Selma, el poder de un sueño, dirigida por Ava DuVernay, sigue los pasos del activista Martin Luther King a mediados de la década del 60, cuando éste insiste en exigirle al presidente Lyndon B Johnson despejar las inmensas trabas que impiden el cumplimiento de la ley que habilita a votar a los ciudadanos negros. Gran parte de la acción tiene lugar en la ciudad de Selma, en Alabama, un estado cuyas autoridades civiles y policiales parecen ensañarse cada vez más en discriminar a sus pobladores. La película elige una veracidad expositiva que, aparte de la oposición entre las “fuerzas del orden” y un King decidido a emprender desde Selma una marcha que llame la atención de todo el país, no deja de observar las maniobras de un Jonhson evidentemente presionado por gente tan reaccionaria como influyente. Dicha veracidad, en más de un momento, contagia al desarrollo de un tono semidocumental y distanciado que no permite mayor crecimiento de personajes, que bien merecían ser pintados con trazos más cotidianos y, por lo tanto, humanos. Dos o tres secuencias multitudinarias a lo largo de las cuales la directora se las arregla para hacer que los marchantes luzcan siempre como individuos, sin embargo, se vuelven en verdad sobrecogedoras, al grado de trasmitir la convicción y la trascendencia de unas jornadas llamadas a transformar la historia de un país. El inglés David Oyelowo consigue, por otra parte, recrear al protagonista con verosimilitud en un poblado elenco en el cual, contra viento y marea, cabe destacar al contradictorio y poco confiable Johnson, que interpreta Tom Wilkinson. La banda sonora, la mención a artistas como Joan Baez y el trío Peter, Paul y Mary, así como la aparición de Harry Belafonte y Sammy Davis Jr en documentales de la época, más el hábil manejo que efectúa DuVernay del progresivo apoyo de cierta población blanca, confieren interés adicional a una película que prometía más.
Kingsman, el servicio secreto, dirigida por Matthew Vaughn, si bien propone un pequeño grupo de héroes imbatibles o casi, empeñados en defender a los ingleses –y al mundo, faltaba más– de quienes se empeñan en revertir el orden establecido, como es el caso de un ceceoso Samuel L Jackson, ventila todo ese asunto con una guiñada al mundo del cómic. Mundo que le sirve de inspiración y da un permanente toque de humor irónico que hace llevaderas las idas y venidas, tanto de los héroes ya hechos y derechos como las de aquellos que comienzan a entrenarse para seguir sus pasos. Un presupuesto generoso, efectos de primera línea y la preocupación de un director empeñado en darle agilidad al desarrollo contribuyen a elevar el interés de una receta de entretenimiento que cuenta con el lujo adicional de las presencias del siempre atildado Colin Firth, el divertido Jackson, el gran Michael Caine, un impecable Mark Strong y el joven Taron Egerton, que no se les queda atrás. La anécdota se toma además la licencia de incorporar nombres como los de Lancelot, Arturo y Merlin para efectuar una especie de contrapunto con figuras de otros tiempos quizás más románticos pero igualmente heroicos.