“Se rockerizó la Biblioteca”, bromea, en conversación con Brecha Esteban Bitesnik, del Museo del Libro y de la Lengua, de la Biblioteca Nacional Argentina (Bna), y curador de la muestra Luca. El sonido y la furia, sobre la vida y la obra del cantante y líder de Sumo, que se exhibe en la capital porteña.
Y si bien con Luca Prodan alcanzaría para rockerizar cualquier espacio, Bitesnik hace referencia a que a esa muestra hay que sumarle la llamada El tesoro de los inocentes. Indio en la Biblioteca Nacional, dedicada al Indio Solari, cantante de los ya extintos Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y que hoy lidera a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.
Luca Prodan y el Indio Solari. Cabezas rapadas y lentes negros. Sumo y Los Redondos. Los hombres y las bandas que marcaron el ritmo del under porteño de principios de los ochenta, y que grabarían a fuego el rock argentino en las décadas siguientes, llegaron al museo. Y siguen tan vigentes como siempre.
PEREGRINO REVOLTOSO. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota fue, desde principios de los noventa, la banda más importante en términos de popularidad en Argentina. Nacidos a fines de los setenta, en La Plata, comenzaron a moverse en el under porteño a principios de la década siguiente –junto a bandas como Sumo–, transformándose rápidamente en una banda de culto. Pero a diferencia de otras, mantuvo ese estatus de culto, a la par que su convocatoria aumentaba con cada recital. El “culto”, entonces, se volvió un fanatismo extremo, que no registra antecedentes en otras partes del mundo, salvo, quizás, el de los Deadheads, seguidores de la banda californiana Grateful Dead. Así, el público de Los Redondos –las llamadas “bandas”, o “los Redondos de abajo”–, pasaron a convertirse en los principales protagonistas de shows –a los que definen como misas– que, entrado el siglo XXI, llenaban cuanto estadio hubiera disponible.
La separación de Los Redondos en 2002 dejó un vacío que ninguna de las bandas más populares de ese momento –La Renga, Los Piojos– pudo llenar. Fue el propio Indio Solari el que ocupó el lugar dejado por su anterior grupo, cuando retomó la actividad musical al frente de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, a partir de 2004. Hoy Solari bate récords de convocatoria, con recitales que superan largamente las cien mil personas.
La exposición sobre el Indio Solari incluye manuscritos de varias de sus canciones (“Héroe del whisky”, “Nuestro amo juega al esclavo”, “Un tal Brigitte Bardot”, “Ángel para tu soledad”, entre otros), algunos con correcciones y tachones varios; otros pasados en limpio, donde se puede observar su prolija caligrafía, y una versión final de una de las letras, con la hoja todavía en la máquina de escribir.
También pueden verse algunos de sus libros de cabecera; un breve recorrido por las lecturas que formaron el universo Solari. Allí están El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad; A sangre fría, de Truman Capote y La espuma de los días de Boris Vian, entre libros de Céline, Mailer y Stevenson. “Con mis lecturas, a través del tiempo, me he comportado como un peregrino revoltoso”, dice un texto escrito por Solari, ubicado a un costado de los libros. Y continúa, enumerando lecturas de los precursores de la anti-psiquiatría, Ronald David Laing y David Cooper; George Gurdjieff, los beatniks, “autobiografías de cineastas”, y la correspondencia entre Wagner y Liszt. “He olvidado casi todo, menos la emoción que me prestó cada uno de ellos y que me llevó (con alegría) a atreverme a hacer mi trabajo. Eso es, creo, lo que debe hacer un escritor de canciones, apropiarse de las emociones que encuentra en su camino, estrujarlas, agitarlas y mezclarlas con el fin de trasmitirlas en un nuevo juego. En un lenguaje no reflexivo ni filosófico, sino en un lenguaje rítmico donde los silencios entre línea y línea son los que definen su valor en el tiempo y su resonancia”, confiesa Solari.
