Ya está claro que el hecho, despojado de ingredientes que se le fueron añadiendo en los corrillos, efectivamente ocurrió. La fiesta a la que una decena de estudiantes de medicina sumaron a un muerto y hasta lo disfrazaron y maquillaron fue, en realidad y en los términos del decano de Medicina, Fernando Tomasina, un “brindis” que ya se había disuelto cuando, alrededor de las tres de la mañana y mientras la mayoría de los internos dormían, entró al cuarto médico un estudiante con el cuerpo del fallecido. Sin quitarle gravedad al episodio, el decano reveló que las declaraciones brindadas en la investigación indican que ese comportamiento es extraño en el estudiante y que, suponen, se debió a los efectos del alcohol. “Ocurrió como una broma de este interno pero no duró más de dos o tres minutos, enseguida fue censurado por sus compañeros y por un profesional médico que notó algo anormal y lo siguió”, describió Tomasina, quien no obstante planteó que las sanciones son una medida ejemplarizante para terminar con los “brindis” en los lugares de trabajo, una práctica que reconoció, según ha “sentido”, es cada vez más frecuente y sobre la que hasta ahora “no tenía conciencia de su dimensión”.
En la misma línea se manifestó la consejera del orden estudiantil, Sofía Kohn, al decir que la Asociación de Estudiantes de Medicina rechaza “cualquier tipo de acción, venga de donde venga, que atente contra la dignidad humana” y que por lo tanto “era necesario que la institución tomara medidas drásticas” ante “varias irregularidades que ocurrieron en la Emergencia durante la madrugada del 30 de abril”.
Con este telón de fondo, el Consejo de Facultad de Medicina resolvió el miércoles suspender por un mes la calidad de estudiante a ocho internos, luego de comprobar que consumieron alcohol dentro de la Emergencia del Hospital de Clínicas. Al estudiante que ingresó con el cuerpo del fallecido se lo suspendió de forma preventiva y se le inició un sumario administrativo. También se inició sumario a los dos jefes de la Emergencia para analizar la responsabilidad de su omisión: según consta en la investigación no permitieron ni impidieron el consumo de alcohol. La resolución se aprobó con 11 votos sobre 11, y un integrante del orden de egresados se retiró de sala porque no compartía las medidas.
La investigación ya está casi terminada. Sólo resta tomar declaración a un estudiante del que no está claro si participó o no del “brindis” y sobre el que aún no recae ninguna sanción. Lo que tomará más tiempo serán los sumarios, para los que se designó como instructores a los profesores Hugo Rodríguez y Laura Llambí, además del abogado Daniel García.
El hecho indignó a muchos que, aunque acostumbrados a las bromas pesadas de la colectividad médica y a sabiendas de que las fiestas de “despedida” son una tradición, les choca en particular que el paciente utilizado para la broma fuera alguien que acababa de fallecer en el hospital, que tenía una familia, una historia, una vida recién extinguida. No era el cadáver en formol de las clases de Anatomía.
Entonces, entre anécdotas de ritos de iniciación en los que se esconden dedos de muertos en los bolsillos de las túnicas para susto de un compañero, o cuentos de un puchero comido con naturalidad al lado de los muertos de la morgue, los médicos se sorprenden y opinan que no hay antecedente que le llegue a los talones a lo ahora ocurrido. Aunque tal vez los antecedentes estén ahí mismo.
EL CUERPO INERTE. “El primer enfrentamiento que los médicos tenemos con la muerte es en Anatomía, donde se nos presenta el cadáver realmente como un cuerpo muerto: no sabemos quién fue, qué hizo con su vida, cuáles eran sus expectativas para después de su muerte. Nos enfrentamos a un cuerpo inerte, como una escultura, al cual disecamos. Esa tendencia se proyecta luego en casi todo nuestro quehacer”, explicó el médico y docente Álvaro Díaz Berenguer, quien también afirmó que “más allá de la autopsia no tenemos ninguna enseñanza a propósito del cadáver”.
