El domingo se juega un nuevo clásico del fútbol uruguayo y el país volverá a paralizarse durante 90 minutos. Un nuevo capítulo de una rivalidad histórica que se remonta a principios del siglo XX y que se mantiene intacta, al igual que el nivel de convocatoria y la pasión que este partido despierta en los hinchas. Una vez más, las entradas estarán agotadas para ver a los dos cuadros más importantes y ganadores del país.
Pero ¿cómo aparece este enfrentamiento?
“Es una rivalidad que surge como un estallido; no se va construyendo en décadas. Se da en forma espontánea, divide a los aficionados montevideanos de una forma tan clara que es llamativa”, explicó a Brecha el historiador Juan Carlos Luzuriaga,1 quien recuerda que ya en 1902 se hablaba de “rivalidad histórica”.
En los orígenes, el Central Uruguay Railway Cricket Club (Curcc) –conocido desde el Novecientos como “el cuadro de Peñarol”, en referencia al barrio donde se creó– emergió como el equipo del ferrocarril, nucleando a los obreros de la compañía.
Nacional, en tanto, se creó como la respuesta criolla al equipo inglés. “Esa rivalidad que está presente en la sociedad (inmigrantes versus criollos) se canaliza a través del fútbol. Los criollos se nuclean en Nacional y los inmigrantes en Peñarol”, explicó el historiador. Pero más allá de estas diferencias de origen, la rivalidad se vuelca rápidamente a lo deportivo. “Nacional es el primer equipo que tiene la capacidad deportiva para enfrentar a los ingleses. Les hacían partido”, señaló.
Diversos mitos acompañan el surgimiento de los clubes más importantes del país. El más conocido y repetido es el que asocia a Peñarol con el pueblo y a Nacional con la clase alta. Pero Luzuriaga lo derriba.
“Esa mirada de que los sectores populares eran de Peñarol y los patricios de Nacional es una fantasía, un estereotipo que no tiene asidero”, sentenció. Según el académico, “los dos clubes nacieron en cuna de oro. Uno nace en la empresa más importante de Uruguay: les daba cancha, les daba traslado, ayudaba en todo. El Curcc es el primero que contrata jugadores bajo cuerda. De pobres no tenían nada. Y Nacional tampoco. Eran estudiantes los que jugaban, y criollos pobres, comunes, los que los aplaudían.”
EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS. Es jueves de tarde. Faltan tres días para el partido.
Club Atlético Peñarol.
—¿En qué lo puedo ayudar?
—Hola, soy Esteban, un hincha, y estoy con varios hinchas amigos acá.
—Sí, Esteban, decime en qué les puedo ser útil.
—Llamábamos porque estuvimos mirando los dos últimos clásicos, y nos dimos cuenta de que en el del 5 a 0 jugaron con medias amarillas, y en el último que perdimos jugaron con medias negras. Capaz pensás que estamos locos, nosotros creemos que esas cosas influyen, así que las queríamos comunicar.
—Quédense tranquilos que lo comunicamos, aunque no depende de nosotros la indumentaria que vayan a utilizar.
—Muchas gracias, suerte el domingo.
—Gracias a vos Esteban, suerte también.
Historias como esta se cuentan por docenas en ambos equipos y pintan de cuerpo entero a los hinchas, los nuevos grandes protagonistas del fútbol, los que juegan su propio partido desde las tribunas.
Cuando se trata de definir qué hace a un hincha, no parece haber diferencias significativas entre los de uno y otro equipo. Al hincha se lo reconoce, más allá de su camiseta. Es el que siempre alienta a su equipo, gane o pierda. El que va siempre a la cancha. “Es seguir a tu equipo y tener una misma línea de pasión, de amor, más allá de resultados”, definió Samuel, hincha de Nacional ahora radicado en España, pero con más de dos décadas de tribuna a sus espaldas, y siempre pendiente de lo que sucede con los tricolores.
En la misma línea opinó Rodrigo, quien hace más de 15 años que va al estadio Centenario a ver a Peñarol. “El hincha es el que va siempre, sea cual sea el resultado, pase lo que pase. Va por la camiseta, y no le importa mucho más que eso”, aseguró.
Pero además el hincha es aquel que se diferencia del simpatizante, que concurre a la cancha en función de cómo juega su equipo, la posición que ocupa en la tabla, o la importancia del partido a disputarse.
“Yo lo respeto, porque cada uno tiene la libertad de ir a ver a su equipo como quiera. Pero sin dudas tiene menos derecho a criticar. Yo, que voy todos los domingos, tengo ‘más derecho’ a criticar que vos, que vas de vez en cuando. Tengo otra autoridad. Está en todo su derecho de ir dos o tres veces por año, me tiene sin cuidado, pero que acepte su lejanía, que asuma su nivel de relación con el cuadro”, sostuvo Samuel.
