—¿Qué importancia estratégica asigna el MPP a este debate ideológico?
—Es evidente que estoy muy viejo, porque los papeles escritos me provocan un escepticismo brutal. Los congresos me tienen saturado, pero creo que son parte de una tradición, de una liturgia. Me doy cuenta de que cualquier organización colectiva necesita sus puestas a punto, pero tengo mis dudas de que el método de congreso en sí cumpla esa función.
—¿Por qué?
—Porque se produce una tácita saturación. No es sencillo sintetizar una multiplicidad de problemas en una puesta a punto. Me parece que la vida fluyente tiene que ser un permanente reajuste. Se piensa que uno va, resuelve en un congreso y entonces por equis tiempo tiene el camino despejado. Y no es así.
—No parece otorgar demasiada trascendencia a este debate.
—Yo no me voy a oponer. Le temo a la liturgia de los papeles, a discutir por frasecitas que después hay que negociar, y a que cada cual se vaya como si el papelito no se hubiera escrito. No sé, pero este proceso me ofrece dudas en cuanto a su grado de eficacia en el largo plazo. Tampoco voy a dar una batalla en contra; me subo al carro y chau. Porque de todas maneras voy a tener un lío al cuete. No me van a entender y de repente yo puedo estar medio rayado.
—El informe político aprobado en el reciente Congreso del MPP sostiene que el gobierno de Montevideo es excesivamente tecnócrata y autoritario, que la descentralización política se ha convertido exclusivamente en desconcentración administrativa, y que la gestión de Mariano Arana “se apoya en una estructura burocrática ocupada por funcionarios adecuados para un gobierno cupular y clientelístico”. Si en una década de administración municipal el gobierno de izquierda devino en lo descrito, ¿cómo encarar desde un gobierno nacional la reforma del Estado que se proclama en los documentos de actualización ideológica?
—Uno de los puntos permanentemente olvidados por la izquierda es el papel del trabajo y el rol que cumple la burocracia como estamento constitutivo de la condición humana, un problema per secula seculorum. La gestión es el poder en sí, más que la propiedad. Un proyecto de cambio debe colocar estos temas arriba del tapete. Y debe plantearse, en primer lugar, cómo se despierta la energía dormida que tiene la gente que trabaja, sobre todo en el aparato del Estado, a favor de la sociedad.
—El FA no parece haber encontrado la fórmula.
—No, qué va, eso está en el recontra debe. Voy a trabajar para jubilarme dentro de 4(1 afts con toda la seguridad de un trabajador público. Me parece bárbaro que todos los trabajadores tengan seguridad. Pero cuál es la contrapartida, y quién es el patrón. Porque nos educamos en una sociedad de clases y hay un argumento macanudo: el Estado pertenece a la burguesía. Pero resulta que cuando yo analizo al Estado en la concreta, encuentro que cumple una cantidad de funciones que poco tienen que ver con la cuestión de clase; son los servicios que necesita la sociedad. Y lo peor es que me encuentro con que quien padece las consecuencias es la clase que yo intento redimir. Entonces yo, burócrata, me transformo en una especie de explotador indirecto. Cuando le estoy negando mi energía al Estado en la función que cumplo, no estoy explotando a la burguesía, estoy jodiendo a mi pueblo. Pero parece que esto no se puede decir en la izquierda, es pecado, porque hay una especie…
—¿No será porque los voceros de los partidos tradicionales invocan un discurso similar?
—Bueno, el neoliberalismo reinante dice argumentos parecidos pero pa’ hacer pelota al Estado, sobre todo pa’ privatizarlo y después currar con la empresa privada. Pero cuando yo miro las carreteras que hace el ministro de Transporte Lucio Cáceres (invito a mirar lo que es el segundo tramo de la ruta 1, la primera carretera que conozco con pozos incorporados de entrada) descubro que su construcción está a cargo de una espléndida empresa privada, pero se supone que los burócratas del Estado tienen que controlar que no hagan esa estafa. Y me encuentro con un Uruguay que hace 80 años sabía hacer carreteras, porque ahí está el tramo de la ruta que pasa por Rosario, y ahora vinimos pa’ atrás. Quiere decir que la empresa privada está currando al Estado, a un Estado cojitranco porque tiene una burocracia que no hace lo que debe.
