La atracción inicial que se despierta entre el hombre de negocios que interpreta Benoît Poelvoorde y la mujer que, por casualidad, conoce al pasar por una ciudad de provincias, por un contratiempo de salud que aquél sufre de manera inesperada, no logra concretarse y ambos pierden contacto. Las idas y venidas del destino hacen que el protagonista, en la misma localidad, se relacione y contraiga matrimonio más tarde con una muchacha que resulta ser hermana de la anterior, la cual, al parecer, se ha radicado en Estados Unidos. La distancia, sin embargo, no aleja del todo a los implicados y éstos volverán a cruzarse en circunstancias familiares que no conviene revelar. Aunque por momentos todo huela a folletín o, en términos más actuales, a teleteatro, vale la pena tener presente que la existencia a menudo se reserva coincidencias y complicaciones como las detalladas, las cuales pueden incluso tener consecuencias similares a las que el realizador y coguionista Benoît Jacquot (Adiós a la reina) se atreve a introducir en el entorno que preside nada menos que la siempre bonita Catherine Deneuve, en el papel de madre de las dos enamoradas encarnadas por las también importantes Charlotte Gainsbourg, hija del múltiple Serge, y Chiara Mastroianni, fruto nada menos que del vínculo que la propia Deneuve mantuviera con el gran Marcello.
Difícil entonces para Poelvoorde mantenerse ajeno a la influencia de ese par de siluetas femeninas retratadas por actrices con tales blasones, pero cabe citar que, naturalidad de por medio, el citado se las arregla para redondear un personaje inmerso en la encrucijada que la vida le tiene reservada. En el retrato de los nombrados y la descripción de los pequeños vaivenes de lo cotidiano se advierten los mejores frutos del trabajo de Jacquot, habida cuenta de la buena mano que le brindan Poelvoorde y Gainsbourg, Mastroianni y Deneuve, quienes no se le quedan atrás mientras se pasean por los bien elegidos ambientes en los que se desarrolla la historia. Cuando Jacquot tiene, en cambio, que definir sus trazos de forma más contundente, las cosas no le ruedan con igual tersura. Pruebas de su indecisión y de ciertas desprolijidades que disminuyen sus aciertos saltan a la vista en el errático encuentro de Poelvoorde y Gainsbourg al comienzo, la vacilante conclusión y la imprevista introducción de un relator en la banda sonora en tramos que el responsable debería haber resuelto con una caligrafía más cinematográfica. Los altibajos de las vidas que se empeña en mostrar y el atractivo elenco que los lleva adelante, sin embargo, disimulan en buena parte los tropezones de un relato que le recuerda al espectador que, por más que se esfuerce, las cosas no siempre suceden como lo indican las expectativas.
Trois coeurs. Francia, 2014.