El Fbi anunció recientemente la captura de Christopher Cornell, ciudadano estadounidense de 21 años y aparente yihadista que tenía intenciones de hacer volar por los aires el Capitolio. Hasta aquí la actuación de las fuerzas del orden estadounidenses parecería correcta. Pero la parte de la historia que pocos medios recogen es que quien denunció al joven como terrorista, un informante del Fbi, podría ser el mismo que lo impulsaba a cometer el atentado.
Como respuesta a los escépticos, que a estas alturas estarán pensando si se encuentran frente a otra de las tantas teorías conspirativas que se sostienen por los pelos, podríamos decir que esta sospecha no es tan casual y aventurada como parece; viene a reafirmar y acentuar una hipótesis que hace un tiempo circula, de la que se desprende que el Fbi estaría involucrado en maniobras poco claras, en su aparentemente “denodada” lucha contra el terrorismo, la cual, a partir del 11-S, ha ido tomando un tinte más radicalizado e intransigente.
Como parte de su plan de acción, el Fbi cuenta actualmente con una red de más de 15 mil informantes, los cuales tienen encomendada la tarea de establecer un seguimiento e identificación de posibles terroristas, siguiendo un patrón de búsqueda que identifica personas con un determinado perfil, (como el del “lobo solitario”, que se caracteriza por actuar solo y aparentemente sin mantener vínculos con ninguna célula terrorista). Por prestar estos servicios eficazmente, estos funcionarios del Buró Federal de Investigación reciben como compensación altas sumas de dinero, o exoneraciones en sus procesos penales.
Un extenso informe de julio de 2014 realizado por Human Rights Watch, en el que se incluyen más de 200 entrevistas a diversos implicados en los procesos de detención, denuncia que muchas de estas capturas –que luego son anunciadas en grandilocuentes ruedas de prensa– son en realidad “puestas en escena”, y que un importante número de personas detenidas por esta causa no habían presentado en el momento de comenzar su seguimiento ninguna pauta que delatara planes terroristas. Según este estudio, el 50 por ciento de las condenas federales por terrorismo se basaron en datos aportados por informantes, y en muchos casos el Fbi apuntó sus investigaciones particularmente a personas vulnerables, como aquellos con discapacidades intelectuales o indigentes.
Cornell parecería encajar con este pefil. Retraído y solitario, era además, por lo que cuentan sus allegados, un joven obsesionado que creía en la existencia de diversas conspiraciones para el control mundial. Sumado a esto, y por lo que resulta de las conversaciones que mantuvo con el colaborador del Fbi a través de la red, se podría interpretar que con la única persona con la que Cornell estableció un “vínculo terrorista” fue con este informante que él creía miembro del Estado Islámico. El mismo informante declara que Cornell intentó contactar con extranjeros para comunicarles sus planes de extender la yihad, pero que había sido ignorado. Y este caso no sería el único con estas características: en 2012 un hombre fue detenido dirigiéndose al Capitolio con un chaleco de falsos explosivos, que se dice fue suministrado por un agente encubierto del Fbi. A esto se le suma la confesión del informante arrepentido Craig Monteilh, quien asegura haber recibido la orden de infiltrarse en mezquitas californianas con el objetivo de instigar operaciones terroristas.
Son muchas las sospechas que recaen sobre el Federal Bureau of Investigation (Fbi) respecto de este tema. De ser ciertas, estaríamos frente a una maniobra en la que se utilizarían inocentes con el fin de dar una impresión de eficiencia que no es tal, impresión que será amplificada por los medios con el fin de crear una verdad, que como todos sabemos, y ya lo dijo Nietzsche, es tan sólo una “voluntad de poder”.