Si el título de esta película1 ya nos advierte sobre una pose trascendental y una base pretenciosa (la frase podrá funcionar bien en la canción de Violeta Parra, pero suena un tanto cursi para una película que busca denunciar una cruda realidad social, relativa a chicas prostituidas y esclavizadas), esas mismas características desfavorables pueden verse constantemente reflejadas en todo el planteo.
Las cosas empiezan muy mal. Una adolescente risueña y con una familia numerosa que la quiere y la abraza (salvo la madre, que le exige dinero y que, de tan jodida que es, pone cara de desquiciada y enciende con bronca su cigarrillo) se prostituye durante su tiempo libre para traer dinero a la casa. A pesar de eso sobrelleva la situación y tiene su fugaz momento de inocencia y “felicidad”, una evidente señal de que todo lo que le sucederá de ahí en adelante será trágico y terrorífico. Para enfatizar que vive en un ambiente humilde se enfoca, en pleno diálogo con su madre, la ropa colgada en medio de la casa, por si acaso al espectador le hubiera pasado desapercibida. Enseguida la chica, que no debe de pesar más de 50 quilos, escapa de un mordisco a un intento de violación de dos hombres mayores que quieren forzarla (“Hoy vas a ser mía, sabés”, dice uno de ellos, luego de una risa malvada) y, en lugar de salir corriendo como alma que lleva el diablo, avanza cinco pasos, se detiene, e intenta hacer una llamada de auxilio por celular. La situación no la disuadirá de seguir trabajando, y así es conducida a una fiesta Vip en la que suena una música incomprensiblemente circense y se ostentan bolsas de cocaína sobre una mesa, regalos individuales para cada invitado, con suficiente gramaje como para matar a un elefante. Acá continuará la larga sucesión de hombres siempre babosos, desagradables y degenerados que irán destruyendo paulatinamente la inocencia de la muchacha.
Cuando finalmente viaja a “la capital”, el planteo se convierte en Saló. En una whiskería de Montevideo (siempre demasiado iluminada) pasará a un régimen de campo de concentración: no podrá mirar a sus “carceleros” a los ojos ni hablar con las otras chicas (un problema grave de sonido lleva a que los personajes muchas veces parezcan estar hablando varios decibeles por encima de los requeridos para su supervivencia), se verá obligada a tener sexo sin condón y a beber alcohol a la fuerza. Los hombres que administran y vigilan el prostíbulo dan golpes de puño a las chicas en la cara sin razón aparente, e incluso le rompen la pierna a una (?), como si cuidar la “mercadería” –como ellos nombran a las muchachas– fuese en realidad su última prioridad, y regentear un prostíbulo fuese simplemente la excusa para desplegar un juego de sadismo extremo.
Todo está enfatizado, subrayado con trazos gruesos. Se despliega con poco disimulado regodeo cómo estas criaturas femeninas son ferozmente destrozadas física y psíquicamente por hombres bestiales que ponen caras desagradables, gritan, escupen la comida y vuelcan todas sus energías en hostigar sin descanso a sus subordinadas.
Paralelamente a esta historia hay otra, pero el espacio no es suficiente y sería una tarea titánica enumerar todos los problemas técnicos, inconsistencias y lugares comunes presentes en esta película. Pero lo peor de todo quizá sea que el cariño por los personajes, esa cualidad tan importante para lograr caracteres humanamente creíbles, brille por su ausencia. No se les acuerda, a esos personajes, señal alguna de inteligencia, o pequeñas agudezas, sino que por el contrario se hace cierto énfasis en su ignorancia. En el hecho de que vean a Tinelli en la televisión –y con mucha atención–, en que crean en promesas ridículas de chantas de manual, en su incapacidad de reacción o disimulo cuando se encuentran con las autoridades policiales, se denota la poca credibilidad de los realizadores respecto de sus propias criaturas. Y así los espectadores tampoco podrían creer en ellas.
1. Tan frágil como un segundo. Uruguay, 2014.