Es difícil justificar, sin el apoyo de la música, la afirmación de que Galemire fue un “gran músico”. No compuso ni grabó ningún éxito, las ventas de sus discos fueron bajas, su influencia –si la hay– es difusa e indefinible, no lideró en ninguna línea, su voz era deslucida. Todos los guitarristas del Uruguay envidiaban la solidez de su mano derecha, pero no era un guitar heroe. No fue un vanguardista ni en la intención ni en los resultados. No representó ninguna causa extramusical de la que pudiera tomar prestado el prestigio. Recuerdo una charla de músicos en la que Popo Romano comentaba su grata admiración por la familiaridad de Danilo Astori con la música nacional: “¡Me habló de Galemire!” dijo, y todos compartimos su admiración. Sólo un círculo de iniciados “habla de Galemire”. Para ese círculo, “Tus abrazos”, “Palabras cruzadas”, “Un son”, “Claros”, “Acerca de esta mañana” o “La costurera” son clásicos que nos pueden traer lágrimas a los ojos, pero me temo que para la mayoría de los lectores son títulos que no evocan nada.
Su estatus de músico de culto es bien claro. Canciones de Galemire integraron el repertorio de Jaime Roos, Rada, Laura Canoura, Las Tres, Travesía, Liese Lange, Gabriela Gómez y La Escuelita. En los ochenta, preguntado por “los mejores discos uruguayos de los últimos diez años”, Roos puso Cuerpo y alma de Mateo, Magic Time de Opa y Segundos afuera de Galemire. Es difícil no sentir como un homenaje el inicio del disco Siempre son las cuatro (1982) de Roos, que empieza con la frase “Galemire, pará, Galemire…” (un parlamento espontáneo de Gustavo Etchenique, captado en el estudio). Hasta su voz poco bonita suscitaba admiración: Jorge Drexler me dijo, hace más de diez años, que Galemire era su preferido entre los cantantes uruguayos. Y es un importante referente para los cantautores coetáneos de Drexler o más jóvenes (gente como Fernando Ulivi, Walter Bordoni, Jorge Alastra, Santiago Montoro).
Menagen Jorge Galemire Muniz nació el 11 de marzo de 1951. Subyugado por los Beatles, se curtió como músico tocando en bandas beat adolescentes. Su marca en la escena roquera predictadura fue tenue, pero existió: formó en 1971 el trío acústico Epílogo de Sueños Ciclo III Experimental, inspirado en Crosby, Stills & Nash, que a su vez convocó y organizó el espectáculo colectivo El Acusticón (1971, primer recital “desenchufado” de rock uruguayo).
Luego del golpe de Estado, actuó en el ámbito que Jaime Roos suele llamar “generación del 73”: acompañó al Pájaro Canzani, integró el grupo de candombe-beat El Sindykato, Epílogo de Sueños (nueva versión electrificada y “progresiva” del grupo de 1971), Canciones para No Dormir la Siesta, y actuó también a dúo con Eduardo Rivero. El espectáculo Nosotros Tres, de Galemire-Rivero junto a Eduardo Darnauchans, tuvo un éxito inusitado en pleno 1976, sugiriendo que, pese al bajón, al miedo, a las restricciones, había voracidad para disfrutar las propuestas jóvenes de la música uruguaya. Galemire estuvo también en el espectáculo Los que Iban Cantando (1977, junto a Bonaldi, Lazaroff y Trochón) pero no se adaptó del todo a la propuesta y lo echaron del grupo luego de cinco o seis funciones. Sin Galemire, Los que Iban Cantando serían el principal impulso para la movida que terminó llamándose Canto Popular.
En los primeros años del Canto Popular, fue uno de los más destacados instrumentistas y arregladores. Su trabajo más famoso y decisivo fue en Sansueña (1978) de Darnauchans, en que hizo los arreglos y tocó casi todos los instrumentos. También fue determinante en la producción de Hoy canto (1979) de Dino.
