—Tu dirección será intermitente, ¿eso no afecta la eficacia?
—Las personas que contacté aquí como posibles candidatas a asumir el rol no tenían afianzado el perfil de captación y administración de fondos, característico, hoy, en un director de museo. Éste debe recibir fondos públicos y privados, única ecuación viable en el planeta para sostenerlo. Durante los ocho años de vida del Museo Gurvich asumí, como responsable de la fundación homónima, varias veces el timón. Ahora lo haré “oficialmente”, y durante dos años intentaré viajar, porque vivo en Bélgica, con una asiduidad provechosa para el equipo de gestión que trabajará aquí; puede hacerse.
—Es esperable que un director de museo domine más el campo cultural que el de la gestión.
—En todo el mundo el director del museo tiene la responsabilidad global de la institución, imposible de gestionar, repito, sin fondos mixtos y sin eficientes relaciones públicas. Para manejar acervos están los curadores, investigadores y especialistas. Hay casos de directores curadores, pero son la minoría. El Gurvich no tendrá curadores permanentes, iremos contratándolos para proyectos específicos.
—¿Hasta dónde estás involucrado con las obras de tu padre?
—Acompañaron a la familia siempre; las cuidamos y restauramos, y ahora deseamos exhibirlas en las mejores condiciones. Está claro que un museo debe vivir, además de conservar, por lo cual el Gurvich agregará, a una cronología detallada del periplo vital del artista, exposiciones temporarias, muestras de alta calidad y un programa de seminarios, talleres y cursos dirigidos tanto a las escuelas públicas como al público en general. Aspiramos a que sea, también, un espacio de renovación espiritual, que motive a la gente a la introspección y el contacto con distintas tradiciones místicas.
—¿Qué aportarás, subjetivamente, al desafío?
—No hago esto por compromiso filial, ni porque piense que Uruguay necesita agregar otro museo a los que ya posee, sino porque estoy hondamente convencido de la excelencia creativa de José Gurvich. Cuanto más cerca estamos, en tiempo, del legado de un artista, menos calibramos la trascendencia que puede alcanzar, pero estimo que la obra de ese gran artista uruguayo que fue mi padre cabe holgadamente en la posteridad. Por suerte el ex ministro Ricardo Ehrlich comparte esta valoración, y la transfirió a la ministra María Julia Muñoz. Hablando de subjetividades, no faltan voces que se alzan para preguntar por qué es Gurvich quien merece un museo, y no fulano o mengano; si no tuviera tanta fe en la excelencia artística de mi padre, hace mucho que me hubiera ahorrado más de una batalla. La oportunidad de concretar un museo es ahora, cuando la colección está intacta, después será difícil.
—¿Por el deterioro?
—Porque se dispersa.
—¿Por qué?
—Porque se vende.
—¿Por qué la venderían?
—Porque las pinturas no están para sentarse sobre ellas; no hay artista en el universo que no se haya vendido, regalado, perdido o destruido. Aunque la venta sea mejor destino que la destrucción, no es lo mismo que los cuadros de Gurvich estén un museo, al alcance de todos, que en domicilios de coleccionistas particulares. En un museo, además, podemos exhibir dibujos, bocetos, documentos y objetos personales que poco interesan a eventuales compradores.
—¿Qué trasmite la obra de Gurvich a un hijo que no es artista plástico?
—La plástica está absolutamente emparentada con mi sensibilidad, no sólo por la educación que recibí, sino porque me dedico, en Europa y Estados Unidos, a la difusión de la espiritualidad y el arte sacro hindú. Las artes son un escalón útil a la conciencia para elevarse, y si coinciden con una búsqueda mística del artista, como fue el caso de Gurvich, se potencian mutuamente.
—¿Creés en la función “elevadora” del arte?
—Debería hacerlo.
—Respondés con un condicional, y espero una afirmación.
—Sí, tiene esa capacidad, aunque mucho arte contemporáneo de moda olvida la estética con tal de manifestar discrepancias. Y le basta trasmitir el mensaje, sin reparar en la belleza. Hay tantas herramientas, hoy, para cuestionar lo que quieras cuestionar, que forzar al arte en esa dirección me parece un sinsentido dilapidador.
1. Con frente a los números 522 y 524 de la calle Sarandí, el edificio de los años cuarenta, adquirido a la empresa Cutcsa, viene reciclándose bajo la dirección del arquitecto Rafael Lorente Mourelle, ex alumno de Gurvich. Su inauguración está prevista para agosto, tendrá cuatro niveles a partir de la planta baja, rincón infantil, boutique y sala de conferencias, y su costo superará el millón de dólares.