Hay una frase que los hinchas repiten cuando intentan explicar su pasión a quienes no viven el fútbol de esa manera: “Si no lo sentís no lo entendés”. Y aunque para muchos sea una frase hecha, los hinchas aseguran que, verdaderamente, quienes no lo sienten no lo entienden. Javier es socio de Nacional desde el día en que nació. Hoy tiene casi 40 años y más de 20 yendo a ver a su cuadro de manera incondicional. “Una de las primeras cosas en las que pienso cuando me despierto es en mi equipo: sea el próximo partido, o el partido que pasó; la entrada que tengo que sacar o una declaración de alguien del día anterior que me dejó caliente, cualquier cosa”, afirmó.
Reconoce que ser hincha es algo “difícil de explicar”. “Tiene una relación más de dependencia con su cuadro. Y más allá de frases hechas, es verdad que si no lo sentís no lo entendés. Podés pasarte la vida intentando explicarle a alguien lo que es ser hincha. Y no lo va a entender, no porque no sienta a su cuadro, sino porque no siente a ningún cuadro”, aseguró.
LOS INADAPTADOS DE SIEMPRE. Mientras que los hinchas existieron siempre, en la década del 80 se instaló el fenómeno de las “barras”. Junto con su surgimiento y su desarrollo pueden detectarse también una serie de medidas tendientes a erradicarlas, pero que lo único que lograron fue reforzar identidades cada vez más sólidas. Hoy son grupos organizados, con links directos a la delincuencia y a los que ni los clubes ni las autoridades pueden controlar.
Para el profesor de historia Julio Osaba, desde los sesenta y setenta se aprecian “nucleamientos más festivos que los del resto de los hinchas”, pero es recién en la década del 80 que surgen las “barras”.
Estos grupos convivieron en la tribuna Ámsterdam –los de Peñarol en el primer anillo contra la América y los de Nacional del otro lado, contra la Olímpica– hasta el 6 de enero del año 1987. En ese clásico se estableció la primera separación de hinchadas.
Según Osaba, lo que primó en el momento de la decisión de separar las tribunas fue la desinformación. “Da la sensación de que fue una salida coyuntural para ese momento, que nadie tenía mucha idea de cómo instrumentarla, ni qué significaba. No queda muy claro en la prensa quién tomó la decisión. Algo típico en el fútbol, que toma decisiones para ayer y no para mañana.” La separación, explicó, contribuyó a afirmar estructuralmente y perpetuar la enemistad absoluta con el rival, que pasó a ser cada vez más un enemigo. “Al no saber cómo tratar con el problema y guetizar al público, en la medida en que la dinámica social fue radicalizando esas posturas de guetos hacia el otro, fue necesario seguir separándolos”, analizó. Esto nos remite a la última separación de públicos. Quizás la más desesperanzadora y radical de todas, la de la tribuna Olímpica. Allí convivieron hinchas de ambos equipos hasta el año 2010.
Osaba incorpora un actor que no suele tomarse en cuenta: la prensa. Desde los ochenta algunos hinchas ya eran definidos como “anormales”, “cobardes”, “agresivos”, “belicosos”, “los que se dicen hinchas”, remarcó Osaba. Seguramente esos términos le resulten familiares al lector. “El periodismo deportivo mantiene hasta hoy la misma lógica, y gran parte de los medios de comunicación lo hacen al tratar las violencias sociales. Se da el hecho de violencia y hay una espiral condenatoria, el pedido de tomar medidas ejemplares, el señalamiento de responsables; pasan los días, se diluye el hecho, y hasta el próximo hecho desaparece la discusión pública”, opinó. “Desde hace más de 30 años el tratamiento periodístico es ese canon estereotipado de los inadaptados de siempre, como un pequeño grupo al borde de la sociedad, contra la mayoría civilizada”, agregó.
LAS MEDIDAS. Los hinchas –y buena parte del público en general también– coinciden en que las medidas implementadas por el Ministerio del Interior (MI) para los partidos clásicos poco ayudan a combatir los episodios de violencia. Peor aun, conspiran contra el espectáculo, que muchas veces es más colorido en las tribunas que en el propio campo de juego. En el partido del próximo domingo se permitirá que la gente lleve termo y mate, banderas que no midan más de dos metros de ancho por un metro de largo, y globos. Estará prohibido el ingreso de papel picado y fuegos artificiales.
“Todas las medidas han sido horribles”, dijo a Brecha Rodrigo, quien últimamente ve los partidos desde la tribuna Olímpica y verá este clásico desde la América. “Estaba yendo 15 minutos después de empezado el partido, si no para entrar era un caos”, explicó. Para los clásicos la Policía dispone una suerte de “embudo” por donde ingresan los hinchas. La medida, se argumenta, se hace para “cachear” más fácilmente a quienes van a entrar. Pero lejos de agilizar el ingreso, lo demora. “No puede ser que hagan un embudo para 13 mil personas en la Ámsterdam. Eso no pasa en ninguna parte del mundo”, se quejó Ernesto, hincha carbonero que concurre a la tribuna aurinegra desde 1984.
