Por Eugenio García Gascón
¿Es lícito quemar vivo al enemigo? Esta pregunta se la han formulado numerosos líderes religiosos musulmanes en las últimas semanas, después de la muerte del piloto jordano Muad al Kasasbeh, que fue quemado vivo por el Estado Islámico en Siria en enero y cuya muerte fue grabada en video y difundida a través de Internet.
La inmensa mayoría de las respuestas sostienen que se trata de una salvajada que el islam no justifica de ninguna manera. Sin embargo, algunos líderes radicales la justifican, especialmente en el caso específico de Kasasbeh, pues es una venganza en la que se responde con la misma moneda que el piloto utilizaba contra los musulmanes, fueran estos yihadistas o civiles.
Incluso ha habido líderes que han hallado un precedente en las tradiciones relativas a Mahoma. Una de estas tradiciones sostiene que el profeta mandó quemar a un traidor y corrupto que respondía al nombre de Iyas bin Abd Allah.
La inmensa mayoría de las respuestas sostienen que se trata de una barbaridad que el islam no justifica de ninguna manera.
Uno de los textos fundacionales del nuevo yihadismo que comenzó con Al Qaeda fue escrito por Abu Bakr Nayi, un seudónimo que algunos atribuyen a Muhammad Jalil al Hakaymah, un egipcio nacido en 1961 y muerto en un bombardeo aéreo de Estados Unidos en una remota zona de Paquistán en 2008.
Unos pocos años antes de morir, Nayi escribió el Idarat al Tawahhush (“Guía de la ferocidad”), un extenso manual acerca del comportamiento que deben tener los yihadistas. Este texto ha circulado ampliamente entre los seguidores de Al Qaeda y del Estado Islámico, y lleva por subtítulo “El período más peligroso que atravesará el pueblo musulmán”.
El punto principal de la Guía de la ferocidad es que justifica lo que a ojos occidentales parece violencia gratuita, aunque el texto señala claramente que no se trata de violencia gratuita sino que es necesaria para disuadir al enemigo. El enemigo no solamente es Occidente sino también los musulmanes que no se guían por los principios coránicos de acuerdo con la interpretación que de ellos hacen los islamistas.
“Quien ha estado practicando previamente la yihad sabe que sólo se trata de violencia, crudeza, terrorismo, asustar a los otros y masacrar”, escribe Nayi en su manual del perfecto yihadista. Esto es la yihad, continúa, “y no debe confundirse con el islam”.
La difusión de las ejecuciones forma parte de esa estrategia de disuasión. El primer caso de difusión moderna de una ejecución se remonta a 2004, más o menos cuando Nayi escribió su libro, y fue grabado por Abu Musab al Zarqawi, un jordano nacido en 1966 y muerto en 2006 que divulgó por video un número considerable de las atrocidades que él mismo cometió en Irak luchando contra la ocupación estadou-nidense. La víctima fue en aquel caso el rehén estadounidense Nick Berg.
En su manual, Nayi se revela como un buen conocedor de la sociedad occidental, de sus inclinaciones y de sus fobias, y una y otra vez defiende la violencia excesiva como método de disuasión. Por supuesto, Nayi también conoce muy bien el islam, no sólo el islam del Corán y los hadices o tradiciones de Mahoma, sino también el islam radical de los primeros años de esta religión, así como el islam posterior de otros líderes radicales.
Las tradiciones de las primeras generaciones del islam, las más puras, ofrecen un rico abanico de posibilidades en cuanto a violencia se refiere, un abanico mucho más rico que el que ofrecen las tradiciones estrictas de Mahoma, y esto permite a Nayi crear paradigmas basados en personajes históricos muy bien considerados en la sociedad musulmana.
Los yihadistas del Estado Islámico no dudan, por ejemplo, en arrojar al vacío a los homosexuales desde lo alto de un edificio, aunque esta es una innovación que no tiene precedentes en la cultura musulmana de los primeros años. Es más, históricamente el islam ha sido bastante más tolerante con los homosexuales que el cristianismo.
Es preciso “aterrorizar” al enemigo, y no hay que ser considerado con los rivales porque en este caso la yihad estaría “condenada al fracaso”, escribe Nayi. “Nuestros enemigos no tendrán misericordia de nosotros y por lo tanto hemos de conseguir que se lo piensen mil veces antes de atacarnos.”“Si no somos violentos en la yihad (…) perderemos el elemento de la fuerza”, como ha ocurrido en numerosas generaciones de musulmanes, incluida la nuestra, escribe Nayi. Es por ello que es importante conducirse con violencia, incluso con violencia excesiva, y también mostrarla a los occidentales, con el fin de que sepan a qué atenerse.
“Incluso (el califa) Abu Bakr y (el califa) Alí quemaron a gente con fuego, aunque eso sea odioso, pues ellos sabían el efecto que la violencia cruda causa en caso de necesidad.” Este argumento de la violencia desmedida tiene más ventajas que inconvenientes para quienes participan en la yihad, señala Nayi.
El manual llama a vengar las acciones que el enemigo lleva a cabo contra el islam, ya sea el enemigo occidental o los líderes que se consideran a sí mismos musulmanes pero son en realidad hipócritas. La venganza, escribe Nayi, no tiene que ser en el mismo sitio o país que ataca el enemigo, ya que la religión musulmana no conoce fronteras.
Así, a una acción contra los musulmanes en Siria se responderá con una acción en Libia o en Indonesia. Lo importante es “retribuir” los ataques de los infieles, y de ser posible de una manera desmedida para disuadirlos y crear su confusión.
(Tomado de Eldiario.es)