—¿Ese riesgo no lo tiene la izquierda en Montevideo?
—Lo tiene, ¿cómo no? Cuando yo miro los caminos de mis pagos (N de R: Rincón del Cerro) me pregunto a quién se le ocurrió la genialidad de arrancar la piedra gris de la época de Terra, poner una camada de balastro y hacer un camino. Consecuencia: cada dos meses están reparando el Camino O’Higgins. El viejo O’Higgins duró como cincuenta años. No, hermano: esto es joda. Vienen los locos de ANTEL a poner unos palos de cinco metros, pero hacen un pocito de 40 centímetros. A los 15 días, cantado, el palo está ladeado. ¿Dónde están los burócratas que tienen que controlar eso?
—Quiere decir que no hay burocracia de derecha o de izquierda…
—No, no, es una plaga permanente. Si en la izquierda no colocamos este tema en discusión, todos terminaremos burócratas, porque es la tendencia muy humana del menor esfuerzo. Creo que hay que incentivar la verdadera democracia: que la gente, si labura bien, se lleve un mango extra. La contabilidad es una ciencia para medir el valor del trabajo. La gente tiene que tener premios que se los gane y castigos que se los autoimponga.
—No lo entiendo.
—A ver si me explico. Hay que cambiar toda la gestión del Estado. Hay que concebirlo como un conjunto de pequeñas empresas colectivas, pero no de miles de tipos. En los 30 de mi sección se puede calcular cuánto vale nuestro trabajo anual. Tenemos que ganar un salario acorde a las categorías de cada quien, pero otra parte tiene que ser pa’ todo y el todo lo tiene que repartir. Ahora, si después vos no me venís a trabajar, no estás jodiendo al Estado abstracto, estás jodiendo a la barra. Pero a la barra también hay que darle libertad de organizar el trabajo, de echar a alguno si no sirve, libertad de abajo pa’ arriba y no al revés.
—¿Un Estado auto gestionario
—No sé. No me quiero perder en discusiones de carácter teórico. Pero hay que tratar de que la gente meta la cuchara por su propio interés. Con un límite: la no explotación del hombre por el hombre. Se nos va la vida en debatir el funcionamiento de este Estado. Debemos salir de esa confusión de que gobernar es sustituir a un capataz, un ingeniero del Foro Batllista por otro de izquierda. Estamos en la misma.
—¿No hay posibilidades de discutir estas cuestiones en el proceso de actualización en curso?
—No, creo que no. Soy consciente de que con lo que le digo estoy actuando como francotirador. Pero hay que buscar las formas de desburocratizar al Estado, y no llenarlo de milicos de control. Cuando miro la estructura de ANCAP –970 cargos de dirección y 1.600 pa’ trabajar–, me pregunto a quién vamos a joder con eso. Decía McNamara, cuando reformuló la General Motors: un capataz tiene que atender entre 50 y 60 trabajadores, porque el capataz no produce. Hay que aprender.
—Existe la percepción de que a veces el FA es implacable en los diagnósticos de sus propios errores, pero ocurre que hay enormes dificultades en tratar de resolverlos.
—Ta’ clavado. No tengo la varita mágica para saber si lo podremos solucionar, pero estoy convencido de que lo tenemos que enfrentar, aunque nos lleve a conflictos internos. ¿Qué pasa? Uno no le quiere dar pasto a las fieras, entonces es como una contradicción a media máquina. Porque el objetivo principal es el otro, pero si no cambia esto, es más de lo mismo. Esa es la contradicción principal que tenemos. Y nos puede estallar como una granada estando en el gobierno.
—¿Cómo se ubica el MPP en esta discusión ideológica? Porque respalda en gran parte el documento de actualización mayoritario, de orientación “moderada”, pero a la vez introduce algunos matices de corte “radical”.
