El proceso político boliviano iniciado a finales de 2005 con el triunfo de Evo Morales representó un desborde hacia la política de un conjunto de movimientos y organizaciones sociales e indígenas que desde la guerra del agua de 2000 en Cochabamba impugnaron el sentido común neoliberal instaurado desde mediados de los años ochenta. Pero al mismo tiempo, desde el mundo intelectual se procesó una reactualización del pensamiento crítico y de izquierda, golpeado por la crisis minera y el debilitamiento del movimiento obrero tradicional. Y en esa actualización tuvo un papel de primer lugar el colectivo Comuna.
A comienzos de la década de 2000 un pequeño grupo de intelectuales compuesto por Álvaro García Linera, Raúl Prada Alcoreza, Raquel Gutiérrez Aguilar, Luis Tapia y Óscar Vega comenzó a reunirse regularmente, a organizar debates públicos semanales y a publicar una serie de “libros urgentes” de intervención en la coyuntura. La meta de Comuna era clara: realizar un ejercicio teórico-político capaz de aprehender los cambios en la sociedad boliviana que habían hecho decaer la centralidad proletaria y la emergencia de formas “multitudinarias” de acción colectiva que desafiaban el análisis político y social, pero también las formas de hacer política desde la izquierda. Las vertientes para este ejercicio iban desde René Zavaleta (un sociólogo marxista boliviano que vivió en México) hasta la sociología y la filosofía crítica francesas (Pierre Bourdieu, Jacques Rancière), pasando por el marxismo crítico, los textos menos conocidos de Marx (como los Cuadernos etnológicos), el autonomismo italiano de Antonio Negri y la moderna sociología de la acción colectiva. Algunos de sus miembros se apoyaron también en Gilles Deleuze y Félix Guattari. Silvia Rivera y Rossana Barragán ya habían traducido, además, a los autores poscoloniales de India y habían publicado en Bolivia una compilación sobre esos debates a fines de los años noventa.
No fue casual que el primer libro de Comuna –El retorno de la Bolivia plebeya– fuera dedicado a estas reconfiguraciones a la luz de la guerra del agua. Artículos como “La muerte de la condición obrera del siglo XX” y “La forma multitud de la política de las necesidades vitales” buscaban escudriñar en los nuevos sujetos sociales y derivar de allí posibles estrategias para una nueva izquierda que trataba de expresarse en fuerzas campesino-indígenas, como el Movimiento al Socialismo y el movimiento indígena Pachakuti. Entre sus intereses estaba recuperar formas de democracia de matriz comunal y asamblearia, en oposición a la de matriz liberal, así como adaptar el pensamiento emancipatorio al mundo posterior a la caída del muro de Berlín.
García Linera y su entonces pareja, la mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar, formaron parte, a comienzos de los años noventa, del Ejército Guerrillero Tupak Katari, junto a Felipe Quispe, y compartieron la prisión, que duró cinco años (1992-1997). El objetivo de García Linera y Gutiérrez Aguilar era por entonces constituir nuevos pilares ideológicos para una izquierda radical, en oposición a las corrientes clásicas del marxismo que en Bolivia se dividían entre trotskistas, marxistas-leninistas (Pcb), maoístas y herederos del guevarismo de los setenta.
Básicamente rechazaban el estatismo y acusaban a sus contrincantes de querer “completar la revolución burguesa” de 1952, frente a los cuales bregaban por formas de hacer política autogestionarias y de base. En la prisión, García Linera fue virando hacia la sociología y al salir se transformó en un analista político en los medios masivos de comunicación, y en una suerte de asesor de organizaciones campesinas. Uno de los artículos que resumen mejor su pensamiento de entonces es “Sindicato, multitud y comunidad”, publicado en Tiempos de rebelión (2001), un volumen del que participa el líder aymara Felipe Quispe, en ese año impulsor de uno de los más grandes bloqueos indígenas a La Paz. Por su parte, Luis Tapia y Raúl Prada provenían del mundo académico, aunque tenían vínculos con la izquierda y los movimientos sociales. Y por último, Óscar Vega provenía del mundo editorial. En todos los casos se proponían como una suerte de “intelectuales-traductores” entre el mundo indígena-rural y el urbano, en un contexto en el que aún resultaba difícil entender las recomposiciones políticas en marcha, a menudo surgidas de reuniones y plenarios en aisladas regiones ubicadas a centenares de quilómetros de las grandes ciudades.
Tanto en sus debates e intervenciones en los medios de comunicación como en sus libros colectivos, el grupo Comuna fue capaz de irradiar algunas lecturas de la época que resultarían más tarde muy importantes en la construcción de los discursos de la nueva izquierda. No obstante, el triunfo del binomio Evo Morales-García Linera en diciembre de 2005 conduciría al fin de Comuna. Prada Alcoreza, que participó en el gobierno como asambleísta constituyente y viceministro, terminó por abandonarlo denunciando el carácter “neocolonial” y autoritario del evismo. Luis Tapia también se distanció y apoyó al Movimiento sin Miedo (centroizquierda), asumiendo también que el nacionalismo en vigor era incompatible con la pluralidad y el plurinacionalismo.
Entretanto, su devenir político condujo al propio García Linera a apartarse de su autonomismo previo y a asumir posiciones más estatistas (y “realistas”), a reivindicar a figuras como Lenin y Robespierre (además de asumir ciertas tonalidades hegelianas) y, finalmente, a definirse como “el último jacobino”. Paralelamente, el entusiasmo revolucionario inicial se fue transformando en gestión del aparato estatal.
Durante el gobierno de Evo Morales muchos intelectuales participaron como “invitados” en las listas del Mas, un partido de base campesina-popular. Y en estos años el presidente indígena ha incluido a varios ex rectores de las universidades en las listas del Mas, e incluso han formado parte de su gabinete. Al mismo tiempo, desde la vicepresidencia, García Linera viene realizando una serie de eventos masivos con intelectuales globales (Negri, Zizek, Laclau, Harvey y un largo etcétera) y puso en pie el Centro de Investigaciones Sociológicas.
Pero las tensiones entre pensamiento crítico y necesidades de “la revolución” están siempre presentes. Así, en una oportunidad el actual vicepresidente invitó a los “librepensadores” –especialmente a los que tienen responsabilidades parlamentarias– a abandonar el proceso de cambio. “Los compañeros que no quieren aceptar este centralismo democrático y esta construcción de consensos, pueden retirarse, no hay ningún problema, tienen el derecho a no aceptar, pero una vez que aceptan las reglas no es ni un grupo de amigos ni somos librepensadores, somos revolucionarios.”
Descolonización/modernización; Estado/autonomía social; centralización/dispersión del poder, marcan líneas de tensión. Y el propio vicepresidente vive las suyas propias –inevitables– entre el intelectual y el político, y entre el político y el intelectual; las tensiones de quienes han “traicionado” el mandato ideal de Julien Benda sobre el rol de los clercs (grandes intelectuales) como conciencia moral, pero alejados del barro de las pasiones y luchas políticas inmediatas (el propio Benda se enfrentó a su propio libro cuando, al estallar la guerra civil española, tomó partido por el antifascismo).
Las tensiones entre la autoemancipación colectiva de la sociedad y el poder estatal revolucionario son parte de las “tensiones creativas” –y de los dramas– de todos los procesos del siglo XX. Y en los pliegues de esas tensiones se va a definir también el devenir del actual proceso de cambio que vive Bolivia.
* Economista, Universidad Nacional de Quilmes. Corresponsal de Brecha en Bolivia.