Desde el MI se apela a que el público llegue al estadio con antelación para evitar aglomeraciones en la entrada; pero la gente llega considerablemente temprano porque sabe que corre el riesgo de entrar con el partido comenzado. “Te hablan de operativos exitosos. Si la gente demora media hora en entrar, no es exitoso”, protestó Rodrigo.
Según Javier, uno de los problemas es el rol que juega la Policía: “Provoca mucho, y eso lo sabe cualquiera que va a la cancha”, dijo. Aseguró que los agentes no están preparados para lidiar con “masas fervorosas”, lo que, a su entender, los convirtió en la “tercera barra”. “Lo que ves en la cancha en cuanto al maltrato…, los caballos arriba de la gente, los palazos, las provocaciones, que policías le hagan a la hinchada de Nacional las rayas de la camiseta de Peñarol, o que devuelvan pedradas, ver policías tirando pedradas contra la gente, son cosas que ves sólo en la cancha. La Policía ayuda a generar esa atmósfera violenta de la que se habla tanto en el fútbol”, agregó, y recordó que los últimos episodios de violencia fueron entre barras y policías.
Rodrigo coincide en que la Policía es parte del problema. “Hacen lo que quieren; te empujan, te tratan mal, te hablan mal. Y se lo hacen a cualquiera. La mayoría de los que vamos somos personas normales.”
Hay consenso en que las medidas afectan a los que no tienen nada que ver con aquello que se busca combatir. Y en que son hechas por personas que rara vez concurren al estadio, mucho menos a una tribuna popular, cuando el grueso de las medidas está dirigido a quienes concurren a esas tribunas. “No es meter miles de policías y que cualquier hijo de vecino pase por un control. No pasa por romperles las pelotas a 25 mil personas que van a una tribuna, cuando son 150 los que tenés que controlar”, dijo Samuel.
Ernesto también responsabilizó a la prensa. Para él en Uruguay el periodismo deportivo es “arcaico, conservador, tendencioso y pendenciero”, y “en una fracción de segundo se convierte en víctima”. El hincha carbonero sostiene que las medidas son “humo” para la gente que no concurre con frecuencia al fútbol. “Primero le hacen creer que andan a los tiros dentro de la tribuna, entonces crean el foco de conflicto, lo magnifican y después se ponen el disfraz de bomberos. El MI entró en la rosca del periodismo deportivo. Si trasladás las medidas del fútbol a otros ámbitos de la sociedad, ahí tomás la dimensión de la ridiculez que están haciendo. Ni en la dictadura pasó que no dejaran entrar banderas”, afirmó.
Pero nada de esto impedirá que los hinchas de ambos cuadros llenen el Centenario el próximo domingo. Javier lo definió así: “El clásico es como Papá Noel, los Reyes Magos, cuando eras chico y parecía que los días no pasaban. Y más un clásico como este, con una antesala de dos semanas. Estoy todo el día pensando, cantando canciones de Nacional, y sobre todo esperando que llegue el partido. Creo que todo lo que pasa y las preocupaciones de si juega o no tal jugador, después en el momento no te importan, vos querés estar ahí. Todo lo de antes es como una excusa para pensar en eso. Lo más salado del clásico es estar ahí, y después es alentar hasta morir, y si llegás a ganar, volverte loco”.
1. Luzuriaga, junto a Andrés Morales, coordinan el Grupo de Estudios de Fútbol del Uruguay (Grefu) de la Facultad de Humanidades.
[notice]El primer hincha
Prudencio Miguel Reyes era un talabartero que en sus ratos libres se desempeñaba como utilero del Club Nacional de Fútbol. A principios del siglo XX, una de sus tareas era la de inflar balones. O como se decía en la época, hinchar.
En ese tiempo la actitud de los espectadores era distinta a la que se observa hoy en cualquier cancha del mundo. No había cánticos ni gritos de aliento; incluso los goles se festejaban de manera medida, sin pasar de los aplausos.
Reyes, luego de cumplir con su tarea, se dedicaba a alentar a su equipo. Sus gritos de “¡Arriba Nacional!”, y “¡Nacional, Nacional!”, pasaron a ser un ingrediente más cuando el equipo jugaba en el Parque Central.
No faltó mucho para que la gente comenzara a preguntar por este individuo, que tanto llamaba la atención.
—¿Quién es el que grita?
—El hincha pelotas de Nacional.
Con el tiempo la gente se acostumbró a Reyes y a su aliento, y el talabartero pasó a ser conocido simplemente como “el hincha”. El término se popularizó, cruzó el Río de la Plata y recorrió el mundo.
En honor a Reyes, hoy la hinchada tricolor lleva una bandera que reza: “La primer hinchada del mundo”.
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