Bien, la respuesta no está en esta película de François Ozon, un realizador versátil de películas inquietantes como Bajo la arena o En la casa, y también de comedias como Potiche y Ocho mujeres, un tipo atento –si hay que buscar alguna línea en su variada filmografía– a situaciones de quiebre emocional, de cambios que causan sorpresa, ya sea en clave humorística o dramática, de transformaciones que, en los límites de la ficción que plantea, pueden dar vuelta las coordenadas de mundos que se creían ordenados o, al menos, comprendidos. La respuesta a la pregunta inicial no está porque Ozon se limita a observar, nunca a explicar y menos a juzgar. Se pone afuera, a registrar –diríase con deleite, dada la notable belleza de la protagonista– cómo Isabelle, 17 años recién cumplidos al comenzar la película, emprende su camino después de perder la virginidad con un ocasional noviete de verano durante las vacaciones familiares. No es una experiencia amorosa, ni siquiera “de iniciación”, tal como esas experiencias son planteadas. Parece un trámite, algo que había que hacer, y que no deja nada. Vuelta la familia a París, la dulce Isabelle se transforma en Lea, en las horas en que la familia la supone en el liceo o con amigas, complaciendo por algunos cientos de euros a clientes que capta en la web. La película va marcando las estaciones, pautadas por canciones de Françoise Hardy, y en cada una de ellas Isabelle se trasmuta en Lea, cambia su atuendo de vaqueros y buzos amplios por faldas cortas y tacos altos para ir al encuentro de clientes de distintas edades y preferencias eróticas. Y el espectador la sigue porque Ozon se las arregla para mantenerlo atento mediante dosis mínimas pero efectivas de suspenso, o ampliando ligeramente el abanico de la sexualidad adolescente al incluir al hermano menor y sus curiosas relaciones con Isabelle, que a veces parecen bordear lo incestuoso. Pero si alguien piensa que llegará a “entender” o vagamente intuir el porqué de la elección de la chiquilina quedará más que frustrado. Isabelle no explica, Ozon tampoco, ni siquiera cuando un “imprevisto” hace saltar la liebre y la familia y el Estado –la policía, los asistentes sociales– se desayunan sobre esa doble vida y se suman al coro de sorprendidos. Nadie sabrá qué está sucediendo realmente, si es que algo sucede, bajo esos rasgos tan hermosos, bajo esa mirada de ambigua inocencia, y se puede acumular hipótesis sin llegar a la certeza. Isabelle/Lea –la modelo Marine Vacht– se suma con honores a la serie de adolescentes seductoras que ha mostrado el cine desde Lolita a la fecha, y lo hace desafiando a la sociología, la psicología y a cualquier forma de pensamiento organizado. El sorprendente desenlace parece –sólo parece– abrir una nueva posible senda para esa criatura enigmática, y para el cinéfilo impenitente instala un curioso par de presente/pasado; la jovencita de hoy junto a la jovencita de ayer, Charlotte Rampling, varias décadas después de su encarnación de la muchacha perversamente ligada al nazi Dirk Bogarde en Portero de noche.
* Francia, 2014.