Uno no se da mucha cuenta, pero El nombre de la rosa se publicó hace ya 35 años. La desconfianza inicial, aquel escepticismo condescendiente con que se recibió la noticia de que el renombrado profesor y semiólogo italiano había escrito una novela, pronto se transformó en reconocimiento. Aquel libro era, caramba, bueno, y lo era en más de un sentido. Para empezar, era una novela de género, lo cual, si bien no era extraño proviniendo de Eco, era riesgoso. Pero el escritor probó no sólo conocer sino hacer rendir al máximo las reglas del policial, incluso jugando con ellas (en las apostillas al libro, Eco señala que es posible que la estructura policíaca “siga engañando al lector ingenuo hasta el final, y hasta es posible que no se dé cuenta de que se trata de una novela policíaca en la que se descubre más bien poco y el detective es derrotado”). A eso se sumaba que El nombre de la rosa era una novela histórica ambientada en la Edad Media, en la que Eco introducía personajes inspirados en personas reales o ficticias de los siglos XIX y XX (Sherlock Holmes, Jorge Luis Borges, etcétera). Además era una novela erudita que giraba en torno a un manuscrito perdido, nada menos que el segundo tomo de la Poética, de Aristóteles, dedicado a la comedia. Y, para peor, terminaba con una cita en latín. Así, sin más. ¿Quién termina una novela policial con una cita en latín de Bernardo Morliacense, un monje benedictino del siglo XII y que remite a la doctrina nominalista? Il professore.
Lo que sucedió con el libro (el de Eco, no el de Aristóteles) es historia conocida: El nombre de la rosa se transformó en un bestseller y Eco en un novelista legitimado sin perder ni un ápice de su prestigio como académico. El libro fue visto, más bien, como un notable ejemplo de cómo la erudición puede ser divulgada masivamente sin necesidad de rebajarla de manera escandalosa, de cómo es posible para un teórico poner en práctica algunas de las teorías sobre las que ha trabajado toda la vida –y mejor aun uno que trabaja sobre el tema de la comunicación y la interpretación.
El nombre de la rosa fue un éxito tal que Guillermo de Baskerville, el héroe de la novela, se encarnó incluso en un rostro famoso que le agregó capas de sentido: el de Sean Connery, que vino a sumar a la semiosis ilimitada todo su bagaje jamesbondiano. Y puede el lector ser todo lo apocalíptico que quiera, pero tiene que reconocer que a veces las cosas se integran. Y todo sale perfecto.
OBRA ABIERTA. Así, de repente, Eco se encontró con una carrera. Otra. La de escritor de bestsellers. Porque a partir de entonces estuvo claro que la ambición literaria del novel escritor de ficción era repetir la fórmula y el éxito. Y Eco subió la apuesta. El péndulo de Foucault cumplió al menos con la premisa de vender mucho. Sólo que por el camino dejó un tendal de lectores incapaces de seguir una trama demasiado enrevesada, atiborrada de referencias con insuficiente relación con la acción. El péndulo… carecía de equilibrio, un equilibrio que en la anterior novela había sido exacto, en la medida en que era la trama policíaca la que impulsaba la acción hacia adelante, mientras todas las referencias eruditas la llenaban de sentido. Y hay que pensar que fue justamente ese tendal de lectores el que una década después volvería rico y célebre a un escritor poco dotado. A Eco no se le escapó la paradoja de haber escrito una crítica a las teorías de la conspiración y a los fanáticos del esoterismo para pavimentar el éxito de El código Da Vinci. En una entrevista para el New York Times realizada en 2007, un Eco bastante impaciente contestaba a la pregunta de si había leído el libro de Dan Brown: “Me vi obligado a leerlo porque todo el mundo me preguntaba acerca del libro. Mi respuesta es que Dan Brown es uno de los personajes de mi novela El péndulo de Foucault, que es acerca de gente que empieza a creer en el ocultismo”. La periodista le señala entonces que él parece estar interesado en la cábala, en la alquimia y otras prácticas ocultistas exploradas en su novela. “No –responde Eco–, en El péndulo de Foucault escribí la representación grotesca de este tipo de personas. En consecuencia, Dan Brown es una de mis criaturas.”
Sin embargo Eco siguió escribiendo novelas: La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la reina Loana (2004), El cementerio de Praga (2012), sin acercarse a los resultados de su ópera prima, aunque con este último levantando una considerable polvareda en torno a su tratamiento del antisemitismo.
