Combate a puerta cerrada (El Mura), de la uruguaya radicada en Francia Nut Monegal, dirigida por Marcel Sawchik, se ubica en la Europa de estos días para mostrar a una periodista que, desde el refugio de su cuarto, comenta lo que sucede en las calles invadidas por turbas radicalizadas. Entre otras cosas, esas turbas protestan contra el desempleo y la inmigración, al tiempo que el antisemitismo, la islamofobia y demás extremismos hacen de las suyas hasta llegar a intranquilizar a la protagonista y hacerla sentir que su tarea y su propia vida pueden estar amenazadas. Adriana Ardoguein, con la desenvoltura del caso, tiene a su cargo el único papel de un texto que, más allá del inquietante planteamiento inicial, no profundiza demasiado en la personalidad de la implicada ni parece tampoco inclinar el desarrollo en direcciones que empujen al espectador a extraer mayores conclusiones. La resolución escenográfica –realista y al mismo tiempo abierta a la proyección de imágenes sugerentes– de César Balmaceda y Alejandro Fleitas consigue envolver a la platea intrigada por los tonos de rigurosa actualidad que Sawchik imprime a una puesta a lo largo de la cual resulta innecesaria la momentánea relación de la protagonista con la concurrencia.
De acá no se escapa nadie (Anglo, sala 2), escrita y dirigida por Omar Varela, se refiere a la clínica psiquiátrica que aloja a un grupo de pacientes cuyas alteraciones mentales los llevaron a agredir y suprimir a quienes se les oponían, en situaciones que ellos mismos se encargan de relatar a la platea. La ironía y sobre todo el humor negro se abren camino a lo largo de las historias compartidas. Más que una trama atada a los altibajos de un desarrollo, el texto apuesta a la sumatoria de casos que se dedica a presentar, uno de los cuales –el que interpreta Celeste Villagrán–, de todas maneras, parece servir de conexión. Ocurrente y graciosa a pesar de sus connotaciones con la amarga realidad, la puesta de Varela extrae muy buen partido del elenco que integran Leonardo Franco, Virginia Méndez, la mencionada Villagrán, Fernando Larrosa, Juanse Rodríguez, Selva Pérez y Ricardo Villanueva, un septeto que consigue comunicarse con los espectadores desde el comienzo mismo.
Rey Lear (El Galpón, sala César Campodónico), de William Shakespeare, con dirección de Sergio Pereira, parte de las palabras que al principio el soberano en cuestión comparte con cada una de sus tres hijas, para luego mostrar los vaivenes de la existencia en los que se descubren los sentimientos y, en especial, las ambiciones de un nutrido grupo de personajes implicados en las luchas por el poder. Las dimensiones de la vasta escenografía de Gerardo Egea, que relaciona el pasado con un presente que subraya la intemporalidad del tipo de hechos narrados por el dramaturgo, le abre camino a Pereira para jugar con los tiempos y, asimismo, imprimir toques actuales a un par de personajes que, de alguna manera, adelantan o comentan lo que sucede. El ritmo de la puesta, empero, parece resentirse a lo largo de un desarrollo que implica la entrada y salida de mucha gente cuya gravitación no siempre resulta clara. Tales idas y venidas de implicados le otorgan al espectáculo un toque de alargamiento que ni los esmeros del trabajo de Pereira ni la intervención de actores tan solventes como Walter Rey (Lear), Dardo Delgado, Luis Fourcade y Bernardo Trías consiguen disimular