—La izquierda siempre va a tener el problema de generar infantilismos hacia un lado y de mezclarse, pa’ el otro lado, con transacciones que le menguan su propia esencia. Esa contradicción es permanente y está latente en la vida del FA. Pero sujetos al objetivo estratégico de coyuntura somos moderados, no hay ninguna duda de que lo somos, porque no queremos regalarle a la derecha argumentos desde nuestras entrañas. Es como la actitud que asumo con el Instituto de Colonización: cuánta joda tengo pa’ pelear, pero yo sé que hay unos tigres que lo quieren liquidar. En el duelo político uno no quiere tirarle a la izquierda elementos que la derecha va a recoger en contra nuestra. Pero somos absolutamente conscientes de que esos elementos expresan una enfermedad, o un debe, colosal de nuestra parte. Hemos adoptado esta estrategia, porque queremos ir por partes y por escalones, porque estos cambios requieren fuerza. No hay que caer en una actitud de gorrión de basurero: gargantear y gritar pero no modificar la realidad.
—Uno de los matices que introduce el MPP es la vigencia de la contradicción oligarquía-pueblo. ¿Quiénes representan hoy a la oligarquía y cómo avanzar en la superación de esa contradicción?
—Hay un corte transversal en la nación que ha traído una recomposición de lo que uno podría considerar oligarquía. Todos los sectores productivos de este país, algunos más que otros, están condenados al degüello. Sectores que hace 30 años uno los visualizaba dentro de la oligarquía están viviendo un proceso expropiatorio. Esos son potenciales aliados coyunturales. Pero ellos tienen una barrera: cambia la realidad más rápido que su estructura mental. Ojo que nosotros también tenemos ese problema. Pero están condenados a morir, y por eso no tienen otra alternativa que venir con nosotros.
—¿Quiénes son los representantes de esa oligarquía?
—Todo aquello que está conectado con la succión de las riquezas desde afuera. De repente la oligarquía la compone la alta burocracia que maneja el Banco Central. O los que están en el engranaje de la importación, de la especulación, los dueños de las tarjetas de crédito, el sistema financiero. Y creo que remontar esa contradicción no es nada fácil, porque con ese mundo también hay que negociar. La frontera está en no entregarse. Ese mundo de bohardilla que es la Ciudad Vieja, incluidos los Posadas, Po-sadas y Vecino, vale más que cincuenta estancias de las de antes. Esa es una boca de succión, es el país de las venas abiertas. Ahora, yo no puedo gargantear con la defensa de los trabajadores en un país improductivo. Allí están los datos científicos: el negocio más grande que hay en este país es la relación del fenómeno agropecuario con el industrial. El 24 por ciento de la totalidad de los salarios que paga el país, y el 80 por ciento de sus exportaciones, dependen de esta rosca. No puedo hablar entonces de los intereses de los trabajadores en un país que no labura. Le estaría mintiendo a mi gente. Espero que seamos capaces de entender todo esto.
—¿El sentido de este proceso de actualización consiste en adaptar a la izquierda a los cambios civilizatorios, como sostienen los sectores mayoritarios del FA, o, por el contrario, en impedir la adaptación de la izquierda al modelo vigente, como reclaman los sectores minoritarios?
—La nación es un barquito en el océano. No puede evitar el viento, que es el mundo en que vivimos. Sólo tenemos la posibilidad de manejar la vela, por lo tanto hay que navegar zigzagueando. Pero navegar es tener un rumbo. Si nosotros aceptamos esta civilización no tenemos rumbo, si nos adaptamos a ella dejaremos de ser de izquierda. Porque en el fondo nuestra discrepancia es civilizatoria. Como programa final pretendemos fundar otra civilización. Porque pa’ administrar esto, en definitiva, la derecha tiene oficio. Lo cual no quiere decir que debamos navegar en línea recta. Llegar al gobierno es ganarse el derecho a complicarse bien la vida. Esa complicación se resume en lo siguiente: o nos transformamos en administradores más eficientes de la misma realidad o la vamos navegando y transformando. Que nadie piense que esa definición estará exenta de conflictos, de lucha. Por eso creo que no hay ningún triunfo, hay apenas escalones.