezmó mis pacientes odontológicos y me inclinó a dejar la profesión para intentar aportar, a la salud y al juego, desde la literatura. Me fui, entonces, con mis muñequitos de plastilina, a plantearle a la entonces editora responsable de la editorial Alfaguara Infantil, la posibilidad de hacer un libro para niños que relatara, con “gancho”, lo que ocurre en la boca y los peligros que acechan a los dientes.
—Qué opinó
—Tuvo muchas dudas de que un libro así funcionara.
—Sabrás, como autora involucrada, que la mejor manera de arruinar un cuento es injertarle un cometido.
—Por supuesto, pero yo estaba segura de que podía lograr un cuento que incluyera información odontológica, no al revés. Y lo hice, luego de conseguir a nueve auspiciantes de peso, que iban desde el Ministerio de Salud Pública hasta Unicef. Alfaguara, entonces, publicó Ramiro y la maravillosa Molly en 2006, y la editorial española Primera , en 2009.
—¿Los auspiciantes otorgaron fondos?
—No, pero su presencia me ayudó a demostrar que había un público interesado en el tema. De hecho, el libro, ahora agotado, se usó mucho en las escuelas, lugares que supe frecuentar con mis talleres.
—¿Qué anécdota recordás de tu paso por las escuelas?
—Cabe aclarar que recuperé esa labor; estoy dando talleres de plástica y creatividad en centros educativos. Recuerdo que con la Escuela de Bellas Artes organizamos, durante un año, una experiencia fantástica en la escuela Brasil, consistente en compartir con alumnos de tercero y cuarto el método pedagógico experimental, vivencial, que caracteriza a Bellas Artes. Propusimos a los niños trabajar volúmenes a partir de barras de jabón, para crear objetos vinculables al período renacentista. Un alumno, Pereira, hizo una copa que nos dejó alelados, y luego supe que Pereira era el “peor” de la clase, en notas y conducta, y vivía en un barrio periférico. Desconocía, ese niño, su potencial artístico.
—Tus muñequitos convocan a Walter Tournier.
—Admirado maestro del cual tuve el privilegio de ser alumna.
—La animación despuntó en España.
—Sí, publiqué otros libros1 y en 2011 el Instituto Galego de Consumo, junto a la editorial Galaxia, me dieron la oportunidad de producir una animación basada en un texto de la autora Araceli Gonda, titulado Area fai seis (Area cumple seis). Ese trabajo recibió el premio Mestre Mateo de la Academia Galega del Audiovisual, y lo menciono porque en él apliqué lo aprendido con Tournier.
—La novela con la que ganaste el premio Onetti de literatura infantil, ¿es un decantado o una nueva fase?
—A los cuentos para niños, sobre todo pequeños, suelen elegirlos los padres. A una novela, en cambio, la eligen ellos, y yo quería eso. Escribí otras, que esperan turno.
—Organizaste, en el Cce, talleres de fotonovela y libro de autor; ¿qué proponés como libro de autor?
—Un libro objeto, que puede adoptar cualquier forma en tanto diga algo y admita su lectura. Las formas pueden ser tantas como disponga la imaginación del creador. Una niña a la que le interesaba mucho el ballet hizo un libro tutú, y un chico preocupado por la caza indiscriminada de osos puso osos a huir de cazadores alrededor de un globo terráqueo.
1. El bolsillo de la risa, textos Eva Lozano, Galaxia, España, 2009; Ramiro descubre a Estrezú, Primera Persona, España, 2010; Animales encantadores, sobre canciones de Susa Hererra, Primera Persona, 2010; Cantos animales, sobre canciones de Susa Herrera (edición de autor), España, 2014.