Gabriel (Diego Peretti) se reencuentra con Vicky (Maribel Verdú), antiguo camote de la adolescencia, cuando ambos hacen un trámite por lo que acá sería la cédula de identidad. (Que la mujer sea española no tiene la menor relevancia en la historia; son cosas de la coproducción, y punto.) Ella lo invita a hacer juntos un viaje por el norte, pero en la siguiente escena veremos que eso no sucederá: a Gabriel lo espera su esposa embarazadísima (Marina Bellati). Nueve años después Gabriel está divorciado, sigue siendo casi arquitecto, administra una tienda de instrumentos musicales, y el centro de su vida es su hija Sofi (Guadalupe Manent), una temible gordita que administra con dignidad imperial el dominio que ejerce sobre su papá, mientras la mamá espera el hijo de su segundo esposo, el profesor de artes marciales (Pablo Rago). La vivienda de Gabriel, una mezcla de cuarto de juegos con aula escolar, da cuenta visual de ese dominio, así como lo hace la incapacidad del devoto padre de dejar de hablar de su hija a cualquiera que se le ponga a tiro (una de las escenas divertidas es cuando espanta con su chochera verbal a una candidata que le presentan dos cercanos amigos, preocupados por su soltería). El sustento del libreto (de Mariano Vera) es que un hombre así vuelva a reencontrarse con Vicky, tenga un súbito y apasionado romance con ella, y descubra que esa mujer independiente, activa, pronta para el goce, no soporta la presencia de los niños. Es miembro de un grupo que se autoidentifica con el eslogan de “No Kids”, y además ningún niño, a su vez, soporta la presencia de Vicky (otra escena divertida es cuando para demostrar esa fobia mutua, la mujer se acerca sucesivamente a dos niños pequeños en un parque, que apenas la ven rompen a llorar).
Al trío central se agregan otros personajes, como el pediatra amigo de Gabriel, su negado padre mago, el hermano medio nerd medio hippie que compone Martín Piroyansky, la ex mujer y el nuevo marido. Dándoles a todos el toque mediano o mínimo que les corresponde, con el probado rendimiento del narigón Peretti y la tumultuosa Verdú, Ariel Winograd (Mi primera boda, Cara de queso, Vino para robar) lleva con buen ritmo esta película que es a la vez romántica y de enredos, toda vez que el castigado protagonista decide llevar una doble vida ocultando a su hija de su amante y viceversa, lo que además implica un continuo cambiar y volver a cambiar el equipamiento de su casa. Y en ese transcurso será la niña quien vaya apoderándose de la iniciativa que no puede tomar su alelado padre, convirtiéndose de paso en el eje del relato, porque todo pasará por su protagonismo –y hay que decir que la pequeña Guadalupe Manent sale más que airosa de la prueba–. Con rasgos ineludiblemente porteños y contemporáneos –los niñitos que antes de tiempo parecen entrar en la adolescencia y los cuarentones dando muestras de no querer salir de ella, por ejemplo–, Sin hijos se ajusta, de todas maneras, a casi todos los tópicos de las comedias hollywoodenses, incluyendo el meloso final público con canción de Spinetta incluida, cantada por la pequeña monstruo, faltaba más, y durando un rato más de lo que hubiera necesitado una película no brillante pero equilibrada y, sin llegar a lo notable, bastante divertida. Es que las fórmulas, si manejadas con inteligencia, tienen lo suyo.
Argentina/España, 2015.
https://youtu.be/QCrBB92YXDU