Dunga representa lo opuesto a todo aquello que el fútbol brasileño históricamente ha pregonado: preocupación por el arco propio, la marca por sobre la creación, cero escrúpulos a la hora de reventar la pelota a la tribuna o a tirar pelotazos hacia adelante para apelar al desenvolvimiento individual de los generalmente gráciles delanteros.
Salvando las distancias, Dunga es a la selección brasileña lo que Juan Ramón Carrasco fue a la nuestra: una solución rápida y efectista que apelaba a valores ajenos a los tradicionales. La diferencia radica en que al ex volante del Inter los números lo avalan, mientras que el ex Rocha alternó grandes victorias con derrotas al tono durante su breve pasaje por el Complejo Celeste. El brasileño apenas perdió siete de los más de 70 partidos que disputó, y tras su regreso al cargo acumuló 11 victorias consecutivas hasta que el miércoles pasado los colombianos lo dejaran sin invicto.
De momento, la suerte de la “canarinha” parece atada al rendimiento de su máxima figura, Ney-mar, que con sus jóvenes 23 años está llamado a superar todos los récords de la única selección que ha disputado todos los mundiales. Más allá de que el delantero del Barcelona ha demostrado ser mucho más que un garoto extremadamente preocupado por su estilo capilar, un desborde emocional en el match ante los cafeteros (le tiró un cabezazo a un colombiano que le dijo “Comés del tupper con Suárez, macaco”) lo dejará afuera del torneo quién sabe hasta cuándo.
Ojalá le den un solo partido y, si nos toca cruzar a Brasil, se produzca un nuevo encuentro con nuestro caudillo Tata González, verdadero heredero de Obdulio que ya supo cruzar puteadas y besos con el paulista en la última Copa de las Confederaciones