Construidos bajo la premisa de la perfección, ninguno de los parques temáticos de la gran cadena Disney deja detalles librados al azar. Todo brilla, reluce y está perfectamente en su lugar. Bailarines con dentaduras brillantes, perfectamente caracterizados, bailan sincronizados al son de melodías contagiosas. Las hermosas princesas caminan por las callecitas del parque tomándose fotos con los turistas, con sus cabellos perfectamente peinados y sus vestidos pomposos. Mickey y Minnie Mouse bailan y cantan junto a sus amigos Donald, Daisy, Pluto y Goofy a los pies del gran castillo encantado, alumbrados por fuegos artificiales. Ni un cierre a la vista, ningún traje de-
sabrochado, ni un ojo corrido de lugar, ni un quilo de más. Nada.
Pero mientras los visitantes embelesados conocen a sus ídolos de cerca, los trabajadores detrás de los trajes no estarían pasando un buen momento. Según denuncian los funcionarios sindicalizados de Orlando, Florida, a través de su portavoz, Donna-Lynne Dalton, la empresa obliga a los empleados a firmar una cláusula que les impide revelar públicamente su identidad, o manifestar a qué personaje caracterizan, en ningún medio de comunicación y sobre todo en redes sociales y sitios de Internet.
Dalton dijo que los trabajadores, desconcertados por la medida, presentaron una queja ante el departamento de relaciones laborales de Disney y van a presentar cargos por prácticas laborales injustas ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales.
Desde la empresa, aseguraron que la cláusula siempre ha existido porque no quieren romper la fantasía para no defraudar a los niños. Según la portavoz, los trabajadores saben qué necesitan para preservar la magia de Disney, pero diciéndoles que no pueden difundir nada sobre su identidad, se convierte en una prohibición general, una limitante para la vida social, algo así como pasar a tener una identidad secreta. Los trabajadores se preguntan si podrían ser sancionados si los familiares publicaran dicha información, o si una imagen que compartieron con un amigo terminara en las redes. Los animadores también podrían meterse en problemas si utilizan la información en sus currículos para conseguir otros trabajos en la industria del entretenimiento.
Este episodio con los artistas resulta ser un nuevo golpe: a fines de 2014 se declararon en huelga exigiendo un aumento salarial y el pasado 5 de junio, el senador Bill Nelson pidió que se abriera una investigación sobre los programas de visas para los trabajadores del área tecnológica. El Congreso había creado el programa de visas H-1B en 1990 para permitir que un número limitado de trabajadores de la alta tecnología pudiera entrar a Estados Unidos para cubrir puestos de trabajo en tiempos de escasez de mano de obra estadounidense. El programa tiene un tope anual de 85 mil visas de seis años, aunque se permiten excepciones para las personas que trabajan en las universidades. Disney estaría abusando del programa, despidiendo a funcionarios estadounidenses, sustituyéndolos por trabajadores mayoritariamente indios, obviamente con sueldos inferiores. Lo curioso es que aquellos despedidos son subcontratados para entrenar a los recién contratados.
Si bien en muchas películas animadas los problemas “se olvidan” con un poco de vestuario, maquillaje y alguna canción con mensaje alentador, la crisis del hogar de Mickey Mouse se vuelve cada vez más grande y deja al descubierto la verdadera esencia del espíritu de ese monstruo llamado Disney.