CERO EN CONDUCTA. Lo que se sabía de “la novela inconclusa” de Eco era que trataba el tema de la prensa, el sensacionalismo y de cómo los medios manipulan las noticias o, directamente, las crean. Esa novela, dejada de lado hace más de 15 años, resultó ser esta.
Número cero tiene el atractivo de ser la primera novela de Eco ambientada en la época contemporánea, más precisamente en el año 1992, y su premisa es provocativa: un grupo de periodistas no muy reputados son reclutados para trabajar en un diario. No se trata, sin embargo, de un diario que vaya a publicarse, sino más bien de la amenaza de un diario. El nombre del medio de prensa fantasma es, también, provocativo. Se llama “Domani”, es decir, “mañana”. “¿Por qué Domani? Porque los diarios tradicionales contaban, y desgraciadamente lo siguen haciendo, las noticias de la tarde antes, y por eso se llaman Corriere della Sera, Evening Standard o Le Soir. Ahora nos enteramos de las noticias del día con el noticiero de la cena, lo que significa que los diarios nos cuentan lo que ya sabemos, y por eso venden cada vez menos.” Es la elaboración de esos “números cero” del diario lo que deben emprender los periodistas, demostrar que pueden hacer un órgano de prensa que cuente no lo que pasó, sino que conjeture sobre lo que puede pasar. Como al “número cero” pueden ponerle la fecha que quieran, estos periodistas ya conocen, por así decirlo, “el diario del lunes”. Su misión es presentar esos números a los financiadores y decirles: “Así hubiera sido Domani, si hubiera salido al día siguiente de tal o cual evento histórico”. Quien está tras la idea de tal diario es un magnate: el commendatore Vimercate. Su objetivo “es entrar en los altos círculos de las finanzas, de los bancos e incluso de los grandes periódicos. El instrumento es la promesa de un diario nuevo dispuesto a decir la verdad sobre todo. (…) Una vez que el commendatore demuestre que puede poner en apuros a los altos círculos financieros y políticos, es probable que los elegidos le rueguen que desista de semejante idea: él renuncia a Domani y obtiene el pase para las altas esferas”. En una palabra: chantaje.
UN LEVE ECO. Como es usual en los libros de Eco, Número cero tiene, además, varias subtramas que recorren la historia de Italia de la segunda mitad del siglo XX, y allí desfilan teorías que involucran a Mussolini, la logia Propaganda Due de Licio Gelli, la muerte del papa Albino Luciani, entre otras. Y no es casualidad que esté ambientada en el año de la operación Mani Pulite (“Manos limpias”), que destapó el escándalo de corrupción que determinó el comienzo de la era Berlusconi. Y en la traslación commendatore Vimercate-cavaliere Berlusconi queda claro más o menos el tono del libro y la poca sorpresa que le espera al lector. Porque si bien las ideas sobre la prensa –sobre lo corrupta que puede llegar a ser, lo maquiavélica y sin escrúpulos– se desarrollan con cierta claridad didáctica, uno no puede evitar pensar –a cada rato y nunca mejor aplicado– “chocolate por la noticia”. Y eso no es todo, porque de tanto en tanto también aparece la otra parte, que involucra a la cebada.
Esto no quiere decir que Eco no logre, intermitentemente, atrapar la atención del lector. Lo curioso es que lo haga, justamente, cuando está tratando asuntos triviales y ajenos a la trama (la larga disquisición sobre coches, sus tamaños, velocidades, etcétera).
Numero cero es, quizás, un gusto que quiso sacarse Eco. El de hablar de la Italia de hoy, del origen de sus miserias. Para ello desempolvó un viejo manuscrito fallido y abandonado, como si el paso del tiempo fuera a corregir aquello que lo llevó a dejarlo de lado en primer lugar, como si haciéndolo pudiera revivir a aquel escritor que hace más de 30 años escribió una novela notable que terminaba con un verso en latín de un monje que escribía variaciones sobre el tema del ubi sunt: “los grandes de antaño, las ciudades famosas, las bellas princesas, todo lo traga la nada”. El monje agregaba la idea de que de todo eso que desaparece sólo nos quedan meros nombres. Ahora sabemos que también puede quedar sólo su eco.
(El título de esta nota es el que se anunció llevaría Número cero en su versión en lengua inglesa, aunque probablemente no sea todavía definitivo. Se trata de la frase final de Humphrey Bogart en La hora de la venganza (“It’s the press, baby”). Por otra parte, el final de esta nota remite al capítulo “El título y el significado”, de Apostillas a El nombre de la rosa.)