Es normal enterarse de noticias o chismes sobre personas muy ricas con caprichos extravagantes. Parecería que ya no se conformaran con coleccionar autos de alta gama y mansiones increíbles con entornos paradisíacos, sino que hasta superan las barreras de la imaginación desafiando a la propia naturaleza.
Han creado islas artificiales extrañas –como un archipiélago con forma de planisferio, en Dubai– y construido ecosistemas privados para tener un lugar donde esquiar o surfear en cualquier época del año. Viajan al espacio, compran parcelas en la Luna, y hasta invierten en estudios científicos para crear su propia réplica para el día después de su muerte –como es el caso de Dmitry Itskov, que pretende vivir para siempre a través de una copia robótica de sí mismo.
Estudios de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y diversas evaluaciones privadas reconocen que la desigualdad ha aumentado significativamente en los últimos años, pero se quedan cortos en el cálculo.
En 2006 se computaba que el 1 por ciento más rico del planeta poseía un 39,9 por ciento de la riqueza global, mucho más que lo que le tocaba al 95 por ciento de la población mundial. En 2011 se halló que el 10 por ciento más rico tenía el 84 por ciento de la riqueza mientras que la mitad más pobre sólo un 1 por ciento.
La desigualdad ha resultado ser un tema de estudio permanente. Para la nueva estrella de la economía, el francés Thomas Piketty, en su libro El capital en el siglo XXI, la creciente oposición tarde o temprano será “intolerable”, dice, refiriéndose a las ideas de Karl Marx sobre las diferencias de clase. A partir del análisis histórico que abarca desde comienzos de la revolución industrial en el siglo XVIII hasta nuestros días, Piketty afirma que el crecimiento de la desigualdad es inherente al capitalismo, porque la tasa de retorno o rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento económico.
Según James S Henry, ex economista jefe de la consultora McKinsey y docente del Centro para la Inversión Internacional Sostenible, de la Universidad de Columbia, los cálculos de los organismos mundiales y privados subestiman la verdadera desigualdad. No se trataría de extravagancias que salen expuestas en las revistas de chismes, que en definitiva son bienes declarados a la Impositiva. Lo que nos diferenciaría es aquello que no se ve: “Hay unos 21 billones de dólares ocultos en paraísos fiscales. Esta riqueza está en manos de una pequeña elite y no forma parte de las mediciones”, declaró a Bbc Mundo.
Algunos protectores del neoliberalismo aseguran que no existen las “fugas de capitales” ni los “paraísos fiscales”, ya que el dueño del dinero es libre de elegir dónde guardarlo y hay estados que le ofrecen mejores beneficios que otros. Incluso alegan que el término “paraíso fiscal” proviene de una mala traducción del inglés tax haven (guarida fiscal), confundido con tax heaven (paraíso fiscal).
“No cabe duda de que hay grandes sumas ocultas, pero cuando se trata de tanto dinero uno se pregunta qué se está haciendo con todos estos fondos. Los paraísos fiscales serían mucho más ricos de lo que son”, señaló a la Bbc John Whiting, ex director de política impositiva del Chartered Institute of Taxation, del Reino Unido. Según Whiting, no se cuestiona el concepto de “guarida” o “paraíso” fiscal, sino la cantidad de fondos que se encuentran allí y su circulación descontrolada.