Como el polaco Witold Gombrowicz respecto de Argentina o el alemán Bruno Traven con México, por nombrar sólo a dos escritores que desarrollaron su obra lejos del suelo natal, en una nueva patria, también José Alonso y Trelles, nacido el 7 de mayo de 1857 en Ribadeo, provincia de Lugo, muy cerca del principado de Asturias, se trasladó, vivió, escribió, fue legislador y murió en otro país, a saber, Uruguay.
“Los renglones desiguales (¡cualquier día los llamo yo versos!) que te brinda este volumen y que leerás o no: porque no sé si se adaptarán a tus gustos, en mi opinión, y considerados literariamente, no valen nada.” Con ese tono intimista y franco con el lector, ante el que de forma anticipada parece rebajar a su propia obra, comienza el prólogo a la primera edición de Paja brava, fechado en diciembre de 1915, en Tala. Lo que sigue es una serie de composiciones camperas divididas en tres partes, “De la ramada”, “Del fogón” y “De más adentro”, en las que “el Viejo Pancho” realiza una doble apropiación: la de diversas formas literarias asociadas a los cantores repentistas o criollos (décimas, vidalitas, cielitos) y del lenguaje del hombre de campo, con su redefinición de palabras y de expresiones que lo lleva, en ocasiones, a alterar la propia grafía. Así, por ejemplo, leemos en “Del natural”:
“Quemaba el sol; ardía el espartiyo
en la inmensa yanura como yesca.
Y él, tendido a lo largo en el apero
sestiaba en la glorieta.
Tenía de un láo una boteya e caña
recostada a las botas con espuelas
y el de apala arroyáo a la cintura
como pa que el facón no se le viera…”.
La deformación del idioma, que en su variante culta y coloquial José Alonso y Trelles manejaba a la perfección (ejemplo de ello es el trabajo que realizara en las publicaciones El Tala Cómico y Momentáneas, fundadas por él mismo en Tala), opera en Paja brava por saturación, al punto de que la lectura sostenida de los diversos poemas termina conformando un lenguaje propio, pautado no sólo por la grafía sino por una serie de expresiones comunes de los diversos narradores de los poemas: aquellos enunciados en primera persona (“Desencanto”, “A lo escuro”, “¡Si estos gringos!”) y los que son referidos por una voz externa (“Misterio”, “Del natural”, “¡Como todas!”).
Los temas. En Paja brava el hombre de campo (su visión del mundo, sus preocupaciones, sus virtudes y miserias) está en el centro del relato, abriendo el juego ante los percances de la vida, que van desde la pobreza material hasta el desengaño amoroso, pasando por el consuelo que da el alcohol o la irrupción humorística en las acciones cotidianas. Pese al tono melancólico, misógino y embrutecido que muchas veces adopta la voz narradora, en el libro hay un cauce de comicidad que, si bien no es el dominante, aflora de a ratos con mucha fuerza, como leemos en estos versos de “A lo escuro” (bajo la forma de una carta amorosa, recurso que luego trabajaría con su particular estilo Abel Soria):
“China, esperáme a las once.
A esa hora no nos ve naides
porque están negras las noches
como sotana de fláire.
Dejate de andar zonciando
con la vieja y con tu padre,
que, últimamente, es al ñudo
esconder lo que ellos saben.
¡Mirá quién, china, tu vieja
pa no cazarla en el aire;
eya, que jué p´al amor
como Rivera p´al sable!”.
La mujer es, generalmente, motivo de pena y de odio para el Viejo Pancho; la que provoca el dolor en el corazón del gaucho abandonado por su carácter infiel. En “¡Como todas!”, musicalizada por Américo Chiriff y grabada por Carlos Gardel con las guitarras de Barbieri y Aguilar, al igual que en “A lo escuro”, el autor se vale otra vez de la segunda persona en el destinatario, pero trocando el tono cómplice y jocoso por el liso y llano desprecio:
“¡Óigale a la moza! ¿Yorás porque el gaucho
se jué pa los pagos de ande no se güelve,
y has quedáo solita como oveja guacha
que no tiene un perro que por ella vele?
No siento tu pena que ha de ser finjida,
siento la del triste que se jué pa siempre,
si se le hizo cierto que vos lo querías
y que en tus pupilas iba el solo a verse…”.
El implacable paso del tiempo, ese que todo destruye tras de sí, dejando la atadura de los recuerdos con la que el gaucho viejo evoca un pasado mejor, es otro de los temas centrales que atraviesa todo Paja brava. En “Misterio” (también grabado por Gardel en 1919), aparece un viejo que es invitado por los jóvenes a contar sus hazañas de juventud, aunque no salga indemne de la evocación:
“Era memoria linda
la memoria del viejo
pa contar sucedidos
de quién sabe qué tiempo.
Mientras corría el cimarrón la rueda
y se enredaba en el ombú el pampero.
Pero había que amañarlo
p’arrancarlo al silencio
si le araba la frente
con sus rejas el ceño.
Y en el oscuro espejo ’e las pupilas
encendían su luz ciertos recuerdos…”.
Por último, y no menor, hay que destacar la cercanía siempre presente de la muerte, una fuerza que en Paja brava se presenta por fuera de cualquier credo o ritual, como un final imposible de evadir y, al mismo tiempo, necesario. En “Mi testamento” (composición que fuera grabada por el recitador Rufino Mario García), uno de los puntos más altos del libro, el criollo viejo del relato deja asentada sobre el papel su forma de recibir a la oscuridad final:
“¡Yo no quiero morir dentro ’e mi rancho
como muere el peludo entre la cueva!
Quiero sentir bajo la luz del cielo
la caricia ’e la tierra,
que jué siempre pa mí como una madre
y ha ’e recoger mis huesos cuando muera…”.
La circulación. Con más de veinte ediciones, Paja brava se convirtió, desde los años inmediatos a su publicación hasta bien entrado el siglo XX, en un verdadero bestseller, con una circulación encauzada por una vía paralela a la de otras obras masivas de la literatura nacional. Si en las décadas del 20, 30 o 40 del pasado siglo alguien hubiese recorrido el Interior profundo uruguayo, visitando no sólo las pequeñas localidades sino los ranchos perdidos en el campo, lejanos de las carreteras y rutas nacionales, inquiriendo sobre la existencia de libros en su interior, es muy probable que en la mayoría de los casos encontrara un ejemplar de Paja brava, adquirido de forma casual, de refilón, en alguna pulpería, almacén de ramos generales, en una estación de trenes o en una feria. Otro libro de versos criollos, editado 21 años después de la obra mayor de Alonso y Trelles, iba a seguir su misma senda, convirtiéndose en un objeto cultural presente en humildes moradas donde, generalmente, no entraba otro material impreso. Me refiero a Tacuruses, de Serafín J García.
Paja brava y Tacuruses se ubican así en la cima de un fenómeno que no ha sido lo suficientemente estudiado dentro de la literatura uruguaya del pasado siglo: la difusión de innumerable cantidad de libros, escritos (y en ocasiones publicados) por payadores y poetas camperos, que oficiaban como auténtica carta de presentación de los autores en espacios culturales como peñas, festivales tradicionalistas, clubes de bochas, fiestas escolares y un largo etcétera.
Cien años después de su publicación, Paja brava tiene aún mucho para decir, aunque siga ajeno a cualquier canon y a la serie de textos de autores más consagrados, leídos y estudiados, de ese magma difuso, en permanente expansión, llamado literatura nacional.