Fue recién en 1981 que se largó como solista, en el marco de un Canto Popular ya descontracturado y optimista que siguió al plebiscito. Sus dos primeros discos solistas, Presentación (1981) y Segundos afuera (1983), suelen ser considerados sus obras maestras. Son discos impecablemente producidos, y contaron con músicos estupendos. La instrumentación es la convencional del candombe-beat: batería, bajo eléctrico, congas, guitarras y piano, modernizados con el agregado de piano eléctrico y sintetizadores. Galemire no tenía la fantasía arreglística de un Roos, pero se apartaba aun más que éste de los referentes originales del género: ni un solo riff se podría confundir con Rada o Mateo. En Presentación Galemire profundizó, más que cualquiera, en el camino de la murga-beat, propuesto por Roos en “Cometa de la Farola”. Pese al título murguero, ese disco no tenía una sola palabra sobre tablados, tambores o calles montevideanas (y Segundos afuera apenas se refería en un par de momentos a caras pintadas y a Gardel). Sin embargo, abordaba las uruguayeces con total compenetración: la asimilación y el respeto eran tan totales como la independencia. Y si el clima de liviandad (no ligereza) solar que caracteriza esa etapa de Galemire ya había sido ensayado antes por Roos (en canciones como “Señorita Efe” o “Sí sí sí”), Galemire hacía lo suyo en un ámbito melódicamente y tonalmente mucho más expandido, con unas melodías diáfanas de apolínea belleza, estructuras originales y unas progresiones armónicas con un dejo agridulce que incrementaban el espesor y el vuelo. Su optimismo no tenía nada de evitación histérica de la tristeza, y su carácter no bailable no implicaba que no hubiese swing y dinamismo. Su manera de ser complejo prescindía de los recursos convencionales del jazz –aunque los arreglos, a la manera de Rada, abundaban en extensos solos de teclados–. En realidad, su música ni siquiera suena compleja: tiene esa alianza clásica de inteligencia de construcción con una apariencia sin pretensiones, “natural”. Son rasgos “aristocráticos”, como lo es también el modo cool de cantar. Incluso la manera de referirse al momento del país en las letras (de Galemire o de Luis Campos, Darnauchans, Washington Benavides, Mauricio Ubal, Roos o Rivero) era tangencial: esos discos están impregnados de mensajes de esperanza, de figuras relativas a superar “la noche”, o a “un viento que barre todas las muertes”, pero nunca vienen acompañadas del tipo de guiñadas que en ese contexto aseguraban que se trataba de “un compañero”.
Para muchos fue una decepción el vuelco de Galemire, en su tercer disco (Ferrocarriles, 1987), hacia una música pop muy marcada por Sting, muy refinada por supuesto pero evitando ostensivamente las uruguayeces de los fonogramas anteriores. Quizá el carácter desideologizado de Galemire, enemigo de condicionar su música a ningún tipo de obligación o de sentido de propósito, lo haya llevado a volar hacia tan distintas direcciones –una especie de pop televisivo con Rivero, el sonido roquero acompañando a Darnauchans y Dino, el neo candombe-beat tras el plebiscito y la vertiente madura de la ola roquera tras el final de la dictadura.
Una vez que ninguno de sus discos tuvo la repercusión como para absorberlo en una carrera solista, Galemire siguió integrando distintos grupos. Fue miembro fundador de Repique (el grupo armado por Roos para trabajar en la naciente movida de los candombailes y también para acompañarlo en sus trabajos solistas), fue acompañante de Fernando Cabrera (que embarcó en el mismo rumbo pop-rock por la misma época) e integró un par de grupos llamados Los Championes y Poliéster siguiendo también esa línea pop. Ese cambio de rumbo fue un callejón sin salida, y no sólo para él (Los Championes y Poliéster quedaron en nada, y los discos roqueros de Cabrera, que tuvieron excelente repercusión, parecen haber sido sus trabajos más perecederos). De haber insistido en la veta que representaba mejor, quizá la música de Galemire se hubiese terminado imponiendo ante un público más amplio por el peso de sus excepcionales virtudes y el contagio de sus pocos pero influyentes admiradores. Para peor el necesario tiempo de asimilación no pudo operar debidamente en la zona muerta que se creó en Uruguay entre la decadencia del formato vinilo y el tardío establecimiento local del CD: Segundos afuera en particular fue pronto descatalogado y nunca se reeditó (es una joya virtualmente desconocida). En ese contexto perdido Galemire pasó 11 años en España (1991-2002), trabajando profesionalmente como guitarrista acompañante de música comercial (su trabajo más relevante fue como integrante del grupo de Drexler).
Se lo extrañó, y a su regreso fue recibido cálidamente con un espectáculo a lleno en la Sala Zitarrosa. El sello estadounidense Big World grabó un disco suyo en 2003, que por desgracia quedó encajonado hasta 2012, cuando se dio la posibilidad de lanzarlo (por Ayuí) con el título Trigo y plata. Ahí se manifestaba una veta nueva, semi acústica y con muchos elementos de bossa nova. Participó de Trelew –un precioso dúo de música celta con la cantante galesa Karen Ann, que contiene su última importante colección de canciones editadas–, fue locutor en publicidad y en el Sodre, integró el espectáculo Marte para los Marcianos (2014) con Ulivi y Bordoni.
La última vez que lo vi actuar fue de casualidad: estaba haciendo covers de los Beatles en la plaza de comidas del shopping Punta Carretas, ante un público que habrá disfrutado de lo bien que le salía “Blackbird” en la guitarra, sin tener idea del tremendo artista creador que tenía adelante.