La anécdota original en que se inspira la película El patrón: radiología de un crimen data de 1984, pero según el director Sebastián Schindel está plenamente vigente, pues la situación denunciada ocurre hoy mismo en muchos rincones de la capital Argentina. Un peón de campo santiagueño y analfabeto, que a poco de llegar a Buenos Aires había comenzado a trabajar en una carnicería, terminó asesinando de varias cuchilladas a su jefe. Durante el grueso de la película se expone el proceso por el cual este muchacho va perdiendo los estribos: deslomándose en condiciones de esclavismo, él y su mujer son insultados, humillados por su patrón, se lo obliga a trozar y vender carne en mal estado a los clientes, luego de disimular su mal olor con sulfito o hipoclorito de sodio, pimienta y vinagre (el que vaya a comerse un asado, que vea la película en otro momento). Para que en aquel entonces el caso real tomara estado público fue necesario que ocurriera una desgracia.
Y eso fue exactamente lo que ocurrió el mes pasado. Dos niños bolivianos de 10 y 7 años murieron asfixiados en un taller clandestino de confección de ropa, en el barrio porteño de Flores, tras el incendio de la casona en la que trabajaban (véase nota en la sección Mundo), evidenciando una vez más que las situaciones de esclavismo en Buenos Aires son más frecuentes de lo que se imagina. “Los colectivos que traen a esos trabajadores son los mismos que negocian con los tratantes de blancas, porque cargan personas sin documentos y arreglan el paso en las fronteras”, aseguró Ezequiel Conde, referente de la Ong Alameda.
Pero la gran pregunta es dónde está la policía y las inspecciones pertinentes. Conde tiene una respuesta para ello: la existencia de esta situación se sustenta en la complicidad de la Policía Federal, la Policía Metropolitana, los entes de control municipales y nacionales, la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) y la Gendarmería, encargada del control de fronteras. En definitiva, más allá de las empresas que se benefician, se trata de una recaudación mafiosa estructural: la coima institucionalizada se da la mano con la xenofobia (a pocos les importan las condiciones de vida de estos trabajadores) y la especulación inmobiliaria; los altos precios en los alquileres complican la supervivencia del extranjero, empujándolo a aceptar condiciones infrahumanas de trabajo a cambio de un techo. Contra este monstruo monumental no existen planes nacionales de lucha contra la trata que puedan hacerle frente, subraya Conde.