Por la barba frondosa pero bien recortada y el pelo negro entrecano podría representar a un sultán turco, como el que en estos días está al centro del éxito de la telenovela que apasiona a los chilenos. Su cabeza tiene algo de toruno, con unos ojos que denotan decisión y fuerza de carácter; el cuerpo macizo, casi regordete, parece desmentir que, además de integrar como oficial la reserva del Ejército, es un muy buen montañista, conquistador de varias de las cumbres más altas del mundo.
El caso Caval –por el nombre de la empresa de Sebastián Dávalos Bachelet y Natalia Compagnon– no sólo es uno de los varios procesos judiciales que en los últimos meses han dejado al descubierto la telaraña que envuelve a la política con los negocios en este país, sino que plantea la posibilidad de que el verdadero poder esté en las manos de un hombre que no necesita hacer política, porque hace a los políticos. En tanto que el matrimonio Dávalos-Compagnon ha pasado largas horas ante los jueces, defendiéndose como puede de las acusaciones de tráfico de influencias, y la presidenta trata de recuperar con angustiosas disculpas públicas la cantidad de puntos de confianza y popularidad perdidos, Andrónico Luksic no da entrevistas a los medios, no es citado por los jueces y una comisión investigadora del Congreso apenas comienza a considerar la posibilidad de invitarlo a declarar, subrayando que no está obligado a concurrir. Sin embargo, algunos de los testimonios que recopiló la justicia, así como las circunstancias en que se aprobó el préstamo, ponen por lo menos dudas razonables respecto del papel de Luksic en el caso.
Aparentemente, fue él quien solicitó, por intermedio de sus secretarias –las que sí ya fueron llamadas a declarar–, que el hijo de Bachelet acompañara a su esposa a una reunión para tratar el asunto, pese a que Natalia Compagnon era la cabeza de Caval. Por otra parte, dijo inicialmente que había tenido un solo encuentro con la pareja, pero hace unos días debió admitir varios contactos de negocios con la esposa de Dávalos. Es sugestivo además que la aprobación del préstamo, cuyo trámite había comenzado cuando Bachelet era candidata presidencial, le fue comunicada a Caval al día siguiente de que las urnas dieron a la madre de Dávalos un segundo mandato.
EL IMPERIO LUKSIC. Cuando uno toma un agua mineral Nativa en Uruguay, o una cerveza Schneider en Argentina, está contribuyendo a aumentar una fortuna que surgió de lo que algunos en Chile llaman “pillería” o viveza, pero que bajo otra óptica podría haber sido una estafa. El imperio económico de la familia Luksic abarca desde minas de cobre hasta complejos turísticos europeos, pasando por una de las empresas navieras más importantes de América y la multinacional de las bebidas Cervecerías Unidas, y fue construido por Andrónico Luksic Abaroa, hijo de un inmigrante de Croacia, quien después de probar varias profesiones se dedicó a buscar yacimientos de minerales y comerciar los derechos de explotación. En una de esas transacciones, en los años cincuenta, tuvo que negociar a través de un intérprete con unos inversionistas japoneses; cuando éstos le pidieron el precio de la mina que vendía, Luksic Abaroa les dijo “500 mil”, pensando en pesos chilenos. Los japoneses entendieron que quería 500 mil dólares y aceptaron el trato, sin que nada en la conciencia del vendedor lo llevara a corregir el malentendido. Hasta hoy, esa manera de actuar es aclamada en los círculos empresariales chilenos como un ejemplo de la habilidad para los negocios de don Andrónico, el padre del hombre que prestó 6.500 millones de pesos chilenos al hijo de una candidata presidencial, seguramente con el ojo puesto en el inminente regreso de la madre a la casa de gobierno.
La búsqueda discreta de influencia política tiene una tradición en la familia Luksic: Andrónico padre negoció con Salvador Allende la expropiación ventajosa de algunas de sus empresas y pudo conservar otras; además, le hizo el favor al presidente de dar refugio en una de sus residencias al general Carlos Prats, a quien más tarde asesinó la dictadura de Pinochet. El empresariado que participó en la preparación del golpe de 1973 tuvo al patriarca de los Luksic por traidor, y Augusto Pinochet lo castigó con la prohibición de que obtuviera alguna parte del botín de las privatizaciones de las empresas estatales. Don Andrónico capeó el temporal en Inglaterra, donde hasta hoy la familia posee una mansión, pero aprovechó la crisis económica que en los primeros años de la década de 1980 fue el prólogo a la consolidación del neoliberalismo en Chile, para comprar a precio de liquidación buena parte de las empresas de sus antiguos enemigos.