Llama la atención, en un hombre tan alejado de ciertas poses de rockstar, que la muestra incluya objetos como sus lentes y camisas, colgadas como si le fueran ofrecidas a un potencial comprador. También su gorro modelo Ignatius Reilly, el personaje de La conjura de los necios, que Solari llevara puesto en algunos de sus últimos shows.
Continuando con los textos, se exhiben algunos de los escritos que realizó para Cerdos & Peces, la revista que dirigiera su entonces amigo Enrique Symns, donde se adivinan ciertos tics que Solari usaba entonces y continuaría utilizando en sus letras.
La otra mitad de la muestra está dedicada a las pinturas y los dibujos, en su mayoría un bestiario de figuras con cuerpo humano y cabeza animal, con lejanas reminiscencias de Arcimboldo y de la mitología medieval. También pueden apreciarse varias fotografías que muestran al cantante en su estudio, en los momentos previos a un show. E incluso un par en las que se lo puede ver trabajando en su casa. Estas últimas son las únicas que muestran al hombre que está detrás de la figura del Indio Solari. Sin sus clásicos lentes negros, pero con lentes de aumento, la cámara lo capta en la más rutinaria cotidianidad, frente a una computadora, con apariencia de abuelo, anulando el misterio que ofrecen sus ojos polarizados. Una rara sorpresa en el medido atisbo al mundo del Indio Solari que constituye la muestra.
AFTER LUCA. La muerte de Luca Prodan en 1987, a sus 34 años, dejó trunca la carrera de una de las bandas más importantes que dio el rock argentino. Sumo fue clave por su propuesta musical, basada en una fuerte impronta reggae, la furia punk y la oscuridad del post punk, y los ritmos fiesteros del ska y la música disco, pero mucho más por haber irrumpido con esa propuesta en una escena ultra under, que asfixiada por la dictadura apenas si podía saber qué ocurría con la música en el resto del mundo.
Fue Prodan, un tano venido de Londres escapando de su adicción a la heroína, quien aterrizó con la novedad de que en las Islas Británicas existían estilos llamados reggae, dub, ska, new wave y post punk.
Entre 1985 y 1987 Sumo editaría tres discos: Divididos por la felicidad (1985); Llegando los Monos (1986) y After Chabón (1987), al que habría que agregarle el demo de 1983 Corpiños en la madrugada. Una síntesis de lo que Prodan mamó durante su estadía en Londres, a la vez que una brújula para el rock argentino que vendría.
Al igual que ocurre con Solari y los Redondos, es imposible desligar a Prodan de Sumo. Pero a diferencia de la muestra sobre el Indio, que no tiene un hilo conductor definido, Luca. El sonido y la furia, propone, en primer lugar, dos aproximaciones, lo que Bitesnik define como “la educación institucional y la educación sentimental”. La primera refleja el paso de Luca por Gordonstoun, un aristocrático colegio escocés al que su padre lo obligó a concurrir. Entre las fotos, los boletines de calificaciones y un diploma que certifica que el alumno Luca Prodan pasó el grado III de trompeta, en marzo de 1968, destaca una carta que las autoridades del colegio envían a sus padres en la que se señala que Prodan “tiende a descansarse demasiado en su talento natural, el cual, aunque considerable, de todas formas no es suficiente”. La misiva resalta su buen desempeño en el hockey, y finaliza señalando que no parece que “tenga algún compromiso con los ideales del Colegio”.
Prodan se escaparía de Gordonstoun en 1970, para dedicarse a recorrer Europa durante unos meses, antes de regresar a Roma, al hogar familiar.
La educación sentimental, en tanto, está presente en los numerosos simples y discos que se exhiben, y que Prodan escuchó y adquirió –algunos aseguran que robó–, durante su trabajo en Virgin Récords, en Londres: Sex Pistols, The Damned, The Ramones, Canned Heat, Ian Dury, Wire, U-Roy, Kraftwerk, entre muchos otros; una suerte de genealogía musical de la que abrevaría Prodan tanto para Sumo como para sus grabaciones solistas, de las que saldrían los discos póstumos Time, fate, love (1996) y Perdedores hermosos (1997), grabados entre 1981 y 1983.
