Cuando se habla de “datos masivos” (big data, en inglés) se hace referencia a “sistemas informáticos basados en la acumulación a gran escala de datos y de los procedimientos usados para identificar patrones recurrentes dentro de esos datos”, explica Wikipedia.
Netflix hace un refinado uso de los datos masivos que obtiene de nuestros excesos frente a la pantalla. Pero también tiene conocimiento de los gustos de aquellos que lo usan una vez por semana. Y sabe ordenarlos por edad, país, etcétera.
El gigante estadounidense registra todo, simplemente porque puede. Sabe lo que vemos, cuándo y por cuánto tiempo, cuántos capítulos de series vemos y si los abandonamos, dónde y durante cuántos minutos.
Del otro lado del ring están los estudios de televisión que deben recurrir a los análisis de mercado, focus groups y demás técnicas cualitativas, para evaluar el potencial de una serie o una película y embarcarse en su realización. Con suerte una buena corazonada les puede dar un éxito, como sucede con nuestras series favoritas.
El 3 de febrero de 2014 en el Newyorker.com, Ken Auletta escribía: “En la primavera de 2011 Netflix anunció que estaba ingresando agresivamente al negocio de la programación original. La compañía gastó cientos de millones de dólares en hacer dos temporadas, 26 episodios del thriller político House of cards, dirigido por David Fincher y protagonizado por Kevin Spacey. El director y el actor se habían acercado a varias redes; Netflix les ofreció aprobar el proyecto sin hacer un piloto o un análisis de mercado de sus espectadores”. El éxito se confirmó con el público, pero también en las redes sociales y sorpresivamente incluso con las 13 nominaciones a los Emmy, premio que siempre quedaba en casa de las grandes cadenas.
En el mismo artículo, Auletta narraba brevemente la puja de Blockbuster y Netflix cuando todavía ambos eran servicios de alquiler de películas en Dvd. Netflix ganó, entró primero en Internet y Blockbuster ya no existe.
“Hastings (presidente de Netflix) tuvo éxito, en parte, por aprovechar lo que él llama ‘insatisfacción administrada’ de la televisión tradicional: cada hora de programa está repleta de unos 20 minutos de comerciales y mensajes promocionales de otros shows. Netflix no tiene comerciales; sus ingresos provienen enteramente de las cuotas de suscripción. Los espectadores están felices de pagar un precio fijo, ahora de ocho dólares al mes, para mirar, ininterrumpidamente, lo que elijan entre las series y las películas, cuando quieren, en el dispositivo que quieren. Hay que pensar que el entretenimiento es como los libros; puedes controlar y ver, y tienes todos los capítulos del libro al mismo tiempo, porque tienes todos los episodios.”
Netflix tiene límites, no tiene todo en cartelera todo el tiempo. Para los amantes del cine independiente no es fácil, para los que gustan de los documentales tampoco hay mucho. Pero en general, buscando, algo se lo encuentra, y eso suena mucho más justo que estar pagando para ver en todos los canales más o menos lo mismo durante todo el mes, a un precio excesivo. Pena que no haya fútbol.