Por alguna extraña coincidencia, Luksic Abaroa empezó a hacer grandes inversiones en Croacia, la patria de sus ancestros, apenas dos años después del descubrimiento, en 1991, de un gran contrabando de armamento del Ejército chileno a ese país, que tras la disolución de Yugoslavia había caído en una de las guerras civiles más sangrientas del siglo XX. Los culpables aparentes de ese envío clandestino fueron condenados recién en 2012, pero todavía hay muchos aspectos poco claros del caso, como quién dio la orden de asesinar, en plena democracia, al oficial que había autorizado el envío de las armas desde los depósitos del Ejército, o quién puso el dinero para que un intermediario europeo pagara por ellas. Sea como fuere, el gobierno croata demostró sus profundas simpatías por Chile a través de los Luksic, dándoles todas las facilidades para adquirir un conjunto de complejos turísticos que actualmente valen más de 800 millones de dólares. Andrónico padre fue homenajeado en 1993 por el presidente Franjo Tudjman.
En el diario El Mercurio, abanderado de los empresarios, conservador y clerical, el fallecimiento de Andrónico Luksic Abaroa, en 2005, ocupó más páginas que la muerte de Juan Pablo II o la abdicación del papa Ratzinger. Las apologías y ditirambos no conocieron fronteras políticas, tal vez por las generosas contribuciones que el difunto, a través de sus empresas, hacía a las campañas electorales de todos los sectores. Esta práctica permitió la construcción de una amplia y útil red de contactos políticos, que se hizo más estrecha con la Concertación centroizquierdista a partir de la candidatura presidencial de Ricardo Lagos, en 1999. Lagos, que fue aclamado como “el primer presidente socialista de Chile después de Salvador Allende”, terminó su mandato adorado por los empresarios, quienes lo despidieron con la frase “We love Lagos!”. En una de sus primeras invitaciones de campaña, fue llevado por los Luksic a una de las minas más grandes de su propiedad, poco antes de las elecciones. Al poco tiempo de asumir la presidencia de la república, Lagos designó al gerente de comunicaciones de la mina y organizador de la visita como subsecretario del Ministerio de Planificación; el gerente general, vinculado al Partido Socialista y jefe de dos divisiones de la empresa minera estatal Codelco bajo los gobiernos de Patricio Aylwin y de Eduardo Frei, es hoy presidente ejecutivo de Codelco. El ministro de Energía actual y recaudador principal de la campaña de Ricardo Lagos tuvo una amistad íntima con Andrónico Luksic padre, un vínculo que se trasladó a los hijos, y la lista de los “enlaces” entre los Luksic y el mundo político podría ocupar más espacio que este artículo.
Como la derecha sólo ha tenido un gobierno desde el fin de la dictadura, son menos los ex funcionarios que recibieron o reciben el sueldo del bolsillo de Andrónico Luksic Craig, aunque en la gerencia legal de Quiñenco, el grupo que incluye a sus principales empresas, se destaca Rodrigo Hinzpeter, fundador y prohombre de Renovación Nacional, ministro del Interior y de Defensa del presidente Sebastián Piñera. Y para cerrar el círculo en el Banco de Chile, uno de los integrantes del directorio es el ex diputado socialista y también ministro de Lagos Jaime Estévez. En el año 2000, cuando era presidente del Banco del Estado de Chile, Estévez aprobó un préstamo de 120 millones de dólares, a la tasa más baja del mercado, para que los Luksic compraran la institución bancaria cuyo cuerpo directivo integran actualmente.
Hace unos días el gerente general del grupo Quiñenco, también director del Banco de Chile y hermano de un ministro de Vivienda del gobierno anterior, se refirió en su columna habitual del diario La Tercera a la financiación de la política por parte del sector privado, sosteniendo que no debería haber límites para los aportes económicos. En cuanto a la posibilidad de corrupción, el ejecutivo de Luksic opinó: “El verdadero remedio consiste en que como ciudadanos nos aseguremos de que nuestras autoridades no tengan demasiado poder”. Para eso, su jefe mantiene firmemente en la mano todos los hilos del retablo político chileno.