Las fotos también tienen un espacio importante en la muestra. En su gran mayoría inéditas –cedidas, como el resto de los objetos, por Andrea, el hermano de Luca–, revelan un Prodan de infancia feliz, disfrutando de las ventajas de pertenecer a una familia de clase alta, con un padre bohemio que se codeaba con buena parte del mundillo cultural europeo. Así lo muestra una foto tomada en los estudios de Cinecittà, en la que el niño Luca aparece junto al director Carmine Gallone. O la imagen en la que está conversando con Patrizia de Rachewiltz, nieta de Ezra Pound.
Otras fotos lo muestran ya adolescente, sosegado, con apariencia de oficinista desaliñado, siempre sonriente.
No faltan los objetos fetiche que adornan cualquier exposición de este tipo: pases para los shows que Sumo dio en el estadio de Obras; una cuchara de plata de su bautismo, su bajo Hofner, o la valija con la que viajó a Argentina. Tampoco una carta que le escribió a sus padres en junio de 1982, en plena guerra de Malvinas:
“…Bueno, hoy renunció el presidente Leopoldo Fortunato Galtieri. Creo que puso demasiada fe en su segundo nombre. El otro día Argentina perdió 1-0 contra Bélgica y Sergio Víctor Palma perdió su título mundial de Peso Mosca, así que el orgullo nacional se dio un buen golpe. Creo que la mayoría se siente peor por la derrota en la Copa del Mundo que por la de las Falklands. Sin embargo, creo que nosotros en ‘Sumo’ vivimos una existencia bastante aislada, así que nada de esto nos afecta mucho realmente…”.
El otro gran hilo conductor de la muestra es la propia voz de Prodan. “Este es el Museo del Libro y de la Lengua, entonces queríamos dejar una idea sobre la voz de Luca. Por eso hay un componente auditivo muy importante, y está lleno de parlantecitos con auriculares. Ahí están las grabaciones que él mandaba a la familia, los casetes, y también canciones y algunos inéditos perdidos por ahí. Para nosotros era muy importante que se escuchara su voz”, explica Bitesnik.
Tanto los textos, firmados por periodistas como Alfredo Rosso, o el crítico y traductor Matías Serra Bradford, como los que se incluyen en el catálogo –una joyita en formato fanzine, que homenajea la estética Diy de las revistas under de la década del 80–, se centran en la voz híbrida de Luca, un tano con acento británico del que nació un castellano “que quiso ser perfecto y que poseía el encanto de lo laborioso”, en palabras de Horacio González, director de la Bna, incluidas en el catálogo.
En 1982, cuando la banda comenzó a frecuentar el circuito under bonaerense en plena guerra de Malvinas, cantar en inglés era una jugada arriesgada y decididamente peligrosa. El conflicto llevó a que la pequeña Stephanie Nuttal, baterista, amiga de Prodan, quien la convenció de bajar al Sur para tocar con Sumo, regresara a Inglaterra a pedido de sus padres, preocupados por la seguridad de su hija.
Aunque Luca iba asimilando el idioma –lo que puede observarse en los discos de Sumo, que contienen cada vez más temas cantados en español–, cantar en inglés, además de una elección estética, era para Prodan la posibilidad de provocar a un público que también se había trepado a la ola de efervescencia nacionalista de la que no escaparon ni los músicos, ni el rock.
La periodista Cecilia Flachsland cuenta que en un concierto alguien del público increpó a Prodan –que se había subido al escenario con un colador de sombrero– por cantar en inglés. Su respuesta es épica:
“Sí, yo canto en inglés, pero soy italiano, men. ¿Y quieren que les diga algo? Las Malvinas son italianas. ¿Saben por qué tengo un colador en la cabeza? Porque los italianos van a bombardear, pero con fideos. Tengo un colador para agarrar los fideos”.