Una “iglesia sin dios”, una “parroquia para ateos”, o una “congregación secular” son algunas de las imprecisas tentativas con que la prensa ha buscado atrapar la definición de la experiencia nacida en Londres en 2013 y que dio en llamarse The Sunday Assembly. Se trata de una organización de “templos laicos” –para seguir abonando la inexactitud– que consecuentemente no practica confesión alguna y que al menos en principio parece ofrecer refugio a aquellos agnósticos o devenidos ateos que a pesar de haber claudicado hace rato de sus dioses, aún conviven con la nostalgia del ceremonial y la liturgia colectiva. No es raro que la idea pergeñada por Sanderson Jones y Pippa Evans, dos comediantes ingleses provenientes del mundo del stand-up, haya atraído a tanta feligresía desencantada a sus reuniones dominicales en Londres y multiplicado sedes a lo largo del mundo en casi 70 ciudades desde su creación.
A pesar de que las incontables tablas salvíficas de lo prometido como “autoayuda” y denostado como “new age” han buscado atemperar el frío que parece haber calado en algunos sectores de la sociedad contemporánea ante la retracción de los ceremoniales y ritos de pasaje de cuño religioso conocidos como casamientos, bautismos o entierros –los de la vieja usanza, es decir, con discursos y alabanzas propiamente ceremoniales–, el hambre de ritualidad colectiva no parece aplacarse. Incluso los espíritus más desaprensivos son capaces de acusar malestar ante un ritual, que como el de la sepultura, fue amputado de casi todo abrigo y hoy agrede con ese silencio ansioso que sólo ruega porque el run-run de la máquina elevadora alcance de una vez el nicho.
Una capilla de Islington, en Londres, fue el primer lugar de encuentro; más tarde el espacio quedó chico y las asambleas de los domingos pasaron a tener lugar en el Conway Hall, una vieja sede de encuentro de diferentes asociaciones humanistas. Las “misas” de The Sunday Assembly se acompañan de música pop y “homilías” muy cercanas al stand-up e integran citas que van de Schopenhauer a David Foster Wallace. En las reuniones corre muy británicamente el té y la gente canta y ríe, acercando la experiencia a lo que cabría esperar de cualquier espectáculo de stand-up o café-concert, lo que ha hecho a más de uno disparar contra sus creadores acusándolos de crear una inteligente coartada para lograr aumentar el tamaño de sus bolsillos tanto como el de sus carreras como humoristas. Pero tanto la página oficial de The Sunday Assembly como las recurrentes declaraciones de sus fundadores insisten en defender al proyecto en el marco de una vocación social y humanística extra artística que se definiría en la consigna “Live Better, Help Often, Wonder More” (“Vive mejor, ayuda cuanto puedas, asómbrate más”) y cuyas bases se justificarían en una serie de esfuerzos laicos y modestamente altruistas, básicamente consistentes en alentar lazos comunitarios rituales a través de la alegría y persuadir sobre que todo individuo puede y merece la oportunidad de ser mejor. El hecho de que las reuniones de The Sunday Assembly busquen parodiar la ritualidad del templo, tiene que ver con la convicción, muchas veces remarcada por Jones, de que a efectos de su programa es deseable el sentido de pertenencia y comunidad que da la liturgia y la posibilidad de una “casa” trascendente y compartida (para el caso, una que no logra esconder su evidente raíz cristiana).
A pesar de su expansión, The Sunday Assembly ya ha tenido que lidiar con una primera escisión en sus filas: la sede neoyorquina de la delegación se ha desmarcado de la organización para crear Godless Revival, un grupo más estrictamente consustanciado con el ateísmo que considera que la “iglesia” laica de Jones y Evans enmascara de secularización a una propuesta a todas luces católica. Desde las páginas de The Guardian, también la editorialista Sadhbh Walshe calificó al proyecto de “chiste” y de banalizar el ateísmo. No parece estar claro aún quién peca de mayor ingenuidad; si quienes toman el juego de Jones y Evans en serio, o si los propios Jones y Evans en la “fe” con que defienden su problemático engendro.