—¿Génesis de este invento?
—Titulé una charla que di en Durazno, en 2013, “Cómo trabajar por Uruguay fuera de la política”, y a partir de eso me di cuenta que en Montevideo hay unos 400 edificios en construcción, con vallados que afean la cuadra y el barrio. Y que a la vez hay buenos artistas plásticos anónimos, interviniendo la ciudad. Uní ambas partes y armé el proyecto Graffiteo; luego, vía web, llegué al Colectivo Licuado, liderado por dos artistas “de calle”, Florencia “Fitz” Durán y Camilo “Theic” Núñez, y les planteé mi idea de embellecer los vallados de obra a cambio de una remuneración que sólo percibirían ellos. En marzo 2014 arrancamos, con la incorporación de Nicolás “Alfalfa” Sánchez, y este fin de semana estaremos pintando nuestro decimoctavo mural en Ejido y Maldonado.
—¿Cómo financiaste y equipaste la quimera?
—La empresa Inca nos da pinturas, la cadena de ferreterías Kroser pinceles y materiales, y al principio pagaba a los artistas con espónsores, Banco Santander, ponele.
Ahora, gracias al crecimiento del proyecto, las propias empresas constructoras financian a los artistas, además de cedernos las vallas.
—¿Convenciste a empresarios de gastar, en lugar de invertir?
—Al principio pensé que sería fácil convencerlos, pero no fue así.
—Evidente, fue un pensamiento desnaturalizado.
—Bueno, supuse que para los desarrolladores inmobiliarios, que invierten cuantiosas sumas en levantar edificios, pagar un mural representaría poco menos que una picadura de mosquito. Me equivoqué, pero por suerte, el desarrollo del proyecto nos permite, en la actualidad, decirle a los “renuentes” que si no pagan, no hay mural.
—Me llamó la atención que el dedicado a Rodó estuviera tan intacto como vino al mundo.
—No los vandalizan, por lo menos durante unos días. Después la ciudad, y su diversidad, los toman.
—¿Intervenís en los contenidos?
—Para nada, no hay directivas ni censuras de ningún tipo. Lo único que les pedí a los artistas, desde el vamos, es que todos los murales representaran aspectos de la identidad uruguaya. El que viste tiene la coherencia de estar en la calle que lleva el nombre del escritor, uno llamado “Cultura de río” está frente al Puerto del Buceo, otro, “Pejerrey”, en Ciudadela y Soriano, a pocas cuadras de un rincón de pescadores en la rambla, y uno de los que más me gustan está en Malvín, y homenajea a la poeta Delmira Agustini.
—También muestran flora y fauna.
—Sí, está el del ceibo, aves de Montevideo uno y dos, un homenaje a Obdulio Varela niño, con camiseta estilo años cincuenta; el primer mural que hicimos está en 26 de Marzo y Luis Alberto de Herrera y es una rayuela, no por la novela de Cortázar sino por el juego infantil.
—Tratándose de artistas, en algún momento buscarán sustituir descripción por crítica.
—Podría ser, no se ha dado. Y, de última, quien paga es quien define.
—¿Los creadores no deberían reservarse la potestad sobre lo que producen?
—Si al desarrollador no le convence la propuesta inicial le ofrecemos alternativas, pero no podemos ser intransigentes porque, como te dije, el objetivo del proyecto es enriquecer la estética de la ciudad generando fuentes de trabajo para los artistas. Que sea un trabajo implica que el trabajador tiene derecho a recibir su paga, y el contratante el producto o servicio por el que pagó. Nuestra experiencia, en ese sentido, ha sido por demás positiva, nunca nos rechazaron un boceto.
—Por lógica, ningún empresario rechaza a escritores muertos, pececitos y flores. Pero qué pasa si un artista quiere incluir un encuentro sexual de dos hombres, o dos mujeres.
—Habrá que ver; en todo caso, eso está en el futuro.
—¿En qué innovaron, los artistas, desde el primer mural?
—Más bien adquirieron experiencia en superficies complejas, que van de la madera al chapón. Lo más importante que obtuvieron fue visibilidad e, incluso, trabajos, a partir de las notas que nos hicieron en prensa y televisión. Cuando el mural es grande el equipo se amplía con artistas invitados, una vez vino uno de Rosario, Argentina, y el que seguirá al del Faro de Punta Carretas también será grande. Estoy intentando incorporar otras disciplinas artísticas al proyecto, ya hubo un grupo de jazz que actuó en vivo mientras los artistas pintaban.
—¿Qué devuelve la gente?
—Buena onda todo el tiempo, desde que bajamos los tarros de pintura hasta que nos vamos, el domingo a la tardecita. El año pasado el Correo Nacional nos dio tremendo estímulo cuando decidió hacer un sello con el mural “Charrúas”, que pintamos en Avenida del Libertador. Lo hizo un grafitero, Juan Conde, junto a cinco artistas, y un día cayeron integrantes de los grupos de descendientes de indígenas a participar y a elogiarnos. Fue intenso, eso.