Arcadia (Sala Verdi), del inglés por adopción Tom Stoppard, dirigida por Jorge Denevi, en una única escenografía inserta pasajes de la vida de una familia de principios del siglo XIX cuyos actuales descendientes irrumpen poco después para aludir a los de antaño. La confrontación de dos épocas diferentes abre así camino a una serie de comentarios y hasta algunas conclusiones acerca de ciertas falibilidades de la historia, los alcances de la ciencia y, por cierto, de un presente que interpreta el pasado con la información que tiene a mano y que, en más de un caso, convendría confirmar o, por lo menos, comparar con otras fuentes. Todo es relativo, parece señalar Stoppard, y la tierra de la inocencia y la felicidad que refleja el título se encuentra lejos del alcance de los mortales. El trabajo de Denevi, aparte de recrear ambas épocas con fidelidad, acierta después no sólo al armar una especie de contrapunto entre una y otra sino también cuando las mezcla de modo de impulsar al propio espectador a ejercitar sus reflexiones. Un nutrido elenco de la Comedia Nacional extrae buen partido de sugerentes papeles a lo largo de una puesta cuyos inesperados tramos la música de Alfredo Leirós se encarga de pautar con delicadeza.
Anda, jaleo…! (Teatro del Centro), con dirección de Daniel Videla, cuenta con las valiosas grabaciones realizadas por el propio Federico García Lorca y la “Argentinita” en 1931 para enriquecer el marco sonoro que realza el trabajo de los actores (Daniela Marotta, Leonardo Franco, Silvia Rivero y el propio Videla) y de las bailaoras (Victoria Ferrari y Graciela Veins Berro). Los poemas y textos teatrales lorqueanos –no podía faltar un celebrado pasaje de Doña Rosita, la soltera–, bien elegidos por Videla, se encargan de repasar la importancia del creador cuyo retrato preside la puesta en escena. El vasto alcance de la obra de Lorca, la entrega de los involucrados (Marotta y Franco, en especial) y el respeto con que Videla maneja el dibujo de la España de los controvertidos años treinta se entrelazan con naturalidad a lo largo de un espectáculo donde el teatro convive con la poesía, la música y la danza.
Vamo y vamo (La Gringa), del argentino por adopción Juan Freund, dirigida por Lucila Irazábal, es una comedia de sabor crítico que implica la relación entre un guardián y el único preso de la cárcel que el primero mantiene en una pequeña localidad del Interior. Los altibajos del vínculo pueden dar lugar a alguna conclusión inesperada que aluda a la contraposición de dos mundos tan opuestos como el de uno más o menos libre y la estrechez de la vida en prisión. Apoyada por el buen rendimiento actoral de Félix Correa y Mario Erramuspe, Irazábal consigue varios momentos de efectiva comicidad. Sin embargo, la fragmentación del texto y la carga algo exasperada que propone el autor para sus personajes, de a ratos rebajan hasta casi impedir el crecimiento de un par de siluetas que, más allá de la contundencia oral, reclamarían poder justificar sus cambios de conducta con una profundidad que, al parecer, Freund dejó de lado.
El ala quebradiza de la mariposa (El Galpón, sala Cero), del uruguayo Santiago Sanguinetti, con dirección de Dante Alfonso, presenta a dos payasos de circo que no prestan mayor atención al colega que pasa en bicicleta cerca de ellos. El dúo se enfrasca en diálogos interrumpidos en momentos clave, al tiempo que, de tanto en tanto, uno y otro hacen de las suyas. El ir y venir de ambos se instala así como una imagen –el título de la obra impulsa a pensar en símbolos– de otras conversaciones de quienes no son payasos y callan cuando se espera que digan algo importante. Si no lo dicen, y aquí cabe al espectador meditar, puede ser por temor, indiferencia, egoísmo y otras tantas razones que, en algunos casos, llegan a ser tan peligrosas como la que se insinúa al concluir el espectáculo. Marcos Flack, Daniel Cardozo y Pablo Pipolo, como el tercero en discordia, animan con precisión la efectiva puesta circense que propone Alfonso, con la apreciable colaboración de la vestuarista Lucía Silva y el escenógrafo Carlos Pirelli. La jugosa utilización de las palabras y los diálogos absurdos que propone el autor, cabe señalar, no evitan cierto estiramiento en los tramos finales.