UNO. En mayo de 1992 el juez antimafia Giovanni Falcone volvía a Palermo, su ciudad natal, con una importante custodia policial. Trabajaba en las apelaciones de un megaproceso contra la Cosa Nostra, que años antes había generado el juicio más grande de la historia mundial. Nunca llegó a destino. A su paso por la carretera que lo llevaba del aeropuerto a la ciudad estallaron cientos de quilos de trinitrotolueno colocados bajo la tierra: el auto en el que viajaba con su esposa voló 300 metros. Las imágenes del cráter que quedó en la ruta son tan impactantes que no sorprende que se haya registrado un pequeño movimiento sísmico por la explosión, que mató además a tres guardaespaldas. Su amigo de la infancia, el abogado Paolo Borsellino, que lo asistía en el proceso, continuó investigando hasta 57 días después, cuando él mismo fue asesinado por un coche bomba al entrar a la casa de su madre.
Quien llega a Palermo con el sonido de esta historia (que tiene, además, la sospecha de una posible conexión entre la Cosa Nostra y el gobierno de la Democracia Cristiana de la época) asume que estos jueces son los héroes de la ciudad. Pero tras días de caminar por ella no se ven casi fotos ni homenajes callejeros, más allá del nombre del aeropuerto Falcone-Borsellino y las decenas de libros al respecto. Finalmente, en un comercio aparece la más famosa imagen de ambos, en la que conversan como Zelmar Michelini y Gutiérrez Ruiz en la icónica foto que todos los mayores de 30 años conocemos.
DOS. No es casual que este comercio tenga esa imagen. Como lo indica un adhesivo de la puerta, es parte del movimiento Addiopizzo, formado por un conjunto de comerciantes que se niegan a pagar el pizzo, impuesto extorsivo que cobra la Cosa Nostra para garantizar seguridad. Su dueño es tan siciliano como los mafiosos de las películas: dice diez palabras en el tiempo en que cabrían cinco, rompe varios récords de extroversión y combina esa aceleración vital con la calidez hacia el desconocido. Mafiosos o antimafiosos, qué porteños son estos sicilianos.
Lentamente Addiopizzo crece, celebra el comerciante. Ya existe una Addiopizzo Card e incluso Addiopizzo Travel, el plan que permite viajar por Sicilia sin pagar nada que financie a la mafia. Pero sabe que la importancia del movimiento es reducida. “La mayoría de los comercios sigue pagando, con tarifas que ellos adecuan a cada comercio de forma flexible para contemplar las distintas realidades comerciales y financieras de los extorsionados. Piden mucho en Navidad y en Pascuas, con la excusa de ayudar a las familias de los mafiosos presos. Ahora, con la crisis, hay más gente que duda. Pero la mayoría sigue pagando, incluidos los hoteles.”
Más impactante que conocer eso es observar, a 50 metros del comercio, los puestos de souvenirs que venden mafiosos de cerámica con armas y la inscripción en dialecto siciliano “u mafiusu”, y camisetas que se aprovechan de Marlon Brando y agregan “Il padrino sono io”. ¿Estarán acostumbrados los familiares de las víctimas a los turistas que buscan el Disney World mafioso en Palermo? Lo cierto es que pocos palermitanos renuncian a aprovechar esa veta: hasta los tours antimafia prometen una visita a donde los principales capos vivían, con la excusa de celebrar la expropiación estatal de esas propiedades o recordar los crímenes.
TRES. Sucede que las historias de la mafia son siempre atractivas. Hasta su origen tiene interés sociológico. Las raíces del fenómeno se pueden rastrear muchos siglos atrás, en las sucesivas invasiones de la isla y los consiguientes cambios de mando, pero la consolidación de la Cosa Nostra data del siglo XIX. Por varias décadas, los “hombres de honor” (tal el significado inicial de “mafioso”) sustituyeron al Estado en multitud de funciones.
Quienes explican la consolidación de la mafia siciliana destacan que en 1812 en Sicilia se multiplicó la cantidad de terratenientes (porque se abolió el feudalismo y la nueva Constitución obligó a los señores feudales a vender o arrendar la tierra) y que estos nuevos propietarios cultivaban cítricos, lo que demandaba una gran inversión inicial y era especialmente vulnerable a los sabotajes. Todo esto en un contexto de extrema debilidad del Estado, que incluía la ausencia de policías en gran parte de la isla. La unificación italiana de 1860 no contribuyó a que Sicilia estuviera cerca del poder estatal, de modo que la protección ante los robos y el bandidaje, así como la supervisión del cumplimiento de los contratos y la resolución de conflictos quedaron en manos de los mafiosi. Estos no sólo concentraron la violencia, sino que la violencia fue percibida como legítima. La naciente mafia moderna progresivamente posibilitó la previsibilidad de las transacciones, la aplicación de las reglas y el establecimiento de garantías para el naciente capitalismo siciliano. Si uno vendía o compraba una docena de burros, mejor que el mafioso de la zona lo certificara, a modo de escribano, policía, juez y hombre de confianza.
CUATRO. Si hoy hablamos de la Cosa Nostra es principalmente por su exponencial crecimiento económico y organizativo durante la segunda mitad del siglo XX. Luego de una importante desarticulación en los años noventa y de cierto cambio de procedimientos (comete muchos menos asesinatos), se disputa mercados con sus vecinos de la Camorra (Nápoles), la ‘Ndrangheta (Calabria) y la Sacra Corona Unita (Apulia), además de las mafias internacionales, en una disputa tan criminal como comercial y financiera, en los cambiantes términos de la economía global. Quien quiera ver honor o apego a las tradiciones debe remitirse a los mafiosos del cine. Las organizaciones actuales se mueven como grupos empresariales trasnacionales, con gran liquidez de capital y capacidad para invertir, manejar influencias y adaptar los negocios a los nuevos tiempos. El pasado mes de febrero un diario local anunciaba el cierre de la trattoria Cuci, en pleno centro de Palermo, por conexiones con la Cosa Nostra. La foto que ilustra la noticia deja ver la vidriera, donde se lee “cocina sin gluten”.