Para el profesor, la aproximación a la muerte en la formación médica tendría que considerar que “las personas tienen una arquitectura cultural de su existencia, de su destino, que incluye su muerte y su posmuerte. Cada vez que nos enfrentamos a una enfermedad, todo eso aflora. Nuestro deber no es ver sólo la maquinaria, sino meternos en ese mundo”.
Fue en los últimos 200 años, con el “positivismo acérrimo que ha invadido la medicina –dice el docente–, que nos hemos centrado en los aspectos científicos y en el cuerpo como máquina”. Ya lo decía José Pedro Barrán en La ortopedia de los pobres: hace más de un siglo y sin disimulo, “buena parte de la organización hospitalaria y manicomial” estaba organizada de acuerdo “a la necesidad de usar el cuerpo y el alma de los pacientes para observar hechos y conductas y transformarlos en síntomas y saber”.
Paradójicamente, Díaz Berenguer ensayó que, para brindar el respeto que el cuerpo, aunque muerto, merece, habría que considerarlo “todavía como un sujeto vivo. Claro que eso complica las cosas”. Entonces, y lejos de justificar lo ocurrido, si no con el afán de explicar lo que sucede “en el ámbito de la enseñanza de la medicina en relación a los cadáveres”, el docente planteó que este episodio “pone en el tapete esa división entre la apreciación social de la muerte y lo que ocurre en el ámbito médico, porque tenemos que perderle respeto al cuerpo para poderlo abrir, poderlo operar, poderlo trabajar como si fuera una cosa. Esta frialdad necesaria a veces se expresa en bromas terribles que muestran una intención de pasar por arriba ese choque brutal que implica el cadáver”.
Sin embargo, el hecho parece tener todavía un costado más: el respeto al cadáver se desprende de la adhesión que genera la persona que ocupó ese cuerpo. “Si hubiera muerto un presidente, no hubiera pasado lo mismo. No está vinculado sólo a la insensibilización frente al cadáver sino a (la falta de respeto por) los que menos tienen, por los desposeídos, los que se atienden en Salud Pública”, dice Díaz Berenguer.
Y otra vez Barrán tiene algo que decir: “La enseñanza de la anatomía se hacía también sobre el cuerpo de los muertos pobres, y los médicos ya formados utilizaban los cadáveres de los pobres para sus investigaciones”. El reglamento del Hospital de Mercedes aprobado en 1899 y que el historiador recoge en su libro establecía que los médicos “podrán practicar la autopsia, siempre que lo crean conveniente, en el cadáver de todo enfermo que se haya asistido en calidad de pobre”. En cambio, si el muerto se había asistido como “pensionista”, debía existir “el previo consentimiento de sus familiares’”. El historiador concluye que el saber médico se alimentaba del “uso del cuerpo humano para su profundización y su enseñanza. Aquella sociedad y aquel poder médico determinaron que el cuerpo usado de preferencia fuera el de los pobres”.
Tomasina, que recuerda a la perfección las palabras de Barrán, señaló la distancia, aunque asiente sobre las continuidades. Sin embargo, indica que con “el nuevo plan de estudios se hace hincapié en la idea de que el otro no es un objeto de investigación sino un sujeto”, y hace alusión a otra historia más reciente: “Muchos de los docentes de hoy fuimos alumnos en dictadura y la forma como nos trataban y cómo nos relacionábamos influye en la cosificación, en el uso. Hay una responsabilidad de nuestra generación de repensar la forma como debemos enseñar”. Respecto al “endurecimiento emocional”, como lo llama el decano, plantea que “la muerte nos interpela a todos” y se generan “mecanismos colectivos defensivos, formas de manejar ese miedo terrible, ese miedo existencial”.
No obstante, señaló que en el marco del nuevo plan en Anatomía hubo una preocupación sobre el respeto que debe dársele “al que donó su cuerpo para un bien social mayor”. No es poca la gente que todavía cita la última voluntad de Florencio Sánchez: “Será para mí un honor único que un estudiante de medicina fundara su saber provechoso para la humanidad en la disección de cualquiera de mis músculos”.