Pogled, de Iván Solarich, adaptada por el mismo junto a Santiago Sanguinetti, que también dirige, echa mano a una palabra serbio-croata que significa “mirada” para aludir al proceso de un autor que se inspira en las búsquedas emprendidas por el cineasta griego Theo Angelopoulos en La mirada de Ulises (1995), para indagar en el pasado de su familia. Un pasado que lo remite a la época de la dictadura en estas tierras y a un exilio que, aunque abarcó suelos tan lejanos como Cuba y Suecia, no permitió a su padre –variantes del régimen comunista de por medio– volver a pisar la Yugoeslavia natal. A la manera de un monólogo que el propio Solarich desgrana compartiendo la escena con las intervenciones de la banda Ditirambo, el espectáculo utiliza el amplio espacio que, de pronto, una cámara capta y se encarga de proyectar en las paredes, integrando así el lenguaje del teatro con el de la música, el del cine y hasta el de la poesía que contagia a las indagaciones de una memoria que se confunde con el modelo que la impulsa a volar. La sinceridad de Solarich-actor y la fluidez que Sanguinetti inyecta a un desarrollo apoyado en elementos tan diversos atrapan desde el comienzo la atención de una platea no en vano ubicada en la sala que el responsable bautizara con el nombre del río de la patria de sus antepasados. (Mercado Agrícola, sala El Mura)
Check in al paraíso, escrita y dirigida por Teresa Deubaldo, contempla las idas y venidas de una familia de clase media baja en tren de planear su viaje a un soñado Disneyworld que puede frustrarse debido a los altibajos de salud que sufre la abuela. En clave de humor negro, Deubaldo antepone así el materialismo egoísta de varios de los involucrados a los buenos sentimientos que no deberían descuidar cuando la enfermedad de alguien se interpone en sus planes, habida cuenta del peso del abandono y la soledad que amenazan al sufriente. Desde la dirección, la autora elige evitar el melodrama echando mano a una especie de estilización –los personajes, en lugar de desaparecer de la escena, congelan sus movimientos sin que la acción se detenga– que, a su vez, rebaja en cierta medida la cuota de naturalismo que de pronto hubiera sido necesaria. A pesar de que el ritmo sin pausas de la representación obliga al elenco a emitir sus líneas de forma más apresurada que de costumbre, el recurso no impide el buen rendimiento de un sexteto en el que se destacan la nieta que compone Carina Méndez y la tía a cargo de Elsa Mastrángelo. (El Galpón, sala Cero)
Evocación a Horacio Ferrer (Sala Verdi), sobre textos del mismo Ferrer y Lucía Sommer, con dirección de Miguel Pinto, es el nombre de la puesta de la Comedia Nacional en homenaje al poeta tanguero recientemente fallecido. Juan Carlos Worobiov, animando a Ferrer, Sommer, ejerciendo una especie de contrapunto, y el excelente bandoneonista Sebastián Mederos, comparten el escenario a lo largo de un recital en el que la música –ambos intérpretes cantan con las debidas dosis de gusto y entrega– y la poesía se confunden con naturalidad. Llama empero la atención que, por más que las dificultades de memorización que pueden traer aparejados los versos inesperados, altisonantes y, a veces, explícitamente pretenciosos de Ferrer, obliguen a que muchas de sus líneas sean leídas ante la platea, el procedimiento lleve a que la lectura descarte casi todo el tiempo el contacto ocular con los espectadores a quienes está dirigida, una omisión que introduce una cuota de indeseado alejamiento en una propuesta que anticipaba manifiesta calidez.